viernes, 27 de abril de 2012

La comunidad de la anilla

Tras mi primer encuentro casual con un nido de búho real (ver fotos y notas del mismo), me llevé una enorme decepción el día que fuimos a anillarlos y encontramos el nido vacío. Había sido depredado o esquilmado por alguien.

Después de aquello, hace mes y medio que miro cada risco, tajo o cantera cuando voy al campo, y en ellos he hallado un poco de todo: viejos nidos abandonados, egagrópilas, antiguos restos de crías abatidas más que presuntamente con una escopeta (un crimen resuelto al comprobar los plomazos en los restos del cráneo)… así hasta localizar un nuevo nido con huevos que finalmente ha dado sus “frutos”.

La de ayer es una experiencia de esas que se quedan en la retina para siempre, pues fue un deleite para mí ser testigo del anillado que realizaron los dos miembros de SEO que me han acompañado en este peregrinaje por los montes.
Parte del proceso de anillado (con anillas del 10)

Quedará pendiente el artículo completo, que sinceramente ya no sé como enfocaré, pues mi idea original quizás no refleje todo lo acontecido este mes. Por lo pronto, éste ya es un segundo adelanto que no podía dejar de hacer sobre este magnífico animal.


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sábado, 21 de abril de 2012

Cuarzo morión

Habitualmente suelo a atosigar a mi mejor amiga y compañera de trabajo con mis aficiones e historietas de fin de semana. Esta vez he encontrado cuarzos, un mineral muy común en la corteza terrestre y habitual en distintas zonas de mi pueblo.

Sorprendida por la perfección cristalina de éstos, con cristalizaciones en forma de bipiramide hexagonal, creía que había pulimentado la caras de alguna forma, pues realmente puede parecerlo. Por el momento no estoy tan aburrido como para ponerme a pulir estas cosas, pero experimentos peores he hecho. A esto hay que decir que los minerales crecen así, a partir de concentraciones de los elementos químicos que lo forman, silicio y oxígeno en este caso.

En este caso aparecían salpimentando la ladera de un monte, surgiendo del suelo como si fuesen frutos de la propia montaña. La metáfora no está nada desencaminada, pues son el producto de diferentes procesos geológicos.

Los que hallé son cristales de cuarzo morión, que nada tiene que ver con Morón, y que toman su color negro debido a procesos irradiación natural, altas temperaturas o presencia de aluminio en lugar de silicio. Eran de un gran tamaño para lo que estoy acostumbrado a ver, sin embargo poco tienen que hacer frente a uno del mismo tipo descubierto en Madagascar y conocido como El Abuelo (Grossvater), de casi 140 kg de peso, 69 cm de largo y unos 122 cm de perímetro, todo un logro del mundo mineral.

Mis particulares "abuelos" de morión


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domingo, 15 de abril de 2012

El Buscanidos


Cuando iniciaba segundo de BUP, en el curso 86/87, el mundo de los ordenadores irrumpía poco a poco en España. Aquel boom fue un poco más tardío en mi pueblo, pero por primera vez se impartía la asignatura de Informática en el Instituto Fray Bartolomé de las Casas. En mi caso, este advenimiento tecnológico estuvo acompañado por un singular profesor, al que ahora he vuelto a recordar brevemente al hacer uso físico de su peculiar apodo.

Sólo unos pocos “elegidos” fuimos seleccionados para conocer el nuevo mundo que se abría ante la citada materia optativa. Sin embargo, aquel privilegio pronto se convirtió en una especie de purgatorio para algunos, principalmente aquellos cuya vocación se orientada más a las letras que a las ciencias, a los que el mundo de la lógica y las matemáticas se les había echado encima en un nuevo concepto que no habíamos visto hasta entonces: la programación.

No recuerdo exactamente cuántos éramos, ubicados por parejas o tríos frente a los monitores de fosforescentes letras verdes. Pero sí tengo algunos nombres grabados en la memoria: Daniel Jiménez Maqueda, Jesús Verdejo Jara, Caridad Carmona Sumariva, Susana Gaspar Ramírez, Manuel Jesús Marín Hernández, Juan Millán Santana, Víctor Manuel Ahumada Oliva, Alicia Tinoco Carrillo, Pedro Cruces Camacho, Julián Robles Relaño y servidor, aunque creo que se me escapa alguno.

