martes, 20 de diciembre de 2011

El gran pavón nocturno


En el cine americano de ciencia ficción de los años cincuenta se puso de moda agrandar a los insectos y otros bichos para volverlos más terroríficos. En aquellos años, el planeta se las tuvo que ver en el celuloide con hormigas gigantes (El mundo en peligro, 1954), una monstruosa tarántula (Tarántula, 1955), mantis religiosas enormes (El monstruo alado, 1957) o una plaga de descomunales langostas (El principio del fin, 1957).
Este género cinematográfico volvió hace unos años con cucarachas mutantes del tamaño de un humano (Mimic, 1990), insectos alienígenas (Starship Troopers, 1997) y grandes arañas (Arac Attack, 2002).

Semejantes monstruos son sólo fruto de la imaginación y de la morbosa necesidad que tiene el ser humano de alimentarse de miedo viendo películas de terror. Pero en realidad, sí hubo una época en la seres parecidos existieron.

sábado, 10 de diciembre de 2011

El violinista desmembrado (cangrejo violinista)

“Sin todas nuestras tradiciones nuestra vida sería algo tan inseguro como…un... como un violinista en el tejado”. Esa era la frase pronunciada por Reb Tevye, el protagonista de la película El violinista en el tejado, de la cual hace ahora 40 años de su rodaje.

Hace ya bastantes años que la vi por última vez, y, pese a no ser muy entusiasta de los musicales, quedé enganchado por el devenir de los acontecimientos y la sintonía de su tema central, “Si yo fuera rico”, cantinela que, a quién más quién menos, se nos pasa inconscientemente por la cabeza en los momentos que toca vivir estos últimos años.

