domingo, 16 de octubre de 2011

Faisanes en mi cabeza

Resulta curioso como la mente almacena arbitrariamente recuerdos que la casualidad desempolva años después; en octubre del 84, recién iniciado mi último curso de la desvanecida EGB, la comidilla de la clase no era otra que la reciente serie Shogun, emitida todos los lunes a eso de las nueve y media de la noche.

Abocados como estábamos entonces a dos únicas cadenas televisivas, el impacto mediático de las mismas estaba garantizado. Inmunes aún al efecto que unos desconocidos Hombres G podían tener, que justo en aquellas fechas especulaban incluso en disolver su cuarteto con una última actuación en la denominada Sala Autopista, y tras el reciente bombardeo televisivo que había sobrevenido por la repentina muerte de Paquirri, el turno del momento le llegaba entonces a la citada serie de samuráis.

Queda también grabado en mi recuerdo cómo el profesor de Lenguaje (que así se llamaba la asignatura)  nos sermoneaba sobre lo patético de nuestros comentarios y de la propia película. Probablemente ignoraba, al igual que yo entonces, que estaba basada en una novela histórica que narraba los sucesos acaecidos en Japón en el año 1600 y que significaron la unificación definitiva de todo el territorio nipón. Me hubiera gustado replicarle con este argumento, pero por aquella época, con la pubertad de por medio, estaba uno más pendiente de otras cosas.

Una de las escenas que me dejó más impresionado, describía la situación en la que un sirviente se ofrecía orgullosamente voluntario para ser ejecutado con honor tras incumplir una indicación que en cualquier otro sitio habría pasado por salvable. El protagonista, un capitán de navío inglés llamado Blackthorne encarnado por el actor Richard Chamberlain, había indicado que dejasen a un faisán colgado de un árbol hasta que su carne adquiriese la consistencia adecuada para ser cocinado. Tras unos días, el olor putrefacto que desprendía el animal obligó a los sirvientes a contravenir aquella simple indicación, y ellos mismos decidieron la suerte del criado sin informar a Blackthorne, que de haberlo sabido habría quitado él mismo aquel capricho de en medio. El contraste cultural entre dicho mundo y el occidental, en el que el deber y honor estaba por encima de todo, quedó totalmente marcado en aquella situación.

Progamación 19/11/84 (capítulo del faisán)
Eran otros tiempos (no hay más que ver el rombo de advertencia con el que estaba marcada la serie), aunque, veintisiete años más tarde y otros tantos canales más en la TDT, la Pantoja sigue dando que hablar, lo cual quiere decir que no hemos evolucionado demasiado. Pero, casualmente y por circunstancias que muy poco tienen que ver con lo científico, un faisán vuelve a mí en las mismas fechas, ante lo cual no he podido obviar aquella escena y volver a preguntarme por qué razón la exquisitez de aquel animal aumentaba cuanto reposaba al aire libre unos días.

La técnica aplicada no es exclusiva de nuestro protagonista, siendo también extensible a la caza en general. La razón estriba en que, cuando un animal necesita hacer un esfuerzo físico, su cuerpo realiza un aporte extra del combustible que necesitan los músculos para funcionar, de manera que se evita que la fatiga llegue en un momento en que está en juego la vida. Dicho combustible es el glucógeno, y una vez el animal ha fenecido, el citado compuesto sufre varios procesos químicos que influyen en el reblandecimiento de los tejidos.

Ya desde la antigüedad era una práctica conocida que finalmente originó el término faisandaje, por ser este ave el más común en su aplicación. Sin embargo, este acto puede ser al tiempo un completo atentado sanitario y provocar graves problemas de salud. No hay que irse muy lejos para recordar como una infección bacteriana alimenticia acabó con el masajista de un equipo ciclista en una vuelta ciclista a España.

El problema es el tiempo excesivo que los “expertos” dejaban madurar al faisán, considerando que éste estaba bueno cuando sus plumas empezaban a desprenderse. También hay una frase típica utilizada en la cocina que evidencia esta dudosa práctica gastronómica; “la perdiz en la nariz”, es decir, cuando el olor ya da el “cante” es sinónimo de que ha llegado el momento de su preparación. Nuevamente se repite la atrocidad, ya que para la caza menor con uno o dos días de oreo en un sitio fresco es más que suficiente. Al margen de lo anterior hay que apuntar que la carne de faisán es de un sabor refinado, jugosa y muy nutritiva, siendo la que menos grasas y calorías presenta entre otros muchas disponibles en el mercado.