¿Memoria de elefante?, no, simplemente aquel año fui el delegado de clase y durante cuatro meses acontecieron las huelgas de estudiantes de las que ahora se cumplen justamente 25 años (desde el 4 diciembre del 86, a abril del 87). Manifestaciones, sentadas y un poco de caos general en el que muchos vieron una oportunidad de saltarse las clases, y del que otros tantos sólo recordarán las imágenes del “cojo manteca” rompiendo semáforos con su muleta en Madrid. En uno de los cortes de carretera que hicimos, el “Campito”, un personaje de la intrahistoria de Morón, llegó a amenazarnos con una horquilla u horca si no dejábamos pasar su carreta (para los neófitos, apero del campo con cuatro puntas parecido a un tridente). Recuerdo cómo al final, el Jefe de Estudios, nos reunió para decidir el cese de la huelga en nuestro instituto, no como representantes del “pueblo” sino pulsando nuestra opinión personal. Así que, anticipadamente, dimos por concluido aquel desconcierto poco antes de su ocaso nacional. En fin, la memoria guarda en sus archivos aquello que se vive intensamente y, sin duda, ese año fue muy intenso.

Horca u horquilla (imagen de wikipedia)
Sin embargo, no alcanzo a recordar el nombre de aquel profesor que aprendía al tiempo que nosotros a programar, aunque sí el apelativo con el que lo nombrábamos, el Buscanidos, apodado así por la asiduidad con que este particular docente miraba hacia arriba mientras paseaba entre los pupitres.

Esto es lo único que he podido rescatar de aquellas
clases de BASIC. Que me perdonen los informáticos de
hoy, pero así eran los inicios de la informática española
Cuando llegaba la hora del examen, la programación en lenguaje BASIC hacía estragos en el escueto alumnado, por lo que muchos optaron por “otras estrategias” menos loables. Durante los dos años que duró aquello, los amigos se multiplicaban en la cita previa a la evaluación, dedicándome a repetir el examen para los que se habían sentado a mi lado, casi siempre los mismos.

El Buscanidos sabía que algo pasaba, pero tras dos años de arduas investigaciones, nunca consiguió encontrar a la fuente de información del plagio masivo en que se convertía cada evaluación. Imposible ante la panda de sinvergüenzas que estábamos hechos, máxime cuando durante el ejercicio, su más que tranquilo espíritu divagaba por el techo.

Aquel hombre no estaba precisamente especializado en detectar el libre albedrío del aula, su vista no estaba educada para ello, aunque como localizador de aves puede que no tuviese parangón. Quizás me hubiese venido bien en mis andanzas camperas, pues hay algo que se siempre se me ha resistido; los pájaros y sobre todo sus nidos, siendo incapaz de encontrar uno por mí mismo, quizás porque no les he prestado nunca demasiada atención.

Pero nuestra vista se adapta y educa a lo que queremos, a lo que nos gusta. Es un simple hábito, todos tenemos esa facultad puesta en alguna tarea concreta. En mi caso por ejemplo, desde niño, siempre he tenido una especial fascinación por los animales pequeños; insectos, arañas y cualquier cosa que se moviera a ras del suelo. Hecho que ha provocado que mi visión se haya ido especializando en ver cosas que otros no ven, siendo capaz de apreciar lo que para otro pasa inadvertido.

Esta facultad la he llevado también más allá de ese mundo en miniatura; espárragos, minerales, conejos y otros aspectos del mundo natural no se me resisten. Ahora, mis recientes peripecias con los búhos reales, han hecho que eleve la vista y mire algo más hacia arriba, imitando al Buscanidos, a quien no he podido dejar de rememorar en estas líneas.

Así que hoy he salido sólo a eso, dedicando la vista exclusivamente a dicho menester. La situación no ha tardado en dar sur frutos y aquí tenéis esta auténtica preciosidad. Un nido de mirlo común con tres huevos verde-azulados. Poco he tardado en encontrar otro igual, aunque he tenido que trepar por árboles a dos o tres metros de altura, algo que no creo que nuestro querido y pastueño profesor, aunque semejante un mirlo blanco por lo raro (tranquilo y noble como pocos), hubiese logrado hacer.

Me pregunto que habrá sido de aquel docente, ornitólogo en potencia, y de paso de alguno de aquellos compañeros a los que he perdido la pista, de los que curiosamente sólo uno cursó finalmente la carrera Informática. Desde aquí les mando un saludo a todos, incluyendo al profesor.

