“La garrapata, terca, obstinada y repugnante, permanece acurrucada, vive y espera. Espera hasta que la casualidad más improbable le lleve la sangre en forma de animal directamente bajo su árbol. Sólo entonces abandona su posición, se deja caer y se clava, perfora y muerde la carne ajena...”.
Así era como el alemán Patrick Süskind describía al protagonista de su principal obra literaria: El perfume, novela recientemente adaptada al cine, que narraba la singular trayectoria desde el nacimiento hasta la muerte del extraño personaje Jean Baptiste Grenouille.
Grenouille era un ser renegado, con un don que lo hacía superior al resto de la humanidad y que a la vez lo aislaba de ésta. Tenía una capacidad olfativa que estaba a años luz de cualquier ser vivo, lo que le permitía ver el mundo con su olfato igual o mejor que nosotros lo apreciamos con la vista, todo a su alrededor giraba sobre los olores y fragancias. Llegado a una cierta edad y aburrido de los usuales aromas que la sociedad le aventaba, enfocó todas sus fuerzas en la consecución de un perfume sin igual, elaborado a partir de las esencias aromáticas que extraía de las doncellas que asesinaba.
Pelirrojo, de no muy alta estatura y poco agraciado, estaba repleto de numerosas cicatrices y marcas que la vida le había acarreado, aspectos todos ellos más suavizados en la versión cinéfila. Además, ostentaba un inhumano atributo por el que las actuales compañías de desodorantes pagarían millones, ya que no poseía olor corporal propio alguno, aspecto que infería una terrorífica sensación en aquellos que se percataron de tal cuestión.
Süskind buscó un símil animal sobre el que comparar a Grenouille, y lo encontró en la garrapata, quizás por el pánico y aversión que, como aquél personaje ficticio, éstas provocan, o por reflejar de alguna forma un ser inmundo, vocablo que en las lenguas clásicas significaba que no tiene belleza o razón de ser.
La garrapata obedece al morfotipo elegido por Süskind, pero además presenta otras características sobre las que indirectamente se reflexiona en el transcurso del libro: son escurridizas, casi imperceptibles, capaces de aguardar pacientemente durante mucho tiempo sin comer, esperando en una rama o en la hierba con sus dos patas delanteras extendidas, a que algún animal la roce para quedar adherida a él, y no es un simple juego de palabras, ya que cuando encuentra el sitio apropiado sueltan una especie de pegamento que mantiene su boca unida al desgraciado anfitrión.
Desde ese momento exprimirán a su huésped sorbiéndole la sangre durante un tiempo, tanto como para llenar su abdomen hasta multiplicar por cien su peso original. Y es en ese momento cuando adquiere su estado más repugnante, sólo el hecho de pronunciarlo me provoca repulsión: el chinchorro, no creo que haya un bicho más desagradable. Además son capaces de transmitir complicadas enfermedades asociadas a trastornos en el corazón, problemas respiratorios o meningitis entre otras.
En ese estado, una vez satisfecho de hemoglobina hasta la saciedad, se deja caer para esconderse a un rincón apartado y poner allí entre tres ó cuatro mil huevos, toda una futura tropa de sedientos arácnidos, ya que las garrapatas no son insectos, sino parientes de las arañas por tener ocho patas.
Su modus operandi es un constante espectáculo de magia escapista, en el que aparece y se desvanece sin que nadie se percate, pasando de una víctima a otra a lo largo de su vida, dos o tres años como mucho.
Por otra parte son tremendamente resistentes, soportan las temperaturas del verano sin esfuerzo y cuando llega el invierno se entierran en el suelo e hibernan hasta la espera de una época mejor. Si alguna vez la descubrimos, nuestra primera intención es eliminarla, quizás aplastándola con el zapato o con cualquier otra cosa, parecerá que ha muerto aunque, al cabo de un tiempo, revelará que era sólo una magnífica actuación y echará a andar de nuevo.
Algunas de estas condiciones eran también las principales cualidades “garrapatescas” de Grenouille, su capacidad de supervivencia, su resistencia, su adaptabilidad y podríamos decir, en resumidas cuentas, que su capacidad parasitismo. Por su lado, fue pasando más de un protagonista secundario con el que convivió temporalmente. De ellos extrajo todo lo que necesitaba, bebió de sus conocimientos o de su posición social mientras le fueron de provecho. Cuando éstos dejaron de serle útiles, simplemente los abandonó, los echó a un lado, al igual que el chinchorro abandona a su presa una vez ésta ya no le sirve. Para la mayoría de aquellos secundarios, la marcha de Grenouille supuso un acontecimiento fatal para su existencia, como si se tratase de una enfermedad transmitida por la garrapata que abandona su huésped.
Toda la obra de Süskind es un análisis de la condición humana, de la hipocresía e intereses de los hombres, enfocada en el propio Grenouille o en aquellos otros que intentaron aprovecharse de él. Dicho estudio es trasladable a nuestra sociedad actual, y aunque este artículo no va destinado a nadie en concreto, puedo afirmarles que, si miran a su alrededor, seguro que encontrarán a su particular Grenouille.
No obstante, para ser sinceros, en mayor o menor medida casi todos hemos sido alguna vez o bien huésped o bien garrapata, en nosotros está la capacidad de inclinar dicho papel hacia uno u otro lado. Sin embargo, una cosa es el inherente egoísmo propio del instinto de supervivencia de nuestra especie, frente a otros aspectos menos loables como son, por ejemplo, el utilizar a los demás en nuestro propio convenio, prosperar como “trepas” sin importarnos lo que le pueda suceder al resto o directamente succionar económicamente del entorno; prevaricaciones, maletines, corruptelas, etc, un acto en el que la supervivencia se convierte en opulencia y las personas en auténticos chinchorros.
Como colofón final de este artículo y a la vez elemento detonante de la redacción del mismo, cuando hace pocos días trasteaba por la cocina de casa, encontré a un pequeño animal que me esperaba con sus brazos abiertos en la tapadera del cubo de la basura. No sé como había llegado hasta aquel sitio, ¿el perro del vecino, la casa de al lado, la traje yo sin darme cuenta? Quizás no fui justo con la pobre garrapata, pues, cual inquisidor medieval, no tuve más remedio que acabar con ella con las “purificadoras” llamas de un mechero, aunque tenerla como mascota o compañera no es aconsejable, pues ella no puede luchar contra su forma de ser y volvería a hacer lo mismo una y otra vez, está implícito en su naturaleza.
Respecto a las garrapatas sociales, tengo la impresión de que actualmente hemos adoptado una táctica equivocada, nos hemos habituado a ellas creyéndonos inmunes, sin importarnos coexistir y que cada dos por tres nos pique una. No creo que debamos consentir que este tipo de mordeduras se vean como algo cotidiano, pues hace que otras garrapatas prosperen por imitación, y terminan por ocasionar otro tipo de males al individuo y la sociedad. En este caso deberían actuar unas leyes también purificadoras que desinfecten y eviten la impunidad. Hay muchos tipos de garrapatas y es difícil cambiar su actitud vital, pero el próximo día que nos topemos con alguna, no debemos rendirnos a su sanguinario abrazo ni cejar en el empeño de intentar cambiar las cosas.