A finales del siglo I, cuarenta o cincuenta años después de la muerte de Jesús, los evangelistas comenzaban a transcribir lo que sería la base de la religión cristina, el Nuevo Testamento. Al tiempo que esto se hacía, se originó una amplia gama de pensamientos filosóficoreligiosos relacionados con el tremendo impacto que había tenido la figura de Jesucristo. Estas doctrinas convivieron y compitieron con el incipiente cristianismo por hacerse un hueco y ganar devotos creyentes, a pesar de que precisamente no era el mejor momento para ser adepto de Jesús entre los romanos.