En su argumento, ubicado históricamente en los años previos a la revolución rusa, la inestabilidad era una constante en las vidas de los habitantes judíos de la Rusia zarista de inicios del siglo XX. Ante ello, la respuesta de aquella comunidad, y en particular de Tevye, era unánime: ¡Tradición!, continuar haciendo lo que les había guiado por siglos. A pesar de ello, aquella sociedad se veía sometida a continuos vaivenes que hacían temblar los rectos pilares ancestrales de su forma de vida (un tanto retrógrada hoy en día), y, cuando esto sucede, no queda más remedio que dejar paso al cambio, a la adaptación y a la evolución, tanto que, los acontecimientos dieron lugar a una nueva diáspora, dispersando a los judíos por medio mundo.
En cierta medida, todos tenemos algo de violinista en el tejado tratando de guardar el equilibrio (otra frase del protagonista adaptada para esta ocasión), y, cuando el entorno se vuelve inseguro, nos aferramos a nuestras tradiciones, a lo que nos da estabilidad. Básicamente somos seres de costumbres y rituales, no sólo a nivel cultural, sino en nuestra totalidad, ya sea en casa o en cualquier sitio. En el trabajo por ejemplo, solemos hacer las tareas de la misma forma, creamos nuestros ritos (el café, la rutina del cigarro…) e incluso nuestros mitos entre los compañeros: aquel que es capaz de resolver determinado tipo de problemas, el experto informático, las costumbres del jefe, los que pertenecen al “lado oscuro”, etc. Todo ello, forma parte de algo que nos gusta mantener estable por pura seguridad. Incluso cuando la monotonía y el aburrimiento llaman a nuestra puerta, nos gusta salir de dicha situación con controlando la llegada de las nuevas experiencias.
En el mundo natural sucede algo parecido, los animales siguen sus hábitos y costumbres para salir adelante ante a los avatares que les depara su existencia. Podríamos poner miles de ejemplos, aunque hay uno al que el símil filmográfico le viene como anillo al dedo: el cangrejo violinista, cangrejo barrilete como es conocido coloquialmente por la forma de su caparazón o Uca tangeri en su nombre científico.
Un gran macho de cangrejo violinista con su pinza, me costó
lo mío atraparlo, pues a la mínima se escondía en el agujero.
(Éste fue fotografiado al lado de la carretera en Barbate)
La verdad es que hasta ahora no sabía de ellos más que por documentales en los que los veía agolparse en hábitat tropicales similares a los manglares y terrenos costeros sujetos a los vaivenes de la marea. Sin embargo, hace escasos días, el azar me llevó casualmente a un paraje del Parque Natural de la Bahía de Cádiz, concretamente al situado en las marismas de las Salinas de Carboneros, cerca de Chiclana. No pude estar más que unos 30 minutos paseando por una vía de senderismo, de la que salí a las primeras de cambio para recorrer otros atajos más de mi gusto y descubrir para mi sorpresa al mencionado cangrejo.
El violinista recibe su nombre por la gran pinza que con exclusividad ostentan los machos, así como por el movimiento que éste realiza con ella a modo de supuesto violín. Sólo una de ellas es grande, de tamaño descomunal frente a la otra. La más pequeña, que sería la equivalente al arco para tocar, es usada para alimentarse, ya que “el violín” es inservible para dicho menester y prácticamente sólo se utiliza en la “actuación” o como equipamiento bélico cuando hay que intervenir en algún conflicto. La supuesta sinfonía no es más que una batalla gesticular que el cangrejo mantiene con sus convecinos, agitando su enorme violín a todo el auditorio presente, tratando a la par de disuadir a los machos y de atraer a las hembras.
Hembra de cangrejo violinista o cangrejo "barrilete"
El improvisado escenario no está esta vez en el tejado, sino más bien en los cimientos del hogar que a modo de túnel construyen estos cangrejos. Cimientos que se tambalean continuamente cuando, por el efecto compuesto de luna y sol, la pleamar llega dos veces al día. Para evitarlo, éstos tienen que pertrecharse en su bunker taponando la entrada, evitando que el tsunami marino se los lleve por delante. Así pues las reformas de alfarería en el patio de vecinos están a la orden del día, ya que hay que arreglar la entrada un par de veces cada 24 horas.
El antes y después de un bunker
Por otra parte la comunidad está bastante hacinada y apenas hay separación con el adosado del vecino, por lo que el ajetreo es continuo y las disputas “cangrejiles” son de lo más corriente, tanto que algunos se ven forzados al desahucio tras la usurpación de la vivienda o derrota por un contrincante más fuerte. Ante esto no hay más que una única réplica por parte del cangrejo: ¡Tradición! El violinista migrará a un lodazal cercano e iniciará una nueva vida con otros vecinos.
El "cangrejuego": pincha para ampliar y descubre los 17 cangrejos fuera del túnel
En mi mano, antes de dejarlo en libertad,
se observa el gran tamaño de la pinza o boca de la isla
Nuestro artista también asiste a otra costumbre más de la que debe preocuparse, aquella que desde antaño lo hace partícipe en primera persona del marisqueo efectuado en la zona, ya que de él se recogen las famosas “bocas de la Isla”, que no son otra cosa que las pinzas “violín” de los machos. Las bocas son arrancadas del cangrejo durante el marisqueo, dejando suelto al mutilado al artista. Despojado de su instrumento vital parece, que el violinista poco tiene que hacer ya. Sin embargo, como Tevye, en las situaciones comprometidas los individuos se adaptan y evolucionan. El violinista no ha sido menos, y en su próxima muda para crecer, se desprenderá de su exoesqueleto regenerando una nueva en el lado opuesto, arreglando de paso cualquier otro desperfecto corporal para volver otra vez a sus rituales: ¡Tradi…
No obstante, es probable que el nuevo violín ya nunca tenga las excelsas características del de antaño, ya que algunas especies de cangrejo fabrican un sucedáneo de bajo coste, más ligero y sin dientes, más fácil de regenerar, aunque ya no tendrá la fuerza ni resistencia de la pieza original. Es en este momento cuando el cangrejo sacará el máximo partido a sus dotes interpretativas, y se exhibirá, si cabe aún más, exagerando sus gestos con la pinza de “plástico”. Claro que, esto durará hasta que algún contrincante termine por descubrir el farol al retarlo de cerca.
La carne de la boca es valorada por su exquisitez, de color blanco y más fina al paladar que la de las pinzas o patas de cualquier otro tipo de cangrejo, vendidas también cómo bocas de menor calidad. Al parecer el kilo de bocas frescas de la isla puede estar rondando los 20 o 25 €, y casi el doble cocidas en una marisquería. Aunque de esto no sé demasiado, ya que no he heredado los gustos marisqueros de mi padre, y ante la duda siempre prefiero unas buenas gambas a cualquier otra opción.
No es de extrañar pues, que sean objeto de deseo del marisqueo. El problema estriba en que actualmente el número de licencias concedidas para el marisqueo a pie es de unas 162 en todo Cádiz, y el marisqueo ilegal en las familias de renta baja es bastante habitual para poder llegar a fin de mes. Sin ir más lejos ese mismo día en Carboneros, a unos 20 metros de mí, divisé al otro lado del caño a un hombre embarrado hasta las rodillas, introduciendo una y otra vez la mano en el fango hasta encontrar algo que echaba en un cubo. Ante mi ignorancia, ingenuamente pregunté desde lejos qué estaba cogiendo. La seca, escueta y de tono grave respuesta emitida lo puso en evidencia: “coquina”, sólo le escuché mascullar. Al parecer mi pregunta fue un tanto molesta y el susodicho ni levantó la cabeza, siguió a lo suyo… y yo a lo mío. Que me disculpe aquel chiclanero, si es que era de allí, pero, por lo poco que sé, creo en dicha ciudad apenas hay concedida una de las mencionadas licencias.
Finalmente, para la presente ocasión, además de ver la película, hice una vez más la ronda habitual por las grandes superficies con el fin de degustar el manjar. Tan sólo encontré “bocas chicas” a 8,35 €/kg, que a simple vista no se correspondían con el Stradivarius de nuestro famoso solista.
Las menos selectas: bocas chicas
Se ve que últimamente acabo los artículos dando vueltas en el supermercado, así que, frente al fracaso gastronómico, trataré de volver de nuevo a Carboneros con más tiempo para contemplar los conciertos de nuestro intérprete, y de paso quizás puede que a “otros” visitantes asiduos de la marisma.  Licencia Creative Commons El violinista desmembrado por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported. Basada en una obra en www.almabiologica.com.

lunes, 28 de noviembre de 2011

¿Qué fue de la plata de Morón?


