Cada día que pasa estamos más cansados de escuchar cómo el desplome de los índices bursátiles o cualquier otro incontrolable acontecimiento empeora la situación económica sin que haya visos de mejora. La bolsa baila a su antojo como una peonza loca, quizás manejada cual marioneta por hilos que desconocemos, el paro sigue en su misma línea, la gasolina por las nubes... A veces me pregunto qué ha pasado para que todo se descontrole, ¿no somos capaces de revertir esto y volver a dónde estábamos?
Sinceramente lo veo difícil, vuelvo la vista a alguna asignatura de mi carrera y creo que nos encontrábamos en lo que se denomina un punto de equilibrio inestable. Habíamos escalado a una cumbre del estado de bienestar y nos manteníamos ahí, como un balón en la cima de una montaña. Empujado hasta allí arriba, sin salvaguardas o barreras suficientes que lo protegieran, ha bastado un pequeño traspiés y algo de viento desfavorable para hacer rodar la pelota cuesta abajo, convirtiéndola en una inmensa bola de nieve que, con su inercia, arrasa con cualquier medida para frenarla.
El efecto bola de nieve se detendrá cuando llegue a una llanura, un punto de equilibrio estable entre las montañas del Himalaya socioeconómico en el que nos hallamos. Aunque por el momento, engullidos por la avalancha, resulta imposible apreciar el final del precipicio, y cuando el alud se detenga, es probable que nos encontremos en un hábitat prácticamente extremo.
¿Y qué es lo que sucede cuando se vive en un ambiente de esas características? Salvando las lógicas diferencias, podemos recurrir a la propia naturaleza y analizar como se desenvuelve, ya que en ella existen muchos entornos considerados extremos en los que las condiciones para la vida son muy difíciles o inviables, tanto que se antoja casi imposible que exista algún ser vivo en ella.
Estos lugares pueden ser de lo más variopintos según las condiciones fisicoquímicas que presenten: con temperaturas cercanas los 100 ºC, o en el sentido opuesto muy por debajo de los 0 ºC, presiones altísimas, altas dosis de radiación, extrema acidez, ausencia absoluta de agua, etc. Los organismos que viven en estos sistemas se denominan extremófilos, amigos de los extremo.
Pensar en esos espacios parece sugerir un desplazamiento a lugares lejanos e inaccesibles: fosas termales submarinas, glaciares, cimas volcánicas, etc. Pero no hay que ir demasiado lejos para encontrar al popular río Tinto, cuyas aguas rojizas obedecen a la extrema acidez y alto contenido en metales pesados de la zona. A pesar de este ambiente supercorrosivo, existen organismos viviendo en él; algas, algunos hongos, pero sobre todo bacterias han proliferado alimentándose exclusivamente de las propias rocas y minerales, literalmente comiendo piedras, tanto que dicho lugar ha sido elegido como objeto de estudio microbiológico de posible vida en otros planetas.
Sin embargo, aún podemos hallar un lugar más cercano. No debemos olvidar que Morón se encuentra en una región que estuvo cubierta por el mar en tiempos remotos, el cual, al ir retirándose, quedó enclaustrado formando grandes lagunas, cuya desecación final originó zonas de alta concentración salina, hecho que se manifiesta en muchos lugares de nuestra localidad.
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El pozo salado en Morón de la Frontera |
En la búsqueda de estos parajes, he aparcado temporalmente los largos desplazamientos vacacionales para recorrer algunos de los antiguos emplazamientos en los que, no hace tanto tiempo, la gente “veraneaba”. Uno de ellos es el conocido como “la chorrera” o “pozo salado”, cuyas aguas presentan una altísima salinidad y antaño eran apreciadas en los alrededores por cicatrizar cualquier pequeña herida. Tras esquivar al ganado vacuno colindante y a los insistentes intentos de un par de tábanos por hacerse con mi plasma sanguíneo, pude dar fe de su constitución salina tras alguna esporádica “inmersión” en la improvisada alberca. No obstante, no contento con la subjetiva visión de mis papilas gustativas, decidí medir su salinidad de un modo empírico, comprobando como ésta encajaba en los parámetros de un entorno marino, casi 33 gr de sal por litro. Un valor ciertamente elevado, pues un vertido de dichas características incumpliría nuestras ordenanzas municipales multiplicando por 25 lo permitido. En definitiva, un pequeño mar en miniatura situado en pleno monte, ambiente en el que sólo algunas algas, pequeños escarabajos acuáticos y larvas de mosca de la sal se atreven a sobrevivir.
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Una muestra de la fauna "salina" |
Así pues, estos serían algunos ejemplos de entornos extremos, pero, ¿cuál sería el que mejor representa nuestra situación social? Un ambiente ácido sería el primer candidato: la corrosión/corrupción (palabras de un mismo origen etimológico) que acaba con toda iniciativa natural pudriendo la misma. No, no es ese es el descriptor acertado de la situación global, es quizás un ingrediente más.
¿Exceso de radiación? Más que posible si consideramos como tal el bombardeo de sobreinformación y desinformación que, en forma de ondas de radio (físicamente una radiación más), nos llega por diversos medios: televisión, radio, móvil, etc.