(Al final encontré al Buscanidos gracias a alguno de los antiguos compañeros mencionados:
http://antiguosalumnosiesmartinezmontanes.blogspot.com.es/2011/12/homenaje-jesus-moreno.html)

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sábado, 14 de abril de 2012

Sociedad de garrapatas

“La garrapata, terca, obstinada y repugnante, permanece acurrucada, vive y espera. Espera hasta que la casualidad más improbable le lleve la sangre en forma de animal directamente bajo su árbol. Sólo entonces abandona su posición, se deja caer y se clava, perfora y muerde la carne ajena...”.

Así era como el alemán Patrick Süskind describía al protagonista de su principal obra literaria: El perfume, novela recientemente adaptada al cine, que narraba la singular trayectoria desde el nacimiento hasta la muerte del extraño personaje Jean Baptiste Grenouille.

Grenouille era un ser renegado, con un don que lo hacía superior al resto de la humanidad y que a la vez lo aislaba de ésta. Tenía una capacidad olfativa que estaba a años luz de cualquier ser vivo, lo que le permitía ver el mundo con su olfato igual o mejor que nosotros lo apreciamos con la vista, todo a su alrededor giraba sobre los olores y fragancias. Llegado a una cierta edad y aburrido de los usuales aromas que la sociedad le aventaba, enfocó todas sus fuerzas en la consecución de un perfume sin igual, elaborado a partir de las esencias aromáticas que extraía de las doncellas que asesinaba.

Pelirrojo, de no muy alta estatura y poco agraciado, estaba repleto de numerosas cicatrices y marcas que la vida le había acarreado, aspectos todos ellos más suavizados en la versión cinéfila. Además, ostentaba un inhumano atributo por el que las actuales compañías de desodorantes pagarían millones, ya que no poseía olor corporal propio alguno, aspecto que infería una terrorífica sensación en aquellos que se percataron de tal cuestión.

Süskind buscó un símil animal sobre el que comparar a Grenouille, y lo encontró en la garrapata, quizás por el pánico y aversión que, como aquél personaje ficticio, éstas provocan, o por reflejar de alguna forma un ser inmundo, vocablo que en las lenguas clásicas significaba que no tiene belleza o razón de ser.

La garrapata obedece al morfotipo elegido por Süskind, pero además presenta otras características sobre las que indirectamente se reflexiona en el transcurso del libro: son escurridizas, casi imperceptibles, capaces de aguardar pacientemente durante mucho tiempo sin comer, esperando en una rama o en la hierba con sus dos patas delanteras extendidas, a que algún animal la roce para quedar adherida a él, y no es un simple juego de palabras, ya que cuando encuentra el sitio apropiado sueltan una especie de pegamento que mantiene su boca unida al desgraciado anfitrión.

Desde ese momento exprimirán a su huésped sorbiéndole la sangre durante un tiempo, tanto como para llenar su abdomen hasta multiplicar por cien su peso original. Y es en ese momento cuando adquiere su estado más repugnante, sólo el hecho de pronunciarlo me provoca repulsión: el chinchorro, no creo que haya un bicho más desagradable. Además son capaces de transmitir complicadas enfermedades asociadas a trastornos en el corazón, problemas respiratorios o meningitis entre otras.

En ese estado, una vez satisfecho de hemoglobina hasta la saciedad, se deja caer para esconderse a un rincón apartado y poner allí entre tres ó cuatro mil huevos, toda una futura tropa de sedientos arácnidos, ya que  las garrapatas no son insectos, sino parientes de las arañas por tener ocho patas. 

Su modus operandi es un constante espectáculo de magia escapista, en el que aparece y se desvanece sin que nadie se percate, pasando de una víctima a otra a lo largo de su vida, dos o tres años como mucho.

Por otra parte son tremendamente resistentes, soportan las temperaturas del verano sin esfuerzo y cuando llega el invierno se entierran en el suelo e hibernan hasta la espera de una época mejor. Si alguna vez la descubrimos, nuestra primera intención es eliminarla, quizás aplastándola con el zapato o con cualquier otra cosa, parecerá que ha muerto aunque, al cabo de un tiempo, revelará que era sólo una magnífica actuación y echará a andar de nuevo.