“Eran dos las fuentes, la actual que sigue en pie y otra que estaba detrás de la antigua cárcel. Entrábamos por el agujero que había en ésta última, había que ir medio encorvada, sin saber qué pisábas en el suelo encharcado. Usábamos una cerilla para ver algo y la excursión duraba el tiempo que ésta tardaba en apagarse, lo que hacía que regresásemos asustadas corriendo a la entrada. En siguientes ocasiones ya llevamos una vela. Tras cada tramo de túnel, se llegaba a una habitación con forma de bóveda y del ancho de un zaguán, labrada en bruto sobre el terreno. En la tercera habitación se decía que ya estábamos debajo del Calvario. A partir de ahí había un recodo que supuestamente desembocaba en el castillo”

“Como no teníamos linterna, cogíamos una alpargata vieja y le prendíamos fuego como a una antorcha. La goma de la alpargata hacía de combustible y cuando salíamos teníamos toda la cara negra por el hollín. Había un momento en el que seguir adelante ya daba miedo, porque el agua llegaba casi a la rodilla”

Mi madre y otros testimonios, en un día cualquiera a mediados de los años 50.

La antigua fuente de la plata antes de revelar su galería oculta
Colección Local Biblioteca Pública Municipal Morón de la Frontera

Alrededor del año 200 antes de Cristo se sucedían en Hispania las denominadas guerras púnicas entre cartagineses y romanos, en las que, al margen de decidir la supremacía de una de las dos potencias mediterráneas, estaba en juego el territorio hispánico, y con él sus riquezas comerciales.

Por aquellas fechas concretas, era la región Bética la que se encontraba en liza, cayendo finalmente del lado romano. Nuestro territorio era considerado como uno de las más fértiles del Mediterráneo, y su agricultura, ganadería y pesca sirvieron para sustentar a buena parte del imperio romano durante siglos.

Al “rico” patrimonio gastronómico había que unir además la importancia minera de la zona, en la que destacaban el cobre, plomo y plata. Morón no era una excepción, y nuestro municipio siempre tuvo en sus alrededores amplios depósitos mineros de variado carácter; mármoles, jaspes, magnetita, pirita y otros minerales, tanto preciosos como constructivos, aparecen reflejados en antiguos escritos que parecen tener como origen a esta población.
La plata era también abundante por estos alrededores. Su filón principal se encontraba en la sierra de Laita o Laitar, cercana a Montellano, yacimiento que aún era explotado hace unos 160 años. De hecho, se atribuye el origen fenicio de nuestra ciudad, Arunci, a la extracción del mineral de dicha mina, aunque eso sólo son conjeturas.

Ese canal en la tierra son los restos de la mina de Laitar

El agujero aún sigue abierto tras un par de miles de años
 
Un par de metros en el interior de la mina

Siglos después, la llegada de los árabes y posterior reconquista cristiana no fue indiferente a los recursos de nuestra zona, que fueron utilizados para fortalecer y embelesar el castillo. El tosco recinto que hoy conocemos llegó a convertirse en una fortaleza-palacio de destacada importancia y belleza. Hecho éste que le valió para alzarse como uno de los 24 reinos de taifas de la península y, una vez concluida la etapa musulmana, en residencia-palacio de la nobleza. Así fue hasta ser derruido durante la invasión francesa.

              El Reino de Morón y otras Taifas en el año 1031


A principios del siglo XX, la torre “gorda” (del homenaje) era propiedad del Teniente Antonio Copado, nombrado oficial en la guerra de Cuba, el cual, tenía en su haber antiguos libros sobre el propio castillo. En aquella época, los valiosos yacimientos de plata estaban más que agotados, pero el Teniente quiso descubrir un tesoro de otras características. Según aquellos textos, bajo una piedra que hacía de tapón, se encontraba una escalera que daba acceso a una sala en la que presuntamente había un candil de oro de incalculable valor. La losa, la escalera y la habitación estaban allí, aunque el candil jamás se halló.
El Teniente Alcalde Antonio Copado Rosado

De tales acontecimientos toma su origen una coplilla chirigotera del momento: “En lo alto del castillo, los obreros que allí escarban, en busca del candil de oro, y era una arroba de aceite que se la dejó allí el moro. Y Don Antonio Copado, está loco de alegría, en ve que se pone rico,  cuando éste asome la torcía”. Al margen del peculiar sentido humorístico de la época, no he podido dejar de sonreír al ver que alguien recordaba esta letra y hasta era capaz de cantarla.

