Abocados como estábamos entonces a dos únicas cadenas
televisivas, el impacto mediático de las mismas estaba garantizado. Inmunes aún
al efecto que unos desconocidos Hombres G podían tener, que justo en aquellas
fechas especulaban incluso en disolver su cuarteto con una última actuación en
la denominada Sala Autopista, y tras el reciente bombardeo televisivo que había
sobrevenido por la repentina muerte de Paquirri, el turno del momento le
llegaba entonces a la citada serie de samuráis.

Una
de las escenas que me dejó más impresionado, describía la situación en la que
un sirviente se ofrecía orgullosamente voluntario para ser ejecutado con honor
tras incumplir una indicación que en cualquier otro sitio habría pasado por
salvable. El
protagonista, un capitán de navío inglés llamado Blackthorne encarnado por el actor Richard
Chamberlain, había indicado que dejasen a un faisán colgado
de un árbol hasta que su carne adquiriese la consistencia adecuada para ser
cocinado. Tras unos días, el olor putrefacto que desprendía el animal obligó a
los sirvientes a contravenir aquella simple indicación, y ellos mismos
decidieron la suerte del criado sin informar a Blackthorne, que de haberlo
sabido habría quitado él mismo aquel capricho de en medio. El contraste
cultural entre dicho mundo y el occidental, en el que el deber y honor estaba
por encima de todo, quedó totalmente marcado en aquella situación.
Progamación 19/11/84 (capítulo del faisán) |
Eran otros
tiempos (no hay más que ver el rombo
de advertencia con el que estaba marcada la serie), aunque, veintisiete años más tarde y otros tantos canales más en la
TDT, la
Pantoja sigue dando que hablar, lo cual quiere decir que no
hemos evolucionado demasiado. Pero, casualmente y por circunstancias que muy
poco tienen que ver con lo científico, un faisán vuelve a mí en las mismas
fechas, ante lo cual no he podido obviar aquella escena y volver a preguntarme
por qué razón la exquisitez de aquel animal aumentaba cuanto reposaba al aire
libre unos días.
La
técnica aplicada no es exclusiva de nuestro protagonista, siendo también
extensible a la caza en general. La razón estriba en que, cuando un animal
necesita hacer un esfuerzo físico, su cuerpo realiza un aporte extra del
combustible que necesitan los músculos para funcionar, de manera que se evita
que la fatiga llegue en un momento en que está en juego la vida. Dicho
combustible es el glucógeno, y una vez el animal ha fenecido, el citado
compuesto sufre varios procesos químicos que influyen en el reblandecimiento de
los tejidos.
Ya
desde la antigüedad era una práctica conocida que finalmente originó el término
faisandaje, por ser este ave el más común en su aplicación. Sin embargo, este
acto puede ser al tiempo un completo atentado sanitario y provocar graves
problemas de salud. No hay que irse muy lejos para recordar como una infección
bacteriana alimenticia acabó con el masajista de un equipo ciclista en una vuelta ciclista a España.
El
problema es el tiempo excesivo que los “expertos” dejaban madurar al faisán,
considerando que éste estaba bueno cuando sus plumas empezaban a desprenderse.
También hay una frase típica utilizada en la cocina que evidencia esta dudosa
práctica gastronómica; “la perdiz en la nariz”, es decir, cuando el olor ya da
el “cante” es sinónimo de que ha llegado el momento de su preparación.
Nuevamente se repite la atrocidad, ya que para la caza menor con uno o dos días
de oreo en un sitio fresco es más que suficiente. Al margen de lo anterior hay
que apuntar que la carne de faisán es de un sabor refinado, jugosa y muy
nutritiva, siendo la que menos grasas y calorías presenta entre otros muchas
disponibles en el mercado.
La
difusión de la especie en sí no es muy común por esta zona, de hecho, aunque ya
esté arraigado en nuestro país, sus ancestros eran de origen foráneo, puesto
que fue introducida y extendida en el continente por los romanos debido a su
