domingo, 24 de junio de 2012

El futuro insecto palo

La reproducción es una característica biológica común de todos los seres vivos conocidos que permite a éstos seguir perpetuándose. En este aspecto cada especie ha elegido su propia táctica, muchas de ellas, la humana sin ir más lejos, ha optado por la reproducción sexual. Sin entrar en cuestiones de naturaleza más frívola, esta decisión presenta sus ventajas e inconvenientes. Como principal elemento ventajoso se encuentra el hecho de potenciar la variación genética de la especie y su evolución, ya que los descendientes contienen una mezcla de los genes de sus progenitores.

El mayor contratiempo no es otro que un gran desgaste de los individuos por la necesidad de encontrar  una pareja, algo que está sujeto también a la proporción de individuos de ambos sexos en cada especie. En el caso del ser humano siempre me ha llamado la atención la leyenda urbana que dice que hay más mujeres que hombres. Esto en realidad es sólo una verdad a medias, pues en la población mundial existe aproximadamente un 1% más de hombres que de mujeres. A priori, estadísticamente uno de cada cien hombres se queda sin pareja, pero para alivio de algunos he de decir que en estado adulto el número de mujeres es un 4% mayor, por eso sólo hay algo de cierto en que el número de mujeres es mayor. Simplemente ellas viven más que nosotros y además tienen una mejor salud. Como dato significativo que corrobora lo anterior, cabe mencionar que en España nacen cada año unos 15.000 hombres más que mujeres. ¿Dónde están? se preguntarían algunas compañeras mías. No obstante, en el caso particular de la provincia de Sevilla el número de mujeres es un 2% superior al de hombres, a lo cual, otros a los que conozco, replicarían exactamente lo mismo que las anteriores. Creo realmente que lo único que separa a unos de otros es nuestro propio nivel de exigencia, el creer a veces que nos merecemos algo mejor y el miedo al compromiso.

Aunque las diferencias poblacionales entre ambos sexos no son significativas, lo cierto es que la natalidad española no pasa precisamente por su mejor época, de hecho nos encontramos a la cola del mundo en este aspecto. No me voy a extender en las causas que hacen que nuestro país esté abocado a convertirse en un país de “viejos” dentro de unas décadas, pero las dificultades económicas, la mencionada falta de compromiso o el cambio de mentalidad en las personas, buscando más su desarrollo personal, hacen que el instinto paternal y maternal quede en un rincón temporal al que cada vez se hace más difícil arribar en la fecha adecuada.

Los animales tampoco están exentos de inconvenientes similares, aunque en este caso los problemas son de otra índole: encontrar a tu pareja en una vastísima extensión, que no se te coman por el camino, que cuando llegues no esté con otro-a, o si te descuidas, que se te coma tu posible cónyuge. Ante tantos inconvenientes, las hembras de algunos animales han optado por atajar de raíz la cuestión: si el mercado masculino está bajo mínimos... apañémonos solas. Entre otros, esta radical decisión fue tomada hace millones de años por los denominados insectos palo, y desde entonces sus hembras tienen la capacidad de perpetuar la especie por sí mismas.

El proceso que siguen para ello se denomina partenogénesis, las hembras de insectos palo son capaces de generar huevos fértiles de manera asexual, pero al no haber mezcla de genes, los individuos que nacen de los mismos son idénticos a su madre, en realidad la hembra lo que hace es clonarse a sí misma. Esto conlleva que la evolución de la especie sea muy lenta. Para evitar esto, también han buscado una solución: cada 40 generaciones aparece un grupo de machos de forma que los genes se entremezclan, posibilitando el proceso evolutivo. Los machos son pues extraordinariamente escasos, de hecho en algunas especies de insectos palo aún no han sido localizados.

Otras de las características fundamentales de estos bichitos es que constituyen un grupo experto en camuflaje, de hecho pertenecen al orden de los insectos llamados fásmidos, palabra que proviene del latín phasma y que significa fantasma, designados así por su capacidad de ocultarse y presentarse como una aparición ante nuestros ojos. Para contribuir al disfraz adoptan además una adecuada postura corporal que, asociada a su escasa movilidad, los hace casi imperceptibles.