La torre del homenaje (centro) y la torre albarrana (izquierda)
Efectivamente, lo único que se encontró fue una “tinaja” llena de aceite, y a pesar de que excavaron en la habitación, no hallaron otra cosa más que sobresaltos por el repentino apagón que las lámparas experimentaban en aquel lugar. Es de suponer, que Copado también exploraría los túneles del castillo, entre otros aquellos que sirvieron de escape subterráneo a los moros hasta el pozo de Sevilla (ubicado en los alrededores de la Estación), a 1 km de distancia del recinto militar. No mucho después, el Teniente, amedrentado por aquellos inexplicables sucesos, terminó vendiendo la torre del homenaje a un cabrero por 30 reales (6,5 pesetas de la época).

Entrado ya aquel siglo, las antiguas explotaciones mineras dieron paso a otras más recientes en las que se extraían materiales constructivos de tipo sedimentario; calizas, yesos, e incluso uno tan abundante que toma el nombre de nuestro propio municipio, la moronita (genéricamente conocida como Kieselgur), utilizada por Alfred Nobel como estabilizador de la nitroglicerina al inventar la dinamita.

Tras siglos y siglos de actividad minera, la mayoría de los montes de nuestros alrededores han quedado marcados por socavones de mayor o menor tamaño, pasando entre otros por la maltrecha sierra de Esparteros. Muchos de ellos ya han sido restaurados por la propia naturaleza y agregados como parte del entorno con el devenir de los años. Sin embargo, al margen del alto legado en “cráteres”, aún hoy en día perdura un nombre en una zona de la ciudad, que ha sido incorporado de manera natural al vocabulario municipal; la Plata, pero que parece encerrar algo más que una simple palabra.

Extracto de la gaceta mensual Mercurio Histórico y Político de 1778
En él hace referencia a las minas de plata de la fuente y Laitar
(en Laitar también se halló una galería pero no debe prestarse a confusión con la de la plata)

Las especulaciones históricas sobre este enclave han sido innumerables, no obstante, diversas crónicas del pasado mencionan un yacimiento del preciado metal junto al pueblo, justo en la zona que heredó el citado apelativo. En dicho lugar se hallaba la fuente descrita al inicio, la fuente de la plata, además de otra que aún se conserva y con forma de templete como la original. Con el paso del tiempo, se destruyó parte de la misma, puede que en la construcción de la antigua cárcel allí ubicada, dejando a la vista lo que ocultaba tras de sí.

En las proximidades de ambas fuentes, los restos de varias canteras a cielo abierto bordeaban la ciudad, constituyendo el espacio conocido como el Calvario. El Calvario llegaba a su máxima expresión en los hondos tajos del cerro colindante a la propia fuente, en los que algunos desafortunados se quitaban la vida mientras otros la perdían por descuido en el lugar conocido como la “ventanilla de la muerte”.

1 Fuente actual. 2 Posible ubicación antigua fuente. 3 Cantera del Calvario
La plata y el calvario en la actualidad (foto tomada de Google)

Junto a aquel sitio se arremolinaban en chozas y casas una serie de personajes propios de una película de Berlanga: Manolito el de la azalea, quitaba y curtía las pieles de los borricos y otras bestias que eran arrojadas a las proximidades del lugar, su singularidad se veía acrecentada por la respuesta que daba cuando se le pedía que cantara; “las atafómeras’ me roban el cante”. Rosarillo la de los molletes, se ganaba la vida vendiendo pan por la calle, aunque se ve que aquel oficio no daba para mucho, pues la pobre no tenía ni para ropa interior, y era entretenimiento de los niños el levantar el vestido desde atrás con un palo. La Aria, siempre ebria tirada en cualquier sitio de la calle, o el Paragüero, oficio sin duda singular y que ostentaba en exclusiva en la población. Fauna autóctona de la época, a la que había que unir chiquillería variada que, como deporte de alto riesgo, visitaba aquel negro agujero que conducía a los túneles del castillo según la leyenda urbana.

En rojo un trazado hipotético del supuesto túnel desde la plata
En azul la distancia del túnel existente desde la torre albarrana hacia el pozo Sevilla
(Foto de Morón de los años 60)

La fuente actual del templete
De todo aquello ya casi no queda nada, salvo el nombre de la calle que da entrada al municipio desde el suroeste, la Avenida de la Plata, que, flanqueada a su derecha por montes horadados de aquellas canteras, nos lleva a la deteriorada fuente del templete hexagonal. Imitando al Tte. Copado, he recorrido a pie toda la zona buscando un tesoro, no un candil de oro, sino algún mínimo rastro de lo aquí relatado. El Calvario ha sido rellenado y prácticamente absorbido por el pueblo. En los cerros, nada de plata, como mucho algún cuarzo de buen tamaño. Respecto a la antigua fuente no hay señal alguna, probablemente haya quedado oculta tras las nuevas reformas en los edificios aledaños. Quizás sólo una obra hidráulica o puede que un pasadizo hasta la fortaleza de la ciudad, pero sin duda una joya arqueológica de incalculable valor que hemos perdido para siempre. ¿La plata?, seguramente también se la llevó el moro, como dice la chirigota, y si no algún cristiano.