También puede que estemos ante un ambiente de altas presiones: el trabajo, las prisas, la hipoteca, el nivel de vida... Podría ser, aunque la obviedad del símil hace que me decante por uno menos evidente; en mi opinión estamos bajo un ambiente halófilo, nuestro entorno se ha transformado en un lugar extremadamente salino, como nuestro peculiar pozo.
El medio salino puede parecer menos nocivo inicialmente, pero se rige por unos principios que, aunque actúan de manera más pausada, llegan a ser verdaderamente exigentes: los gradientes (diferencias) de concentración y la osmosis. Es muy sencillo, cuando en el exterior existe mucha concentración de sales, el agua de cualquier organismo, el propio fluido del interior de las células, intenta salir hacia el exterior para igualar la diferencia, lo cual a la postre termina deshidratando y “secando” al individuo.
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El ambiente salino de "la chorrera" |
Comparativamente, el entorno hipersalino sociolaboral podría asemejarse a la extrema competencia empresarial actual. La alta concentración de empresas, muchas de ellas foráneas ávidas por abrir un nuevo mercado o por morder un trozo de un pastel que ha menguado, provoca que los precios a los que ofertan sus servicios bajen temerariamente. Esta concentración origina la desecación de otras muchas empresas, basta decir que en los dos últimos años se estima que en España han desaparecido al menos unas 150.000. Por descontado, todo termina afectando también a nivel individual, por lo que al margen del paro, empresa y persona se dejan el alma y sus “jugos”, sangre, sudor y lágrimas como se suele decir, para conseguir un contrato o sacar un proyecto adelante.
¿Y qué hace entonces un ser vivo para sobrevivir en este medio? Los oportunistas aprovechan los cortos periodos de bonanza, por ejemplo tras breves periodos pluviales que reducen la salinidad. Apuestan a lo seguro, pero su tiempo de vida suele ser muy corto. Hay también otras adaptaciones ingeniosas, pero nada de esto vale cuando la cosa se pone fea de verdad. Ante tal coyuntura, la única solución es conseguir que los tejidos y células alberguen una concentración similar a la del exterior, es decir, se convierten en salinos, evitando así la diferencia con el exterior y salida de fluidos internos. Como diría alguien de mi empresa: un periodo de dificultades se convierte en oportunidades para aquellos que las saben gestionar.
Entonces, ¿hay que volverse salino? A veces lo hacemos inconscientemente, ya que al final todos quedamos influidos por la situación y buscamos también al proveedor más económico. Algo lógico, pero que puede contribuir aún más a aumentar la salinidad del entorno. Un sencillo ejemplo que todos entenderemos lo constituyen los modernos “chinos de todo a 100”, tentadores como pocos por precio y que ya venden absolutamente de todo, pero que terminan ahogando al resto de comercios de similares características. Es imposible competir con ellos, funcionan en plan Juan Palomo, todo lo hacen ellos y todo queda en casa. A mayor escala, la globalización también tiene sus efectos, pues las grandes empresas contratan por debajo de coste lo que antes se hacía a un precio razonable, y una vez hecho esto a veces no queda más remedio que externalizar el trabajo hacia otros países que ofrecen un menor coste de los recursos humanos.
Llegados a este punto, debo decir que, influenciado quizás por los baños de sobremesa en el pozo y por el regusto salado de sus aguas, es posible que todas estas elucubraciones no sean más que fruto de una insolación veraniega, por lo no querría dar lugar a equívocos xenófobos de ningún tipo.
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Individuo intentando "coger moreno" en las aguas saladas |
De hecho, la sal es absolutamente necesaria para la vida, sin ella no sería posible vivir. Cualquier organismo la utiliza precisamente en los intercambios de nutrientes en las células (mecanismo celular denominado bomba de sodio potasio), y sin sal, los principios osmóticos harían que las células se inflasen de líquidos provocando su ruptura. Por ello mismo, en la antigüedad, la sal era considerada como elemento de pago, de ahí el origen del “salario”. Nuestra sal social también es igualmente necesaria, una falta de sales hace que las empresas crezcan de manera antinatural y menos sanas, digamos que sin anticuerpos y no preparadas ante cualquier catastrófico trastorno futuro.
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Salida del regero salido del pozo |
Vuelvo a preguntarme; ¿hemos de salinizarnos? O como dice un compañero de trabajo; “¿ha querido el mundo que seamos chinos?” Observando de nuevo el lugar de mis baños, miro un poco más adelante y veo como el manantial salino que sale del pozo, se une a unos 15 o 20 metros con otro efluente de agua dulce, que va diluyendo la salinidad reverdeciendo paulatinamente el curso del riachuelo. Puede que esa sea la solución, creo que más que buscar la salazón total, convendría diluir la sal exterior e igualar las concentraciones desde fuera, apostando más por lo nuestro, por lo autóctono a todos los niveles, aunque las gangas puedan ser muy seductoras. La sal debe estar presente, por supuesto, pero de forma equilibrada y adecuada para la vida, de lo contrario, a este paso terminaremos también por tener que comernos las piedras.
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