jueves, 7 de junio de 2012

La okonomiselva de Amami


Aunque habitualmente me dedico a escribir sobre la biodiversidad de nuestro entorno cercano, por una vez, y sin atreverme a afirmar “sin que sirva de precedente”, me veo abocado a escribir sobre una zona un tanto más lejana.

Este pequeño impás no obedece más que a la necesidad de contar las cosas que nos aborda a todos cuando hemos experimentado alguna vivencia novedosa. Así que, haciendo gala del citado egoísmo narrativo, me referiré a un reciente viaje que he efectuado al otro extremo del mundo junto a otros 7 “aventureros” más, en concreto a una pequeña isla japonesa a unos 12.500 km de España: Amami Oshima.

La verdad es que podría rellenar páginas sobre la variedad biológica, cultural o gastronómica del lugar, pero intentaré centrarme en el objetivo habitual del artículo dejando a un lado la eclosión de sabores acontecida en mi paladar. En el aspecto biológico podría destacar un sin fin de cosas: desde el conejo ryukyu, un prehistórico roedor negro que en sus escapadas tapona la madriguera con tierra para salvaguardar a sus crías y que nunca llegué a ver, cabras que viven en acantilados sobre el mar, un pollo autóctono del cual vi, en pinchitos, todas las partes posibles y un sin fin de especies vegetales en una selva que era una desordenada mezcla de helechos gigantes, palmeras, abetos, manglares y otras muchas especies.

No obstante, si ha habido un entorno por excelencia en el viaje, éste ha sido el marino. Dentro del mismo el evento más impactante no fue otro que el snorkeling, bien sea por la novedad, espectacularidad o porque alguno que otro no aguantó el tipo y otorgó a los peces un improvisado almuerzo gástrico. Basta decir que el primer animal que divisé no fue otro que una serpiente de mar, que para los neófitos diré que se trata del segundo animal más venenoso de nuestro planeta, con un veneno 100 veces más potente que el de la peor de las serpientes terrestres. Afortunadamente no suelen atacar y demostró tener más miedo que otra cosa, emprendiendo una rápida huida hacia el fondo marino. A partir de ahí se abrió otra impresionante selva subacuática con peces tropicales de todo tipo, en la que también hubo tiempo para un fugaz encuentro con un banco de las siempre peligrosas barracudas.

En el centro, la serpiente de mar fotografiada con mi cámara

Por otra parte, acostumbrados como estamos a los cuatro cangrejos y mejillones que aún soportan la embestida de contaminación en el Mediterráneo, las jornadas playeras en el Pacífico no podían ofrecer otra cosa que nuevos hallazgos singulares, de los cuales hice acopio temporal hasta satisfacer mi curiosidad. Eso sí, se ve que hay costumbres universales y no faltó la abuela japonesa con rastrillo recolectando algo parecido a berberechos. Rememorando todos aquellos momentos, la insistencia del único componente japonés del grupo en saber si cada bicho en cuestión era comestible, me ha llevado a postular la siguiente hipótesis:

Si bien en el entorno de mi familia, conocida antaño en Morón como “los saluitos”, hay una máxima: “Cuando se va al campo siempre hay que traerse algo: si no hay espárragos... tagarninas, o alcauciles, leña, da igual, lo que sea...”. Yo diría que todo japonés tiene otra: “Todo bicho viviente, ya sea animal, vegetal u hongo, es susceptible de ser comido”.

En verdad, la diversidad culinaria no tiene fronteras en este país y estoy convencido de que, a poco que “algo” cae en manos de un japonés, éste ya está pensando si aquello se come y cómo cocinarlo. ¿Cómo si no han podido llegar a cocinar el venenoso pez globo o fugu?, cuya peligrosidad en la preparación depende de lo bien o mal en que se corte su carne. Lo cual me hace pensar en cómo llegaron a descubrir este aspecto los primeros comensales que hicieron la degustación.

Es por ello que no me sorprendió ver en las cartas de comida a un animal que siempre me ha parecido curioso y del cual ya había encontrado restos en la playa. Se trata de los caracoles cono marinos, muy apreciados entre los coleccionistas de conchas por sus llamativos colores y diseños, pero igualmente peligrosos por su potente veneno.