En rojo, algunas canteras en la entrada del pueblo de ellas también se extraía
 tierra “pucelana” para las casas. Arriba, el Calvario, actualmente relleno
(Foto de Google Map)

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viernes, 21 de octubre de 2011

La vida en ambientes extremos

Cada día que pasa estamos más cansados de escuchar cómo el desplome de los índices bursátiles o cualquier otro incontrolable acontecimiento empeora la situación económica sin que haya visos de mejora. La bolsa baila a su antojo como una peonza loca, quizás manejada cual marioneta por hilos que desconocemos, el paro sigue en su misma línea, la gasolina por las nubes... A veces me pregunto qué ha pasado para que todo se descontrole, ¿no somos capaces de revertir esto y volver a dónde estábamos?

Sinceramente lo veo difícil, vuelvo la vista a alguna asignatura de mi carrera y creo que nos encontrábamos en lo que se denomina un punto de equilibrio inestable. Habíamos escalado a una cumbre del estado de bienestar y nos manteníamos ahí, como un balón en la cima de una montaña. Empujado hasta allí arriba, sin salvaguardas o barreras suficientes que lo protegieran, ha bastado un pequeño traspiés y algo de viento desfavorable para hacer rodar la pelota cuesta abajo, convirtiéndola en una inmensa bola de nieve que, con su inercia, arrasa con cualquier medida para frenarla.


El efecto bola de nieve se detendrá cuando llegue a una llanura, un punto de equilibrio estable entre las montañas del Himalaya socioeconómico en el que nos hallamos. Aunque por el momento, engullidos por la avalancha, resulta imposible apreciar el final del precipicio, y cuando el alud se detenga, es probable que nos encontremos en un hábitat prácticamente extremo.

¿Y qué es lo que sucede cuando se vive en un ambiente de esas características? Salvando las lógicas diferencias, podemos recurrir a la propia naturaleza y analizar como se desenvuelve, ya que en ella existen muchos entornos considerados extremos en los que las condiciones para la vida son muy difíciles o inviables, tanto que se antoja casi imposible que exista algún ser vivo en ella.

Estos lugares pueden ser de lo más variopintos según las condiciones fisicoquímicas que presenten: con temperaturas cercanas los 100 ºC, o en el sentido opuesto muy por debajo de los 0 ºC, presiones altísimas, altas dosis de radiación, extrema acidez, ausencia absoluta de agua, etc. Los organismos que viven en estos sistemas se denominan extremófilos, amigos de los extremo.

Pensar en esos espacios parece sugerir un desplazamiento a lugares lejanos e inaccesibles: fosas termales submarinas, glaciares, cimas volcánicas, etc. Pero no hay que ir demasiado lejos para encontrar al popular río Tinto, cuyas aguas rojizas obedecen a la extrema acidez y alto contenido en metales pesados de la zona. A pesar de este ambiente supercorrosivo, existen organismos viviendo en él; algas, algunos hongos, pero sobre todo bacterias han proliferado alimentándose exclusivamente de las propias rocas y minerales, literalmente comiendo piedras, tanto que dicho lugar ha sido elegido como objeto de estudio microbiológico de posible vida en otros planetas.

Sin embargo, aún podemos hallar un lugar más cercano. No debemos olvidar que Morón se encuentra en una región que estuvo cubierta por el mar en tiempos remotos, el cual, al ir retirándose, quedó enclaustrado formando grandes lagunas, cuya desecación final originó zonas de alta concentración salina, hecho que se manifiesta en muchos lugares de nuestra localidad.

El pozo salado en Morón de la Frontera
En la búsqueda de estos parajes, he aparcado temporalmente los largos desplazamientos vacacionales para recorrer algunos de los antiguos emplazamientos en los que, no hace tanto tiempo, la gente “veraneaba”. Uno de ellos es el conocido como “la chorrera” o “pozo salado”, cuyas aguas presentan una altísima salinidad y antaño eran apreciadas en los alrededores por cicatrizar cualquier pequeña herida. Tras esquivar al ganado vacuno colindante y a los insistentes intentos de un par de tábanos por hacerse con mi plasma sanguíneo, pude dar fe de su constitución salina tras alguna esporádica “inmersión” en la improvisada alberca. No obstante, no contento con la subjetiva visión de mis papilas gustativas, decidí medir su salinidad de un modo empírico, comprobando como ésta encajaba en los parámetros de un entorno marino, casi 33 gr de sal por litro. Un valor ciertamente elevado, pues un vertido de dichas características incumpliría nuestras ordenanzas municipales multiplicando por 25 lo permitido. En definitiva, un pequeño mar en miniatura situado en pleno monte, ambiente en el que sólo algunas algas, pequeños escarabajos acuáticos y larvas de mosca de la sal se atreven a sobrevivir.

