viernes, 21 de octubre de 2011

La vida en ambientes extremos

Cada día que pasa estamos más cansados de escuchar cómo el desplome de los índices bursátiles o cualquier otro incontrolable acontecimiento empeora la situación económica sin que haya visos de mejora. La bolsa baila a su antojo como una peonza loca, quizás manejada cual marioneta por hilos que desconocemos, el paro sigue en su misma línea, la gasolina por las nubes... A veces me pregunto qué ha pasado para que todo se descontrole, ¿no somos capaces de revertir esto y volver a dónde estábamos?

Sinceramente lo veo difícil, vuelvo la vista a alguna asignatura de mi carrera y creo que nos encontrábamos en lo que se denomina un punto de equilibrio inestable. Habíamos escalado a una cumbre del estado de bienestar y nos manteníamos ahí, como un balón en la cima de una montaña. Empujado hasta allí arriba, sin salvaguardas o barreras suficientes que lo protegieran, ha bastado un pequeño traspiés y algo de viento desfavorable para hacer rodar la pelota cuesta abajo, convirtiéndola en una inmensa bola de nieve que, con su inercia, arrasa con cualquier medida para frenarla.


El efecto bola de nieve se detendrá cuando llegue a una llanura, un punto de equilibrio estable entre las montañas del Himalaya socioeconómico en el que nos hallamos. Aunque por el momento, engullidos por la avalancha, resulta imposible apreciar el final del precipicio, y cuando el alud se detenga, es probable que nos encontremos en un hábitat prácticamente extremo.

¿Y qué es lo que sucede cuando se vive en un ambiente de esas características? Salvando las lógicas diferencias, podemos recurrir a la propia naturaleza y analizar como se desenvuelve, ya que en ella existen muchos entornos considerados extremos en los que las condiciones para la vida son muy difíciles o inviables, tanto que se antoja casi imposible que exista algún ser vivo en ella.

Estos lugares pueden ser de lo más variopintos según las condiciones fisicoquímicas que presenten: con temperaturas cercanas los 100 ºC, o en el sentido opuesto muy por debajo de los 0 ºC, presiones altísimas, altas dosis de radiación, extrema acidez, ausencia absoluta de agua, etc. Los organismos que viven en estos sistemas se denominan extremófilos, amigos de los extremo.

Pensar en esos espacios parece sugerir un desplazamiento a lugares lejanos e inaccesibles: fosas termales submarinas, glaciares, cimas volcánicas, etc. Pero no hay que ir demasiado lejos para encontrar al popular río Tinto, cuyas aguas rojizas obedecen a la extrema acidez y alto contenido en metales pesados de la zona. A pesar de este ambiente supercorrosivo, existen organismos viviendo en él; algas, algunos hongos, pero sobre todo bacterias han proliferado alimentándose exclusivamente de las propias rocas y minerales, literalmente comiendo piedras, tanto que dicho lugar ha sido elegido como objeto de estudio microbiológico de posible vida en otros planetas.

Sin embargo, aún podemos hallar un lugar más cercano. No debemos olvidar que Morón se encuentra en una región que estuvo cubierta por el mar en tiempos remotos, el cual, al ir retirándose, quedó enclaustrado formando grandes lagunas, cuya desecación final originó zonas de alta concentración salina, hecho que se manifiesta en muchos lugares de nuestra localidad.

El pozo salado en Morón de la Frontera
En la búsqueda de estos parajes, he aparcado temporalmente los largos desplazamientos vacacionales para recorrer algunos de los antiguos emplazamientos en los que, no hace tanto tiempo, la gente “veraneaba”. Uno de ellos es el conocido como “la chorrera” o “pozo salado”, cuyas aguas presentan una altísima salinidad y antaño eran apreciadas en los alrededores por cicatrizar cualquier pequeña herida. Tras esquivar al ganado vacuno colindante y a los insistentes intentos de un par de tábanos por hacerse con mi plasma sanguíneo, pude dar fe de su constitución salina tras alguna esporádica “inmersión” en la improvisada alberca. No obstante, no contento con la subjetiva visión de mis papilas gustativas, decidí medir su salinidad de un modo empírico, comprobando como ésta encajaba en los parámetros de un entorno marino, casi 33 gr de sal por litro. Un valor ciertamente elevado, pues un vertido de dichas características incumpliría nuestras ordenanzas municipales multiplicando por 25 lo permitido. En definitiva, un pequeño mar en miniatura situado en pleno monte, ambiente en el que sólo algunas algas, pequeños escarabajos acuáticos y larvas de mosca de la sal se atreven a sobrevivir.