Por nuestra zona se pasean tres variedades de especies que se asemejan a ramitas verdes o marrones, pero en otras zonas del mundo las hay que parecen auténticas hojas o incluso flores, todas ellas siempre de carácter vegetariano. La obsesión por el camuflaje la trasladan incluso a sus huevos, que se asemejan a semillas y que a veces ni se molestan en ocultar, dejándolos caer al suelo en la puesta desde donde se encuentren. Tres o cuatro meses después, en las incomestibles semillas se abre una especie de trampilla por la que sale un nuevo clon.

Los insectos palo han evolucionado de forma muy curiosa, inicialmente tenían alas pero las perdieron debido a su modo de vida, era más fácil ocultarse sin ellas. Sin embargo, se ha comprobado cómo algunas especies volvieron a recuperarlas después. Esto que parece un hecho más sin importancia, constituye el primer ejemplo de cómo unos órganos complejos que se perdieron, pueden ser recuperados mucho más tarde en el linaje evolutivo. Una demostración de que la genética tiene memoria interna, aunque las alas no se encontrasen físicamente allí.


El futuro artificial del hombre: esperma microinyectado en ovocito

La evolución tiene estas cosas, y ya hemos visto cómo los fásmidos han sido capaces de adaptarse a cada situación e incluso relegar a los machos a un papel más que secundario. Al ritmo que vamos no me  extrañaría que la población femenina tomara un día una decisión parecida, recordemos: ellas son más longevas, más saludables y, si quisieran, más independientes, mientras que por nuestra parte los índices de infertilidad son cada vez más altos, estamos además genéticamente diseñados para ser infieles y el día del “orgullo” gay crece año a año. Así que, por si acaso, cuidémoslas un poco más, o nos convertiremos en auténticos y solitarios machos de insecto palo.

Existe un vulgar dicho que dice así: "Todos los hombres hemos ganado
una gran carrera en la que participaron millones y sólo nosotros fuimos
el campeón". Puede que dentro de unos años esa carrera ya ni se dispute
 




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El futuro insecto palo por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported. Basada en una obra en www.almabiologica.com.

domingo, 17 de junio de 2012

Empusa, la mantis vampiresa



En 1897, Bram Stoker, un humilde escritor irlandés, realizó la que es actualmente una de las obras literarias más leídas de la historia de la humanidad: Drácula.

Stoker, influenciado por las historias de miedo que su madre le contaba de pequeño, eligió como protagonista de su relato a un personaje real del siglo XV: Vlad Draculea, un despiadado y sanguinario príncipe rumano que practicaba una extrema crueldad tanto con sus enemigos como con cualquier otro que le importunara. No obstante, pese a lo macabro de sus actos, Vlad nunca fue un vampiro, una licencia permisible en toda novela de ficción que se tomó Stoker, máxime cuando éste concibió su obra maestra después de toda una noche de alucinaciones provocadas por una indigestión de cangrejos.

Desde entonces, la concepción de los vampiros ha estado influenciada por la citada novela y su traslación al mundo del celuloide. Pero Stoker no sacó el vampirismo sólo de unos crustáceos mal digeridos, pues la existencia de “chupasangres” ha estado presente prácticamente en las leyendas de todas las culturas: en Mesopotamia se invocaba a los dioses para protegerse de los Utuhu y los Maskin, seres similares a los vampiros. En el antiguo Egipto y la India eran algunos de los propios dioses los que practicaban el vampirismo, Srun y Kali Ma (famosa en “El templo maldito” de Indiana Jones). En la América precolombina todas las civilizaciones tenían su propio ser de ultratumba, Pihuychen, Civatateo o Camazotz hacían de las suyas con la hemoglobina. Y así con otras muchas más civilizaciones.

En Europa las leyendas de los “adictos” al plasma sanguíneo tuvieron su auge en determinadas épocas del medievo, volviendo a resurgir siglos más tarde, aunque mucho antes, y como suele ser habitual, la mitología griega tenía también reservado su monstruo particular en este apartado: Empusa era un espeluznante ser de la antigua Grecia que tenía la capacidad de transformarse en distintos animales o bestias según su conveniencia, un supuesto poder que nuestro irlandés copió para trasladarlo a los vampiros modernos.