Una muestra de la fauna "salina"

Así pues, estos serían algunos ejemplos de entornos extremos, pero, ¿cuál sería el que mejor representa nuestra situación social? Un ambiente ácido sería el primer candidato: la corrosión/corrupción (palabras de un mismo origen etimológico) que acaba con toda iniciativa natural pudriendo la misma. No, no es ese es el descriptor acertado de la situación global, es quizás un ingrediente más.

¿Exceso de radiación? Más que posible si consideramos como tal el bombardeo de sobreinformación y desinformación que, en forma de ondas de radio (físicamente una radiación más), nos llega por diversos medios: televisión, radio, móvil, etc.

También puede que estemos ante un ambiente de altas presiones: el trabajo, las prisas, la hipoteca, el nivel de vida... Podría ser, aunque la obviedad del símil hace que me decante por uno menos evidente; en mi opinión estamos bajo un ambiente halófilo, nuestro entorno se ha transformado en un lugar extremadamente salino, como nuestro peculiar pozo.

El medio salino puede parecer menos nocivo inicialmente, pero se rige por unos principios que, aunque actúan de manera más pausada, llegan a ser verdaderamente exigentes: los gradientes (diferencias) de concentración y la osmosis. Es muy sencillo, cuando en el exterior existe mucha concentración de sales, el agua de cualquier organismo, el propio fluido del interior de las células, intenta salir hacia el exterior para igualar la diferencia, lo cual a la postre termina deshidratando y “secando” al individuo.
El ambiente salino de "la chorrera"

Comparativamente, el entorno hipersalino sociolaboral podría asemejarse a la extrema competencia empresarial actual. La alta concentración de empresas, muchas de ellas foráneas ávidas por abrir un nuevo mercado o por morder un trozo de un pastel que ha menguado, provoca que los precios a los que ofertan sus servicios bajen temerariamente. Esta concentración origina la desecación de otras muchas empresas, basta decir que en los dos últimos años se estima que en España han desaparecido al menos unas 150.000. Por descontado, todo termina afectando también a nivel individual, por lo que al margen del paro, empresa y persona se dejan el alma y sus “jugos”, sangre, sudor y lágrimas como se suele decir, para conseguir un contrato o sacar un proyecto adelante.

¿Y qué hace entonces un ser vivo para sobrevivir en este medio? Los oportunistas aprovechan los cortos periodos de bonanza, por ejemplo tras breves periodos pluviales que reducen la salinidad. Apuestan a lo seguro, pero su tiempo de vida suele ser muy corto. Hay también otras adaptaciones ingeniosas, pero nada de esto vale cuando la cosa se pone fea de verdad. Ante tal coyuntura, la única solución es conseguir que los tejidos y células alberguen una concentración similar a la del exterior, es decir, se convierten en salinos, evitando así la diferencia con el exterior y salida de fluidos internos. Como diría alguien de mi empresa: un periodo de dificultades se convierte en oportunidades para aquellos que las saben gestionar.

Entonces, ¿hay que volverse salino? A veces lo hacemos inconscientemente, ya que al final todos quedamos influidos por la situación y buscamos también al proveedor más económico. Algo lógico, pero que puede contribuir aún más a aumentar la salinidad del entorno. Un sencillo ejemplo que todos entenderemos lo constituyen los modernos “chinos de todo a 100”, tentadores como pocos por precio y que ya venden absolutamente de todo, pero que terminan ahogando al resto de comercios de similares características. Es imposible competir con ellos, funcionan en plan Juan Palomo, todo lo hacen ellos y todo queda en casa. A mayor escala, la globalización también tiene sus efectos, pues las grandes empresas contratan por debajo de coste lo que antes se hacía a un precio razonable, y una vez hecho esto a veces no queda más remedio que externalizar el trabajo hacia otros países que ofrecen un menor coste de los recursos humanos.

Llegados a este punto, debo decir que, influenciado quizás por los baños de sobremesa en el pozo y por el regusto salado de sus aguas, es posible que todas estas elucubraciones no sean más que fruto de una insolación veraniega, por lo no querría dar lugar a equívocos xenófobos de ningún tipo.
Individuo intentando "coger moreno" en las aguas saladas
De hecho, la sal es absolutamente necesaria para la vida, sin ella no sería posible vivir. Cualquier organismo la utiliza precisamente en los intercambios de nutrientes en las células (mecanismo celular denominado bomba de sodio potasio), y sin sal, los principios osmóticos harían que las células se inflasen de líquidos provocando su ruptura. Por ello mismo, en la antigüedad, la sal era considerada como elemento de pago, de ahí el origen del “salario”. Nuestra sal social también es igualmente necesaria, una falta de sales hace que las empresas crezcan de manera antinatural y menos sanas, digamos que sin anticuerpos y no preparadas ante cualquier catastrófico trastorno futuro.