Una muestra de la fauna "salina"

Así pues, estos serían algunos ejemplos de entornos extremos, pero, ¿cuál sería el que mejor representa nuestra situación social? Un ambiente ácido sería el primer candidato: la corrosión/corrupción (palabras de un mismo origen etimológico) que acaba con toda iniciativa natural pudriendo la misma. No, no es ese es el descriptor acertado de la situación global, es quizás un ingrediente más.

¿Exceso de radiación? Más que posible si consideramos como tal el bombardeo de sobreinformación y desinformación que, en forma de ondas de radio (físicamente una radiación más), nos llega por diversos medios: televisión, radio, móvil, etc.

También puede que estemos ante un ambiente de altas presiones: el trabajo, las prisas, la hipoteca, el nivel de vida... Podría ser, aunque la obviedad del símil hace que me decante por uno menos evidente; en mi opinión estamos bajo un ambiente halófilo, nuestro entorno se ha transformado en un lugar extremadamente salino, como nuestro peculiar pozo.

El medio salino puede parecer menos nocivo inicialmente, pero se rige por unos principios que, aunque actúan de manera más pausada, llegan a ser verdaderamente exigentes: los gradientes (diferencias) de concentración y la osmosis. Es muy sencillo, cuando en el exterior existe mucha concentración de sales, el agua de cualquier organismo, el propio fluido del interior de las células, intenta salir hacia el exterior para igualar la diferencia, lo cual a la postre termina deshidratando y “secando” al individuo.
El ambiente salino de "la chorrera"

Comparativamente, el entorno hipersalino sociolaboral podría asemejarse a la extrema competencia empresarial actual. La alta concentración de empresas, muchas de ellas foráneas ávidas por abrir un nuevo mercado o por morder un trozo de un pastel que ha menguado, provoca que los precios a los que ofertan sus servicios bajen temerariamente. Esta concentración origina la desecación de otras muchas empresas, basta decir que en los dos últimos años se estima que en España han desaparecido al menos unas 150.000. Por descontado, todo termina afectando también a nivel individual, por lo que al margen del paro, empresa y persona se dejan el alma y sus “jugos”, sangre, sudor y lágrimas como se suele decir, para conseguir un contrato o sacar un proyecto adelante.

¿Y qué hace entonces un ser vivo para sobrevivir en este medio? Los oportunistas aprovechan los cortos periodos de bonanza, por ejemplo tras breves periodos pluviales que reducen la salinidad. Apuestan a lo seguro, pero su tiempo de vida suele ser muy corto. Hay también otras adaptaciones ingeniosas, pero nada de esto vale cuando la cosa se pone fea de verdad. Ante tal coyuntura, la única solución es conseguir que los tejidos y células alberguen una concentración similar a la del exterior, es decir, se convierten en salinos, evitando así la diferencia con el exterior y salida de fluidos internos. Como diría alguien de mi empresa: un periodo de dificultades se convierte en oportunidades para aquellos que las saben gestionar.

Entonces, ¿hay que volverse salino? A veces lo hacemos inconscientemente, ya que al final todos quedamos influidos por la situación y buscamos también al proveedor más económico. Algo lógico, pero que puede contribuir aún más a aumentar la salinidad del entorno. Un sencillo ejemplo que todos entenderemos lo constituyen los modernos “chinos de todo a 100”, tentadores como pocos por precio y que ya venden absolutamente de todo, pero que terminan ahogando al resto de comercios de similares características. Es imposible competir con ellos, funcionan en plan Juan Palomo, todo lo hacen ellos y todo queda en casa. A mayor escala, la globalización también tiene sus efectos, pues las grandes empresas contratan por debajo de coste lo que antes se hacía a un precio razonable, y una vez hecho esto a veces no queda más remedio que externalizar el trabajo hacia otros países que ofrecen un menor coste de los recursos humanos.

Llegados a este punto, debo decir que, influenciado quizás por los baños de sobremesa en el pozo y por el regusto salado de sus aguas, es posible que todas estas elucubraciones no sean más que fruto de una insolación veraniega, por lo no querría dar lugar a equívocos xenófobos de ningún tipo.
Individuo intentando "coger moreno" en las aguas saladas
De hecho, la sal es absolutamente necesaria para la vida, sin ella no sería posible vivir. Cualquier organismo la utiliza precisamente en los intercambios de nutrientes en las células (mecanismo celular denominado bomba de sodio potasio), y sin sal, los principios osmóticos harían que las células se inflasen de líquidos provocando su ruptura. Por ello mismo, en la antigüedad, la sal era considerada como elemento de pago, de ahí el origen del “salario”. Nuestra sal social también es igualmente necesaria, una falta de sales hace que las empresas crezcan de manera antinatural y menos sanas, digamos que sin anticuerpos y no preparadas ante cualquier catastrófico trastorno futuro.