En este caso la cuestión no es que su carne sea más o menos tóxica, sino de que este el caracol puede atacarnos cuando se ve amenazado. Es cierto, un caracol que ataca y que además es carnívoro. El caracol utiliza el veneno esencialmente para paralizar y atrapar a sus presas (peces, caracoles y otros animales marinos) a las cuales detecta químicamente, inyectando el mismo con una especie de dardo que funciona igual que un arpón a la hora de cobrar su captura.

Conos de Amami

Las costumbres del cono son nocturnas, por lo que los incidentes suelen ser muy esporádicos. No obstante, siempre hay que tener cuidado a la hora de remover la arena o mirar bajo las piedras en el agua, y aún más cuando por curiosidad o coleccionismo decidimos recogerlo, pues su pequeño arpón es capaz incluso de atravesar el neopreno. Además no da lugar a reaccionar, pues el disparo se produce en sólo un milisegundo, lo cual constituye el movimiento más rápido que se conoce en cualquier ser vivo, una curiosa antítesis al tratarse de un caracol. A partir de ahí se siente un dolor agudo inicial, que da paso a parálisis muscular progresiva que puede desembocar en la muerte en un lapso de 2 a 6 horas.

No obstante, no todos los conos son mortales para el hombre, siendo las características y potencialidad del veneno variantes según la especie, de hecho hay una pequeña especie mediterránea que es totalmente inocua para el hombre. Por otra parte se ha comprobado que estos caracoles optimizan progresivamente su veneno, pues los genes que codifican el mismo mutan genéticamente a una velocidad 5 veces superior a los de cualquier animal superior.

Cada especie de cono tienen un veneno distinto que puede tener unas 100 sustancias activas distintas, muchas más que el de las serpientes u otras especies venenosas, lo cual lo hace muy interesante desde el punto de vista farmacológico. Es por ello que, actualmente, uno de los primeros objetivos de investigación de la industria farmacéutica se centra en las toxinas de los conos, habiéndose conseguido ya sintetizar un analgésico mil veces más efectivo que la morfina, con el valor añadido de no generar adicción. Aún quedan por analizar miles de compuestos en estos venenos, por lo que enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson o la epilepsia entre otras, ya han depositado sus esperanzas en estos caracoles.

En mi caso particular no quise provocar ningún tipo de arriesgado experimento y sólo me dedique a recolectar conchas de conos vacías en la playa, así como de alguna que otra especie de trochus, otro tipo de caracol marino de forma cónica. Ni que decir tiene que muchos de estos animales están en peligro de extinción y que el tráfico de conchas está penado, las conchas de alguna especie concreta de cono pueden valer incluso hasta 1000 €,  por lo que antes de salir de la isla convenía informarse debidamente, y salvo por una extraña raíz de patata autóctona no había problemas en sacar los pequeños trofeos de aquel lugar.

Las conchas salpican actualmente distintas zonas de mi casa como recuerdos del viaje, pero las sorpresas de Amami no habían acabado aún: una semana después de llegar a España y mientras me cepillaba los dientes, una de las conchas adquiridas comenzó a moverse por el filo del lavabo. Al poco salieron unas grandes patas peludas de su interior, propiedad de un enorme cangrejo ermitaño que hasta entonces había sido totalmente imperceptible. Lo mismo ocurrió con las mismas conchas de otros compañeros, y al parecer estuvieron deambulando por el suelo unos días alimentándose de dios sabe qué.

Ermitaño sobre un trochus
 
El bicho en cuestión había soportado en una bolsa de plástico un  regreso de casi 24 horas de duración y miles de kilómetros en la bodega del avión, y más tarde las temperaturas en el maletero de un coche al sol ligero durante todo un día, esquivando por los pelos la erupción pocos días después del famoso volcán islandés. No es de extrañar que estuviera exhausto y finalmente saliera de la concha para fenecer. El jetlag pudo finalmente con él, como casi lo hace conmigo por cansancio y fatiga corporal, única pega que tiene el realizar este espectacular viaje al país del sol  naciente del cual llevo ya dos ediciones.


Publicado en Morón de la Frontera en mayo del 2010

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