También era capaz de mostrarse bajo la forma de una bellísima mujer de ojos verdes con delicadas y atractivas formas. Otro elemento que la cultura vampírica moderna también ha replicado, pues cada vez que hay una vampiresa en una película se presenta como una mujer tremendamente atractiva e incluso sensual y atrayente, por la que cualquiera se dejaría morder. Dejando al margen el buen gusto de Drácula a la hora de escoger pareja, ésta es una facultad que al parecer las vampiresas explotan para atraer a sus víctimas. La propia Empusa gustaba de pasearse en las noches de luna llena enamorando a los jóvenes a los que bebía la sangre. Aunque cuando se transformaba en doncella lo hacía con una deficiencia, pues una de sus piernas era de bronce. Un complejo estético que chafaba sus planes cada dos por tres y de la cual era objeto de burla.
La clásica imagen de Vlad Tepes o Draculea
 (retrato de 1560). Prometo poner otra si
alguna vez  fotografío a un vampiro

Aunque siempre hay algo en lo que se fundamenta toda leyenda, empiezo a dudar de la existencia de tanto ser fantástico. Además es matemáticamente imposible, ya que, atendiendo a la norma de que todo el que es mordido se convierte en uno y que cada uno debe alimentarse al menos una vez al mes, los vampiros se duplicarían mensualmente y bastaría uno sólo de ellos para convertir en “no muertos” a toda la población mundial en menos de tres años (6.500 millones de personas, hagan la cuenta), es decir, ahora mismo no existiríamos. O simplemente esas no son las reglas vampíricas y he dejar el correspondiente hueco al mundo sobrenatural.

Empusa seguiría dando que hablar en siglos venideros, aunque por motivos bien distintos. En 1815, el naturalista sueco Carl Peter Thumber, descubrió al animal que nos ocupa hoy, un insecto perteneciente a la familia de las mantis, y al ver su rostro, no pudo más que pensar en el citado monstruo griego. Si a eso unimos que otras especies de mantis tienen por costumbre devorar esporádicamente a los machos amantes, la asociación de nombres venía como anillo al dedo.

Empusa pennata camuflada en la hierba seca

La Empusa pennata es una mantis muy abundante en las regiones cálidas de Europa, principalmente en España y Portugal. Es conocida también como mantis palo por su capacidad de mimetizarse con el ramaje y matorrales, presentando además en el abdomen extensiones o lóbulos que simulan hojas, efecto que puede apreciarse en una de las fotos adjuntas y que las hace muy difíciles de localizar. En su colorido suelen aparecer los tonos parduscos, aunque también se pueden apreciar los verdes e incluso los rosados.

Los machos de mantis presentan una especie de antenas "plumosas"

Su forma de vida es similar a la de la mantis religiosa, aunque en este caso su menor corpulencia las limita a presas de menor tamaño, sin embargo tiene mayores facultades voladoras, algo que Thumber dejó patente en el apellido de la misma, pues pennata significa eso mismo.

Su objetivo como en todo animal se centra en la procreación, es en ese momento cumbre donde la mayoría de las especies de mantis se comportan de manera peculiar una vez acabado el acto. Pero pese a la reputación que le confiere su nombre, la hembra de esta mantis no suele acabar de motu propio con su pareja salvo raras excepciones.

El problema realmente reside en los machos, que una vez cumplido el propósito de perpetuar sus genes y para completar la analogía esotérica de éste artículo, se lanzan a los brazos de su amada casi implorando un “muérdeme”, emulando así el éxtasis vampírico que exhiben las víctimas femeninas en toda película vampiresca que se precie. En realidad no es una mera cuestión de atracción, sino que el futuro padre ya vela ya desde ese momento por el estado de su incipiente progenie. Los machos simplemente se consideran a sí mismos como la fuente de proteínas más cercana para su mujer embarazada, y, a sabiendas de que nunca llegarían a conocer a su prole, llevarán al extremo aquello de dar la vida por sus hijos.