Algunas de estas condiciones eran también las principales cualidades “garrapatescas” de Grenouille, su capacidad de supervivencia, su resistencia, su adaptabilidad y podríamos decir, en resumidas cuentas, que su capacidad parasitismo. Por su lado, fue pasando más de un protagonista secundario con el que convivió temporalmente. De ellos extrajo todo lo que necesitaba, bebió de sus conocimientos o de su posición social mientras le fueron de provecho. Cuando éstos dejaron de serle útiles, simplemente los abandonó, los echó a un lado, al igual que el chinchorro abandona a su presa una vez ésta ya no le sirve. Para la mayoría de aquellos secundarios, la marcha de Grenouille supuso un acontecimiento fatal para su existencia, como si se tratase de una enfermedad transmitida por la garrapata que abandona su huésped.

Toda la obra de Süskind es un análisis de la condición humana, de la hipocresía e intereses de los hombres, enfocada en el propio Grenouille o en aquellos otros que intentaron aprovecharse de él. Dicho estudio es trasladable a nuestra sociedad actual, y aunque este artículo no va destinado a nadie en concreto, puedo afirmarles que, si miran a su alrededor, seguro que encontrarán a su particular Grenouille.

No obstante, para ser sinceros, en mayor o menor medida casi todos hemos sido alguna vez o bien huésped o bien garrapata, en nosotros está la capacidad de inclinar dicho papel hacia uno u otro lado. Sin embargo, una cosa es el inherente egoísmo propio del instinto de supervivencia de nuestra especie, frente a otros aspectos menos loables como son, por ejemplo, el utilizar a los demás en nuestro propio convenio, prosperar como “trepas” sin importarnos lo que le pueda suceder al resto o directamente succionar económicamente del entorno; prevaricaciones, maletines, corruptelas, etc, un acto en el que la supervivencia se convierte en opulencia y las personas en auténticos chinchorros.

Como colofón final de este artículo y a la vez elemento detonante de la redacción del mismo, cuando hace pocos días trasteaba por la cocina de casa, encontré a un pequeño animal que me esperaba con sus brazos abiertos en la tapadera del cubo de la basura. No sé como había llegado hasta aquel sitio, ¿el perro del vecino, la casa de al lado, la traje yo sin darme cuenta? Quizás no fui justo con la pobre garrapata, pues, cual inquisidor medieval, no tuve más remedio que acabar con ella con las “purificadoras” llamas de un mechero, aunque tenerla como mascota o compañera no es aconsejable, pues ella no puede luchar contra su forma de ser y volvería a hacer lo mismo una y otra vez, está implícito en su naturaleza.

Respecto a las garrapatas sociales, tengo la impresión de que actualmente hemos adoptado una táctica equivocada, nos hemos habituado a ellas creyéndonos inmunes, sin importarnos coexistir y que cada dos por tres nos pique una. No creo que debamos consentir que este tipo de mordeduras se vean como algo cotidiano, pues hace que otras garrapatas prosperen por imitación, y terminan por ocasionar otro tipo de males al individuo y la sociedad. En este caso deberían actuar unas leyes también purificadoras que desinfecten y eviten la impunidad. Hay muchos tipos de garrapatas y es difícil cambiar su actitud vital, pero el próximo día que nos topemos con alguna, no debemos rendirnos a su sanguinario abrazo ni cejar en el empeño de intentar cambiar las cosas.


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jueves, 5 de abril de 2012

Frustración de dioptrías

Me resulta frustrante el ir al campo, intentar visitar sitios que hasta hace poco frecuentaba y no poder poner un pie en ninguna parte porque, todo, absolutamente todo, está vallado.

Nos estamos quedando con los márgenes de la carretera para poder pasear prácticamente. Cuando no existe un cartel de ganado, hay un prohibido el paso, un camino particular, etc, etc.

Es evidente que todo el mundo quiere tener lo suyo acotado, y que los robos pueden estar a la orden del día, pero a veces resulta un poco exagerado. Ya me veo en los arcenes de las carreteras para poder hacer un día campero.

En fin, buscaré otros sitios a los que sí pueda ir, pero por si fuera poco, se me saltan además las dioptrías cuando veo este tipo de carteles.

Riqueza infinita del lenguaje reducido, si se entiende...es que vale

 Creo que voy a crear una sección dedicada a estos "supercarteles"

Es evidente que la V no existe en el medio rural