valor gastronómico. Éstos la descubrieron por primera vez en las cercanías del río Phasis en el país de
Colchis, la actual Georgia, de ahí su nombre científico Phasianus colchicus y,
por evolución lingüística, su nombre común. A partir de ahí, la expansión del
faisán ha sido casi mundial y ha viajado prácticamente por todo el globo terrestre,
algo a lo que ha contribuido su gran capacidad de adaptarse a cualquier
entorno.
Frecuentemente
se hacen sueltas de carácter cinegético en los cotos españoles, gracias a lo
cual la especie subsiste en España, convirtiéndose en un animal de alto valor
para el cazador y es de por sí uno de los mayores trofeos que puede obtener, el
más voluminoso en cuanto a la caza de pluma con un tamaño cercano a los 90 cm.
Así
pues, la vida del faisán ha quedado reducida a una dependencia de la suelta. A
ello contribuye aún más el que sea un animal al que no le gusta alejarse en
exceso cuando se asienta en un sitio, lo cual significa que tarde o temprano
una escopeta tropezará con él. De hecho hay un dicho que asegura que el faisán
suele morir en el sitio que ha nacido, aunque esto es sólo para aquellos que
nacen en libertad.
Indiferente
a su destino, el faisán intentará comenzar una nueva vida en el lugar de
liberación, pero sólo en sitios muy localizados ha escapado a su suerte y
perdurado lo suficiente como para dar rienda suelta a su capacidad vital. No obstante, a decir verdad, tampoco es que tengamos ante nosotros al alma de la
fiesta, ya que sus costumbres no va mucho más allá de su búsqueda de alimento y
refugio. El karaoke tampoco es lo suyo, siendo su canto es una mezcla entre
perdiz y ave de corral. Ni siquiera a la hora del cortejo son demasiado
atrevidos, limitándose a hacer pequeños bailes para convencer a la hembra, en
los que, eso sí, el faisán macho utiliza su impresionante despliegue de
colores.
![]() |
Un tocado con plumas de faisán |
Su
plumaje es ciertamente un elemento que los hace destacar respecto a otras aves
de este país, pues presenta multitud de tonalidades iridiscentes, con reflejos
metálicos que varían entre el verde, azul y púrpura. Las hembras por el
contrario presentan tonalidades ocres y grises muchísimo más apagadas y
orientadas al camuflaje. Igualmente destacables son las dos plumas centrales de
la cola del, utilizadas desde hace mucho tiempo para adornar vestidos,
sombreros y elegantes tocados, algo que precisamente ha sido el germen
principal de este artículo. El problema de estos adornos es que son tan
llamativos que su uso real queda restringido a eventos especiales, por lo que
al día siguiente suelen formar parte de un hueco en el trastero.
Atraído
por las supuestas bondades culinarias del faisán, nuevamente he decidido
ponerme el disfraz de Indiana Jones y embarcarme en la aventura investigadora
que se apodera de mí en cada artículo. En esta ocasión estoy firmemente
decidido a encontrar un faisán, en busca del faisán perdido diría yo, claro
está que he tenido que recurrir nuevamente al único sitio dónde probablemente pueda
encontrarlo, que no es otro que la sección de aves de alguna gran superficie
comercial, pues en lo que a mí respecta nunca he podido observar a alguno en
plena naturaleza, a pesar que de pequeño era habitual el salir con mi padre
cacería.
Ni
muslo, ni pechuga... tras varios intentos fallidos las distintas expediciones
han sido todo un fracaso, y no he podido pasar de la trilogía de la P (pollo, pavo, pato) o como
mucho conseguir un poker con la perdiz,
algunas de las cuales son por cierto de la misma familia que el faisán, pero
que de momento van a seguir copando mi menú, hasta que pueda prepararme yo mismo
una suculenta y delicada receta con faisán, eso sí, sin faisandaje alguno de
por medio.

Faisanes en mi cabeza por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.almabiologica.com.

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