Salida del regero salido del pozo
Vuelvo a preguntarme; ¿hemos de salinizarnos? O como dice un compañero de trabajo; “¿ha querido el mundo que seamos chinos?” Observando de nuevo el lugar de mis baños, miro un poco más adelante y veo como el manantial salino que sale del pozo, se une a unos 15 o 20 metros con otro efluente de agua dulce, que va diluyendo la salinidad reverdeciendo paulatinamente el curso del riachuelo. Puede que esa sea la solución, creo que más que buscar la salazón total, convendría diluir la sal exterior e igualar las concentraciones desde fuera, apostando más por lo nuestro, por lo autóctono a todos los niveles, aunque las gangas puedan ser muy seductoras. La sal debe estar presente, por supuesto, pero de forma equilibrada y adecuada para la vida, de lo contrario, a este paso terminaremos también por tener que comernos las piedras.

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domingo, 16 de octubre de 2011

Faisanes en mi cabeza

Resulta curioso como la mente almacena arbitrariamente recuerdos que la casualidad desempolva años después; en octubre del 84, recién iniciado mi último curso de la desvanecida EGB, la comidilla de la clase no era otra que la reciente serie Shogun, emitida todos los lunes a eso de las nueve y media de la noche.

Abocados como estábamos entonces a dos únicas cadenas televisivas, el impacto mediático de las mismas estaba garantizado. Inmunes aún al efecto que unos desconocidos Hombres G podían tener, que justo en aquellas fechas especulaban incluso en disolver su cuarteto con una última actuación en la denominada Sala Autopista, y tras el reciente bombardeo televisivo que había sobrevenido por la repentina muerte de Paquirri, el turno del momento le llegaba entonces a la citada serie de samuráis.

Queda también grabado en mi recuerdo cómo el profesor de Lenguaje (que así se llamaba la asignatura)  nos sermoneaba sobre lo patético de nuestros comentarios y de la propia película. Probablemente ignoraba, al igual que yo entonces, que estaba basada en una novela histórica que narraba los sucesos acaecidos en Japón en el año 1600 y que significaron la unificación definitiva de todo el territorio nipón. Me hubiera gustado replicarle con este argumento, pero por aquella época, con la pubertad de por medio, estaba uno más pendiente de otras cosas.

Una de las escenas que me dejó más impresionado, describía la situación en la que un sirviente se ofrecía orgullosamente voluntario para ser ejecutado con honor tras incumplir una indicación que en cualquier otro sitio habría pasado por salvable. El protagonista, un capitán de navío inglés llamado Blackthorne encarnado por el actor Richard Chamberlain, había indicado que dejasen a un faisán colgado de un árbol hasta que su carne adquiriese la consistencia adecuada para ser cocinado. Tras unos días, el olor putrefacto que desprendía el animal obligó a los sirvientes a contravenir aquella simple indicación, y ellos mismos decidieron la suerte del criado sin informar a Blackthorne, que de haberlo sabido habría quitado él mismo aquel capricho de en medio. El contraste cultural entre dicho mundo y el occidental, en el que el deber y honor estaba por encima de todo, quedó totalmente marcado en aquella situación.

Progamación 19/11/84 (capítulo del faisán)
Eran otros tiempos (no hay más que ver el rombo de advertencia con el que estaba marcada la serie), aunque, veintisiete años más tarde y otros tantos canales más en la TDT, la Pantoja sigue dando que hablar, lo cual quiere decir que no hemos evolucionado demasiado. Pero, casualmente y por circunstancias que muy poco tienen que ver con lo científico, un faisán vuelve a mí en las mismas fechas, ante lo cual no he podido obviar aquella escena y volver a preguntarme por qué razón la exquisitez de aquel animal aumentaba cuanto reposaba al aire libre unos días.

La técnica aplicada no es exclusiva de nuestro protagonista, siendo también extensible a la caza en general. La razón estriba en que, cuando un animal necesita hacer un esfuerzo físico, su cuerpo realiza un aporte extra del combustible que necesitan los músculos para funcionar, de manera que se evita que la fatiga llegue en un momento en que está en juego la vida. Dicho combustible es el glucógeno, y una vez el animal ha fenecido, el citado compuesto sufre varios procesos químicos que influyen en el reblandecimiento de los tejidos.

Ya desde la antigüedad era una práctica conocida que finalmente originó el término faisandaje, por ser este ave el más común en su aplicación. Sin embargo, este acto puede ser al tiempo un completo atentado sanitario y provocar graves problemas de salud. No hay que irse muy lejos para recordar como una infección bacteriana alimenticia acabó con el masajista de un equipo ciclista en una vuelta ciclista a España.

