La reproducción es una característica biológica común de todos los seres vivos conocidos que permite a éstos seguir perpetuándose. En este aspecto cada especie ha elegido su propia táctica, muchas de ellas, la humana sin ir más lejos, ha optado por la reproducción sexual. Sin entrar en cuestiones de naturaleza más frívola, esta decisión presenta sus ventajas e inconvenientes. Como principal elemento ventajoso se encuentra el hecho de potenciar la variación genética de la especie y su evolución, ya que los descendientes contienen una mezcla de los genes de sus progenitores.
El mayor contratiempo no es otro que un gran desgaste de los individuos por la necesidad de encontrar una pareja, algo que está sujeto también a la proporción de individuos de ambos sexos en cada especie. En el caso del ser humano siempre me ha llamado la atención la leyenda urbana que dice que hay más mujeres que hombres. Esto en realidad es sólo una verdad a medias, pues en la población mundial existe aproximadamente un 1% más de hombres que de mujeres. A priori, estadísticamente uno de cada cien hombres se queda sin pareja, pero para alivio de algunos he de decir que en estado adulto el número de mujeres es un 4% mayor, por eso sólo hay algo de cierto en que el número de mujeres es mayor. Simplemente ellas viven más que nosotros y además tienen una mejor salud. Como dato significativo que corrobora lo anterior, cabe mencionar que en España nacen cada año unos 15.000 hombres más que mujeres. ¿Dónde están? se preguntarían algunas compañeras mías. No obstante, en el caso particular de la provincia de Sevilla el número de mujeres es un 2% superior al de hombres, a lo cual, otros a los que conozco, replicarían exactamente lo mismo que las anteriores. Creo realmente que lo único que separa a unos de otros es nuestro propio nivel de exigencia, el creer a veces que nos merecemos algo mejor y el miedo al compromiso.
Aunque las diferencias poblacionales entre ambos sexos no son significativas, lo cierto es que la natalidad española no pasa precisamente por su mejor época, de hecho nos encontramos a la cola del mundo en este aspecto. No me voy a extender en las causas que hacen que nuestro país esté abocado a convertirse en un país de “viejos” dentro de unas décadas, pero las dificultades económicas, la mencionada falta de compromiso o el cambio de mentalidad en las personas, buscando más su desarrollo personal, hacen que el instinto paternal y maternal quede en un rincón temporal al que cada vez se hace más difícil arribar en la fecha adecuada.
Los animales tampoco están exentos de inconvenientes similares, aunque en este caso los problemas son de otra índole: encontrar a tu pareja en una vastísima extensión, que no se te coman por el camino, que cuando llegues no esté con otro-a, o si te descuidas, que se te coma tu posible cónyuge. Ante tantos inconvenientes, las hembras de algunos animales han optado por atajar de raíz la cuestión: si el mercado masculino está bajo mínimos... apañémonos solas. Entre otros, esta radical decisión fue tomada hace millones de años por los denominados insectos palo, y desde entonces sus hembras tienen la capacidad de perpetuar la especie por sí mismas.
El proceso que siguen para ello se denomina partenogénesis, las hembras de insectos palo son capaces de generar huevos fértiles de manera asexual, pero al no haber mezcla de genes, los individuos que nacen de los mismos son idénticos a su madre, en realidad la hembra lo que hace es clonarse a sí misma. Esto conlleva que la evolución de la especie sea muy lenta. Para evitar esto, también han buscado una solución: cada 40 generaciones aparece un grupo de machos de forma que los genes se entremezclan, posibilitando el proceso evolutivo. Los machos son pues extraordinariamente escasos, de hecho en algunas especies de insectos palo aún no han sido localizados.
Otras de las características fundamentales de estos bichitos es que constituyen un grupo experto en camuflaje, de hecho pertenecen al orden de los insectos llamados fásmidos, palabra que proviene del latín phasma y que significa fantasma, designados así por su capacidad de ocultarse y presentarse como una aparición ante nuestros ojos. Para contribuir al disfraz adoptan además una adecuada postura corporal que, asociada a su escasa movilidad, los hace casi imperceptibles.
Por nuestra zona se pasean tres variedades de especies que se asemejan a ramitas verdes o marrones, pero en otras zonas del mundo las hay que parecen auténticas hojas o incluso flores, todas ellas siempre de carácter vegetariano. La obsesión por el camuflaje la trasladan incluso a sus huevos, que se asemejan a semillas y que a veces ni se molestan en ocultar, dejándolos caer al suelo en la puesta desde donde se encuentren. Tres o cuatro meses después, en las incomestibles semillas se abre una especie de trampilla por la que sale un nuevo clon.
Los insectos palo han evolucionado de forma muy curiosa, inicialmente tenían alas pero las perdieron debido a su modo de vida, era más fácil ocultarse sin ellas. Sin embargo, se ha comprobado cómo algunas especies volvieron a recuperarlas después. Esto que parece un hecho más sin importancia, constituye el primer ejemplo de cómo unos órganos complejos que se perdieron, pueden ser recuperados mucho más tarde en el linaje evolutivo. Una demostración de que la genética tiene memoria interna, aunque las alas no se encontrasen físicamente allí.
La evolución tiene estas cosas, y ya hemos visto cómo los fásmidos han sido capaces de adaptarse a cada situación e incluso relegar a los machos a un papel más que secundario. Al ritmo que vamos no me extrañaría que la población femenina tomara un día una decisión parecida, recordemos: ellas son más longevas, más saludables y, si quisieran, más independientes, mientras que por nuestra parte los índices de infertilidad son cada vez más altos, estamos además genéticamente diseñados para ser infieles y el día del “orgullo” gay crece año a año. Así que, por si acaso, cuidémoslas un poco más, o nos convertiremos en auténticos y solitarios machos de insecto palo.
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