Publicado en Morón de la Frontera en octubre de 2008

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Empusa, la vampiresa por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported. Basada en una obra en www.almabiologica.com.

jueves, 7 de junio de 2012

La okonomiselva de Amami


Aunque habitualmente me dedico a escribir sobre la biodiversidad de nuestro entorno cercano, por una vez, y sin atreverme a afirmar “sin que sirva de precedente”, me veo abocado a escribir sobre una zona un tanto más lejana.

Este pequeño impás no obedece más que a la necesidad de contar las cosas que nos aborda a todos cuando hemos experimentado alguna vivencia novedosa. Así que, haciendo gala del citado egoísmo narrativo, me referiré a un reciente viaje que he efectuado al otro extremo del mundo junto a otros 7 “aventureros” más, en concreto a una pequeña isla japonesa a unos 12.500 km de España: Amami Oshima.

La verdad es que podría rellenar páginas sobre la variedad biológica, cultural o gastronómica del lugar, pero intentaré centrarme en el objetivo habitual del artículo dejando a un lado la eclosión de sabores acontecida en mi paladar. En el aspecto biológico podría destacar un sin fin de cosas: desde el conejo ryukyu, un prehistórico roedor negro que en sus escapadas tapona la madriguera con tierra para salvaguardar a sus crías y que nunca llegué a ver, cabras que viven en acantilados sobre el mar, un pollo autóctono del cual vi, en pinchitos, todas las partes posibles y un sin fin de especies vegetales en una selva que era una desordenada mezcla de helechos gigantes, palmeras, abetos, manglares y otras muchas especies.

No obstante, si ha habido un entorno por excelencia en el viaje, éste ha sido el marino. Dentro del mismo el evento más impactante no fue otro que el snorkeling, bien sea por la novedad, espectacularidad o porque alguno que otro no aguantó el tipo y otorgó a los peces un improvisado almuerzo gástrico. Basta decir que el primer animal que divisé no fue otro que una serpiente de mar, que para los neófitos diré que se trata del segundo animal más venenoso de nuestro planeta, con un veneno 100 veces más potente que el de la peor de las serpientes terrestres. Afortunadamente no suelen atacar y demostró tener más miedo que otra cosa, emprendiendo una rápida huida hacia el fondo marino. A partir de ahí se abrió otra impresionante selva subacuática con peces tropicales de todo tipo, en la que también hubo tiempo para un fugaz encuentro con un banco de las siempre peligrosas barracudas.

En el centro, la serpiente de mar fotografiada con mi cámara

Por otra parte, acostumbrados como estamos a los cuatro cangrejos y mejillones que aún soportan la embestida de contaminación en el Mediterráneo, las jornadas playeras en el Pacífico no podían ofrecer otra cosa que nuevos hallazgos singulares, de los cuales hice acopio temporal hasta satisfacer mi curiosidad. Eso sí, se ve que hay costumbres universales y no faltó la abuela japonesa con rastrillo recolectando algo parecido a berberechos. Rememorando todos aquellos momentos, la insistencia del único componente japonés del grupo en saber si cada bicho en cuestión era comestible, me ha llevado a postular la siguiente hipótesis:

Si bien en el entorno de mi familia, conocida antaño en Morón como “los saluitos”, hay una máxima: “Cuando se va al campo siempre hay que traerse algo: si no hay espárragos... tagarninas, o alcauciles, leña, da igual, lo que sea...”. Yo diría que todo japonés tiene otra: “Todo bicho viviente, ya sea animal, vegetal u hongo, es susceptible de ser comido”.

En verdad, la diversidad culinaria no tiene fronteras en este país y estoy convencido de que, a poco que “algo” cae en manos de un japonés, éste ya está pensando si aquello se come y cómo cocinarlo. ¿Cómo si no han podido llegar a cocinar el venenoso pez globo o fugu?, cuya peligrosidad en la preparación depende de lo bien o mal en que se corte su carne. Lo cual me hace pensar en cómo llegaron a descubrir este aspecto los primeros comensales que hicieron la degustación.

Es por ello que no me sorprendió ver en las cartas de comida a un animal que siempre me ha parecido curioso y del cual ya había encontrado restos en la playa. Se trata de los caracoles cono marinos, muy apreciados entre los coleccionistas de conchas por sus llamativos colores y diseños, pero igualmente peligrosos por su potente veneno.