La difusión de la especie en sí no es muy común por esta zona, de hecho, aunque ya esté arraigado en nuestro país, sus ancestros eran de origen foráneo, puesto que fue introducida y extendida en el continente por los romanos debido a su valor gastronómico. Éstos la descubrieron por primera vez  en las cercanías del río Phasis en el país de Colchis, la actual Georgia, de ahí su nombre científico Phasianus colchicus y, por evolución lingüística, su nombre común. A partir de ahí, la expansión del faisán ha sido casi mundial y ha viajado prácticamente por todo el globo terrestre, algo a lo que ha contribuido su gran capacidad de adaptarse a cualquier entorno.

Frecuentemente se hacen sueltas de carácter cinegético en los cotos españoles, gracias a lo cual la especie subsiste en España, convirtiéndose en un animal de alto valor para el cazador y es de por sí uno de los mayores trofeos que puede obtener, el más voluminoso en cuanto a la caza de pluma con un tamaño cercano a los 90 cm.

Así pues, la vida del faisán ha quedado reducida a una dependencia de la suelta. A ello contribuye aún más el que sea un animal al que no le gusta alejarse en exceso cuando se asienta en un sitio, lo cual significa que tarde o temprano una escopeta tropezará con él. De hecho hay un dicho que asegura que el faisán suele morir en el sitio que ha nacido, aunque esto es sólo para aquellos que nacen en libertad.

Indiferente a su destino, el faisán intentará comenzar una nueva vida en el lugar de liberación, pero sólo en sitios muy localizados ha escapado a su suerte y perdurado lo suficiente como para dar rienda suelta a su capacidad vital. No obstante, a decir verdad, tampoco es que tengamos ante nosotros al alma de la fiesta, ya que sus costumbres no va mucho más allá de su búsqueda de alimento y refugio. El karaoke tampoco es lo suyo, siendo su canto es una mezcla entre perdiz y ave de corral. Ni siquiera a la hora del cortejo son demasiado atrevidos, limitándose a hacer pequeños bailes para convencer a la hembra, en los que, eso sí, el faisán macho utiliza su impresionante despliegue de colores.

Un tocado con plumas de faisán
Su plumaje es ciertamente un elemento que los hace destacar respecto a otras aves de este país, pues presenta multitud de tonalidades iridiscentes, con reflejos metálicos que varían entre el verde, azul y púrpura. Las hembras por el contrario presentan tonalidades ocres y grises muchísimo más apagadas y orientadas al camuflaje. Igualmente destacables son las dos plumas centrales de la cola del, utilizadas desde hace mucho tiempo para adornar vestidos, sombreros y elegantes tocados, algo que precisamente ha sido el germen principal de este artículo. El problema de estos adornos es que son tan llamativos que su uso real queda restringido a eventos especiales, por lo que al día siguiente suelen formar parte de un hueco en el trastero.

Atraído por las supuestas bondades culinarias del faisán, nuevamente he decidido ponerme el disfraz de Indiana Jones y embarcarme en la aventura investigadora que se apodera de mí en cada artículo. En esta ocasión estoy firmemente decidido a encontrar un faisán, en busca del faisán perdido diría yo, claro está que he tenido que recurrir nuevamente al único sitio dónde probablemente pueda encontrarlo, que no es otro que la sección de aves de alguna gran superficie comercial, pues en lo que a mí respecta nunca he podido observar a alguno en plena naturaleza, a pesar que de pequeño era habitual el salir con mi padre cacería.

Ni muslo, ni pechuga... tras varios intentos fallidos las distintas expediciones han sido todo un fracaso, y no he podido pasar de la trilogía de la P (pollo, pavo, pato) o como mucho conseguir un poker con la  perdiz, algunas de las cuales son por cierto de la misma familia que el faisán, pero que de momento van a seguir copando mi menú, hasta que pueda prepararme yo mismo una suculenta y delicada receta con faisán, eso sí, sin faisandaje alguno de por medio.

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Faisanes en mi cabeza por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.almabiologica.com.

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