El problema es el tiempo excesivo que los “expertos” dejaban madurar al faisán, considerando que éste estaba bueno cuando sus plumas empezaban a desprenderse. También hay una frase típica utilizada en la cocina que evidencia esta dudosa práctica gastronómica; “la perdiz en la nariz”, es decir, cuando el olor ya da el “cante” es sinónimo de que ha llegado el momento de su preparación. Nuevamente se repite la atrocidad, ya que para la caza menor con uno o dos días de oreo en un sitio fresco es más que suficiente. Al margen de lo anterior hay que apuntar que la carne de faisán es de un sabor refinado, jugosa y muy nutritiva, siendo la que menos grasas y calorías presenta entre otros muchas disponibles en el mercado.

La difusión de la especie en sí no es muy común por esta zona, de hecho, aunque ya esté arraigado en nuestro país, sus ancestros eran de origen foráneo, puesto que fue introducida y extendida en el continente por los romanos debido a su valor gastronómico. Éstos la descubrieron por primera vez  en las cercanías del río Phasis en el país de Colchis, la actual Georgia, de ahí su nombre científico Phasianus colchicus y, por evolución lingüística, su nombre común. A partir de ahí, la expansión del faisán ha sido casi mundial y ha viajado prácticamente por todo el globo terrestre, algo a lo que ha contribuido su gran capacidad de adaptarse a cualquier entorno.

Frecuentemente se hacen sueltas de carácter cinegético en los cotos españoles, gracias a lo cual la especie subsiste en España, convirtiéndose en un animal de alto valor para el cazador y es de por sí uno de los mayores trofeos que puede obtener, el más voluminoso en cuanto a la caza de pluma con un tamaño cercano a los 90 cm.

Así pues, la vida del faisán ha quedado reducida a una dependencia de la suelta. A ello contribuye aún más el que sea un animal al que no le gusta alejarse en exceso cuando se asienta en un sitio, lo cual significa que tarde o temprano una escopeta tropezará con él. De hecho hay un dicho que asegura que el faisán suele morir en el sitio que ha nacido, aunque esto es sólo para aquellos que nacen en libertad.

Indiferente a su destino, el faisán intentará comenzar una nueva vida en el lugar de liberación, pero sólo en sitios muy localizados ha escapado a su suerte y perdurado lo suficiente como para dar rienda suelta a su capacidad vital. No obstante, a decir verdad, tampoco es que tengamos ante nosotros al alma de la fiesta, ya que sus costumbres no va mucho más allá de su búsqueda de alimento y refugio. El karaoke tampoco es lo suyo, siendo su canto es una mezcla entre perdiz y ave de corral. Ni siquiera a la hora del cortejo son demasiado atrevidos, limitándose a hacer pequeños bailes para convencer a la hembra, en los que, eso sí, el faisán macho utiliza su impresionante despliegue de colores.

Un tocado con plumas de faisán
Su plumaje es ciertamente un elemento que los hace destacar respecto a otras aves de este país, pues presenta multitud de tonalidades iridiscentes, con reflejos metálicos que varían entre el verde, azul y púrpura. Las hembras por el contrario presentan tonalidades ocres y grises muchísimo más apagadas y orientadas al camuflaje. Igualmente destacables son las dos plumas centrales de la cola del, utilizadas desde hace mucho tiempo para adornar vestidos, sombreros y elegantes tocados, algo que precisamente ha sido el germen principal de este artículo. El problema de estos adornos es que son tan llamativos que su uso real queda restringido a eventos especiales, por lo que al día siguiente suelen formar parte de un hueco en el trastero.

Atraído por las supuestas bondades culinarias del faisán, nuevamente he decidido ponerme el disfraz de Indiana Jones y embarcarme en la aventura investigadora que se apodera de mí en cada artículo. En esta ocasión estoy firmemente decidido a encontrar un faisán, en busca del faisán perdido diría yo, claro está que he tenido que recurrir nuevamente al único sitio dónde probablemente pueda encontrarlo, que no es otro que la sección de aves de alguna gran superficie comercial, pues en lo que a mí respecta nunca he podido observar a alguno en plena naturaleza, a pesar que de pequeño era habitual el salir con mi padre cacería.

Ni muslo, ni pechuga... tras varios intentos fallidos las distintas expediciones han sido todo un fracaso, y no he podido pasar de la trilogía de la P (pollo, pavo, pato) o como mucho conseguir un poker con la  perdiz, algunas de las cuales son por cierto de la misma familia que el faisán, pero que de momento van a seguir copando mi menú, hasta que pueda prepararme yo mismo una suculenta y delicada receta con faisán, eso sí, sin faisandaje alguno de por medio.

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Faisanes en mi cabeza por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.almabiologica.com.

domingo, 14 de agosto de 2011

Del púrpura al carmín de cochinilla

William Henry Perkin, era el séptimo hijo de un carpintero y constructor londinense de mediados del siglo XIX. Nacido en 1838, fue un entusiasta de los experimentos químicos desde pequeño, y con tan sólo 15 años consiguió ingresar en el Colegio Real de Química de Londres a pesar de las reticencias de su padre, que quería que fuese arquitecto.