En este caso la cuestión no es que su carne sea más o menos tóxica, sino de que este el caracol puede atacarnos cuando se ve amenazado. Es cierto, un caracol que ataca y que además es carnívoro. El caracol utiliza el veneno esencialmente para paralizar y atrapar a sus presas (peces, caracoles y otros animales marinos) a las cuales detecta químicamente, inyectando el mismo con una especie de dardo que funciona igual que un arpón a la hora de cobrar su captura.

Conos de Amami

Las costumbres del cono son nocturnas, por lo que los incidentes suelen ser muy esporádicos. No obstante, siempre hay que tener cuidado a la hora de remover la arena o mirar bajo las piedras en el agua, y aún más cuando por curiosidad o coleccionismo decidimos recogerlo, pues su pequeño arpón es capaz incluso de atravesar el neopreno. Además no da lugar a reaccionar, pues el disparo se produce en sólo un milisegundo, lo cual constituye el movimiento más rápido que se conoce en cualquier ser vivo, una curiosa antítesis al tratarse de un caracol. A partir de ahí se siente un dolor agudo inicial, que da paso a parálisis muscular progresiva que puede desembocar en la muerte en un lapso de 2 a 6 horas.

No obstante, no todos los conos son mortales para el hombre, siendo las características y potencialidad del veneno variantes según la especie, de hecho hay una pequeña especie mediterránea que es totalmente inocua para el hombre. Por otra parte se ha comprobado que estos caracoles optimizan progresivamente su veneno, pues los genes que codifican el mismo mutan genéticamente a una velocidad 5 veces superior a los de cualquier animal superior.

Cada especie de cono tienen un veneno distinto que puede tener unas 100 sustancias activas distintas, muchas más que el de las serpientes u otras especies venenosas, lo cual lo hace muy interesante desde el punto de vista farmacológico. Es por ello que, actualmente, uno de los primeros objetivos de investigación de la industria farmacéutica se centra en las toxinas de los conos, habiéndose conseguido ya sintetizar un analgésico mil veces más efectivo que la morfina, con el valor añadido de no generar adicción. Aún quedan por analizar miles de compuestos en estos venenos, por lo que enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson o la epilepsia entre otras, ya han depositado sus esperanzas en estos caracoles.

En mi caso particular no quise provocar ningún tipo de arriesgado experimento y sólo me dedique a recolectar conchas de conos vacías en la playa, así como de alguna que otra especie de trochus, otro tipo de caracol marino de forma cónica. Ni que decir tiene que muchos de estos animales están en peligro de extinción y que el tráfico de conchas está penado, las conchas de alguna especie concreta de cono pueden valer incluso hasta 1000 €,  por lo que antes de salir de la isla convenía informarse debidamente, y salvo por una extraña raíz de patata autóctona no había problemas en sacar los pequeños trofeos de aquel lugar.

Las conchas salpican actualmente distintas zonas de mi casa como recuerdos del viaje, pero las sorpresas de Amami no habían acabado aún: una semana después de llegar a España y mientras me cepillaba los dientes, una de las conchas adquiridas comenzó a moverse por el filo del lavabo. Al poco salieron unas grandes patas peludas de su interior, propiedad de un enorme cangrejo ermitaño que hasta entonces había sido totalmente imperceptible. Lo mismo ocurrió con las mismas conchas de otros compañeros, y al parecer estuvieron deambulando por el suelo unos días alimentándose de dios sabe qué.

Ermitaño sobre un trochus
 
El bicho en cuestión había soportado en una bolsa de plástico un  regreso de casi 24 horas de duración y miles de kilómetros en la bodega del avión, y más tarde las temperaturas en el maletero de un coche al sol ligero durante todo un día, esquivando por los pelos la erupción pocos días después del famoso volcán islandés. No es de extrañar que estuviera exhausto y finalmente saliera de la concha para fenecer. El jetlag pudo finalmente con él, como casi lo hace conmigo por cansancio y fatiga corporal, única pega que tiene el realizar este espectacular viaje al país del sol  naciente del cual llevo ya dos ediciones.


Publicado en Morón de la Frontera en mayo del 2010

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