Salida del regero salido del pozo
Vuelvo a preguntarme; ¿hemos de salinizarnos? O como dice un compañero de trabajo; “¿ha querido el mundo que seamos chinos?” Observando de nuevo el lugar de mis baños, miro un poco más adelante y veo como el manantial salino que sale del pozo, se une a unos 15 o 20 metros con otro efluente de agua dulce, que va diluyendo la salinidad reverdeciendo paulatinamente el curso del riachuelo. Puede que esa sea la solución, creo que más que buscar la salazón total, convendría diluir la sal exterior e igualar las concentraciones desde fuera, apostando más por lo nuestro, por lo autóctono a todos los niveles, aunque las gangas puedan ser muy seductoras. La sal debe estar presente, por supuesto, pero de forma equilibrada y adecuada para la vida, de lo contrario, a este paso terminaremos también por tener que comernos las piedras.

Licencia Creative Commons
La vida en ambientes extremos por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.almabiologica.com.

domingo, 16 de octubre de 2011

Faisanes en mi cabeza

Resulta curioso como la mente almacena arbitrariamente recuerdos que la casualidad desempolva años después; en octubre del 84, recién iniciado mi último curso de la desvanecida EGB, la comidilla de la clase no era otra que la reciente serie Shogun, emitida todos los lunes a eso de las nueve y media de la noche.

Abocados como estábamos entonces a dos únicas cadenas televisivas, el impacto mediático de las mismas estaba garantizado. Inmunes aún al efecto que unos desconocidos Hombres G podían tener, que justo en aquellas fechas especulaban incluso en disolver su cuarteto con una última actuación en la denominada Sala Autopista, y tras el reciente bombardeo televisivo que había sobrevenido por la repentina muerte de Paquirri, el turno del momento le llegaba entonces a la citada serie de samuráis.

Queda también grabado en mi recuerdo cómo el profesor de Lenguaje (que así se llamaba la asignatura)  nos sermoneaba sobre lo patético de nuestros comentarios y de la propia película. Probablemente ignoraba, al igual que yo entonces, que estaba basada en una novela histórica que narraba los sucesos acaecidos en Japón en el año 1600 y que significaron la unificación definitiva de todo el territorio nipón. Me hubiera gustado replicarle con este argumento, pero por aquella época, con la pubertad de por medio, estaba uno más pendiente de otras cosas.

Una de las escenas que me dejó más impresionado, describía la situación en la que un sirviente se ofrecía orgullosamente voluntario para ser ejecutado con honor tras incumplir una indicación que en cualquier otro sitio habría pasado por salvable. El protagonista, un capitán de navío inglés llamado Blackthorne encarnado por el actor Richard Chamberlain, había indicado que dejasen a un faisán colgado de un árbol hasta que su carne adquiriese la consistencia adecuada para ser cocinado. Tras unos días, el olor putrefacto que desprendía el animal obligó a los sirvientes a contravenir aquella simple indicación, y ellos mismos decidieron la suerte del criado sin informar a Blackthorne, que de haberlo sabido habría quitado él mismo aquel capricho de en medio. El contraste cultural entre dicho mundo y el occidental, en el que el deber y honor estaba por encima de todo, quedó totalmente marcado en aquella situación.

Progamación 19/11/84 (capítulo del faisán)
Eran otros tiempos (no hay más que ver el rombo de advertencia con el que estaba marcada la serie), aunque, veintisiete años más tarde y otros tantos canales más en la TDT, la Pantoja sigue dando que hablar, lo cual quiere decir que no hemos evolucionado demasiado. Pero, casualmente y por circunstancias que muy poco tienen que ver con lo científico, un faisán vuelve a mí en las mismas fechas, ante lo cual no he podido obviar aquella escena y volver a preguntarme por qué razón la exquisitez de aquel animal aumentaba cuanto reposaba al aire libre unos días.

La técnica aplicada no es exclusiva de nuestro protagonista, siendo también extensible a la caza en general. La razón estriba en que, cuando un animal necesita hacer un esfuerzo físico, su cuerpo realiza un aporte extra del combustible que necesitan los músculos para funcionar, de manera que se evita que la fatiga llegue en un momento en que está en juego la vida. Dicho combustible es el glucógeno, y una vez el animal ha fenecido, el citado compuesto sufre varios procesos químicos que influyen en el reblandecimiento de los tejidos.

Ya desde la antigüedad era una práctica conocida que finalmente originó el término faisandaje, por ser este ave el más común en su aplicación. Sin embargo, este acto puede ser al tiempo un completo atentado sanitario y provocar graves problemas de salud. No hay que irse muy lejos para recordar como una infección bacteriana alimenticia acabó con el masajista de un equipo ciclista en una vuelta ciclista a España.

El problema es el tiempo excesivo que los “expertos” dejaban madurar al faisán, considerando que éste estaba bueno cuando sus plumas empezaban a desprenderse. También hay una frase típica utilizada en la cocina que evidencia esta dudosa práctica gastronómica; “la perdiz en la nariz”, es decir, cuando el olor ya da el “cante” es sinónimo de que ha llegado el momento de su preparación. Nuevamente se repite la atrocidad, ya que para la caza menor con uno o dos días de oreo en un sitio fresco es más que suficiente. Al margen de lo anterior hay que apuntar que la carne de faisán es de un sabor refinado, jugosa y muy nutritiva, siendo la que menos grasas y calorías presenta entre otros muchas disponibles en el mercado.

La difusión de la especie en sí no es muy común por esta zona, de hecho, aunque ya esté arraigado en nuestro país, sus ancestros eran de origen foráneo, puesto que fue introducida y extendida en el continente por los romanos debido a su valor gastronómico. Éstos la descubrieron por primera vez  en las cercanías del río Phasis en el país de Colchis, la actual Georgia, de ahí su nombre científico Phasianus colchicus y, por evolución lingüística, su nombre común. A partir de ahí, la expansión del faisán ha sido casi mundial y ha viajado prácticamente por todo el globo terrestre, algo a lo que ha contribuido su gran capacidad de adaptarse a cualquier entorno.

Frecuentemente se hacen sueltas de carácter cinegético en los cotos españoles, gracias a lo cual la especie subsiste en España, convirtiéndose en un animal de alto valor para el cazador y es de por sí uno de los mayores trofeos que puede obtener, el más voluminoso en cuanto a la caza de pluma con un tamaño cercano a los 90 cm.

Así pues, la vida del faisán ha quedado reducida a una dependencia de la suelta. A ello contribuye aún más el que sea un animal al que no le gusta alejarse en exceso cuando se asienta en un sitio, lo cual significa que tarde o temprano una escopeta tropezará con él. De hecho hay un dicho que asegura que el faisán suele morir en el sitio que ha nacido, aunque esto es sólo para aquellos que nacen en libertad.

Indiferente a su destino, el faisán intentará comenzar una nueva vida en el lugar de liberación, pero sólo en sitios muy localizados ha escapado a su suerte y perdurado lo suficiente como para dar rienda suelta a su capacidad vital. No obstante, a decir verdad, tampoco es que tengamos ante nosotros al alma de la fiesta, ya que sus costumbres no va mucho más allá de su búsqueda de alimento y refugio. El karaoke tampoco es lo suyo, siendo su canto es una mezcla entre perdiz y ave de corral. Ni siquiera a la hora del cortejo son demasiado atrevidos, limitándose a hacer pequeños bailes para convencer a la hembra, en los que, eso sí, el faisán macho utiliza su impresionante despliegue de colores.

Un tocado con plumas de faisán
Su plumaje es ciertamente un elemento que los hace destacar respecto a otras aves de este país, pues presenta multitud de tonalidades iridiscentes, con reflejos metálicos que varían entre el verde, azul y púrpura. Las hembras por el contrario presentan tonalidades ocres y grises muchísimo más apagadas y orientadas al camuflaje. Igualmente destacables son las dos plumas centrales de la cola del, utilizadas desde hace mucho tiempo para adornar vestidos, sombreros y elegantes tocados, algo que precisamente ha sido el germen principal de este artículo. El problema de estos adornos es que son tan llamativos que su uso real queda restringido a eventos especiales, por lo que al día siguiente suelen formar parte de un hueco en el trastero.

Atraído por las supuestas bondades culinarias del faisán, nuevamente he decidido ponerme el disfraz de Indiana Jones y embarcarme en la aventura investigadora que se apodera de mí en cada artículo. En esta ocasión estoy firmemente decidido a encontrar un faisán, en busca del faisán perdido diría yo, claro está que he tenido que recurrir nuevamente al único sitio dónde probablemente pueda encontrarlo, que no es otro que la sección de aves de alguna gran superficie comercial, pues en lo que a mí respecta nunca he podido observar a alguno en plena naturaleza, a pesar que de pequeño era habitual el salir con mi padre cacería.

Ni muslo, ni pechuga... tras varios intentos fallidos las distintas expediciones han sido todo un fracaso, y no he podido pasar de la trilogía de la P (pollo, pavo, pato) o como mucho conseguir un poker con la  perdiz, algunas de las cuales son por cierto de la misma familia que el faisán, pero que de momento van a seguir copando mi menú, hasta que pueda prepararme yo mismo una suculenta y delicada receta con faisán, eso sí, sin faisandaje alguno de por medio.

Licencia Creative Commons
Faisanes en mi cabeza por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.almabiologica.com.