martes, 17 de marzo de 2015

Pulgas


El devenir de la humanidad está ligado a épocas puntuales en las que el ingenio tiene que ser agudizado y la flexibilidad puesta a prueba. Está demostrado que la evolución del hombre ha acontecido debido a cambios bruscos en la climatología, que pusieron la supervivencia bastante difícil a los ancestros de la especie humana. Dichos periodos dieron lugar sucesivamente a la aparición del Australopithecus, Homo erectus, Homo heidelbergensis y, finalmente, el propio Homo sapiens.
Fueron modificaciones drásticas del entorno, que conllevaron transformaciones fisiológicas y de nuestra capacidad intelectual, pues el aumento del tamaño del cráneo estaba estrechamente ligado a ella.




Pero los cambios no necesitan a veces de fenómenos de tan amplias magnitudes como el clima, sino que pueden estar motivados por aspectos más simples, en ocasiones ligados a los animales. Ya comenté en algún artículo anterior la ventaja evolutiva que supuso la asociación con el perro, con los animales domésticos y otros aspectos que llevaron también a la aparición de la agricultura. Mejoras en la calidad de vida que de una importancia más que relevante.

Sin embargo, hay otros animales más sutiles que han pasado casi desapercibidos por la historia y que han afectado a la cultura y conocimientos de manera significativa. Uno de ellos motivado por un diminuto animal y por una relación no deseada precisamente: la pulga puede ser uno de los catalizadores desconocidos de la evolución del hombre, ya no física, sino cultural.

En el siglo XIV, la mayor epidemia de la historia había llegado a Europa, casi un tercio de la población había sucumbido a una enfermedad tremendamente mortífera, la peste negra. En apenas unos días una persona pasaba de estar perfectamente sana a la muerte con unos efectos nefastos efectos físicos, incluyendo el que la piel se volviese negro azulada por algunas zonas del cuerpo.

Esta pandemia se había extendido a lo largo del globo terráqueo y en solo cinco años diezmó a un tercio de la población europea. Las limitaciones científicas de la época dieron lugar a multitud de suposiciones acerca del origen de la enfermedad: causa divina, envenenamiento del agua, influencia de los judíos, etc, etc. Sin embargo, la verdadera razón era una bacteria que afectaba a las ratas y que era transmitida entre roedores y personas por las pulgas al picar.

La enfermedad se transmitió rápidamente por los puertos a los que llegaban los barcos infectados. En muchas ocasiones se daba la circunstancia de que los barcos llegaban ya sin ninguna persona viva, y encallaban en cualquier sitio, el problema es que las ratas desembarcaban llevando consigo a las pulgas.

Hasta ahí todo en orden, pero cómo pudo influir positivamente todo este desastre en el hombre. Por un lado el feudalismo medieval colapsó, ya no había gente para labrar la tierra y los terratenientes tuvieron que bajar o anular las rentas impuestas a los campesinos, y, en última instancia abandonarlas cuando. Disminuyeron los bienes y alimentos, se produjeron revueltas, pero la mano de obra escasa adquirió consciencia de su importancia, y así subieron los salarios.

Todas las penurias pasadas hicieron plantearse el porqué de aquella epidemia, pero la situación de los que sobrevivieron tampoco mejoró en nada, por lo que no pudieron encontrar el propósito de algún supuesto castigo de Dios. Esto hizo cuestionarse a la propia religión y el pensamiento medieval: ¿qué sentido había tenido aquel capricho divino de tal magnitud?, o es que acaso Dios no existía. Fue un cambio en la visión del hombre hacia una consciencia más personal.

El saber también había quedado muy mermado, ya que estaba en buena parte en posesión de la iglesia y monasterios, en los que muchos de sus miembros sucumbieron a la enfermedad. Eso motivó además la apertura de nuevos centros del saber, como las universidades.

Es posible que aquello esa fuese la semilla del Renacimiento, un movimiento cultural que trajo una renovación de todas las ciencias y que supondría la transición hacia nuestro mundo moderno.

En lo que a mí respecta, como cabría esperar, mi interacción con las pulgas no ha sido tan trascendental, sino en un terreno más “físico”. Respecto a sus picaduras he de decir que muchas veces las sufrimos sin darnos cuenta, y echamos la culpa a alguna “arañilla”. La picadura supone un escozor continuo y suele durar un par de semanas hasta empezar a desaparecer.

Rascarse no arregla las cosas, sino todo lo contrario, además puede infectarse más. Hasta ahí han sido pequeños encontronazos, en los que ahora con el tiempo me he dado cuenta del animal que me había picado.

No obstante, la primera acometida importante la sufrí hace tres años. En una de mis primeras incursiones anillando búhos reales, me traje de polizontes sin saberlo un pequeño destacamento de ellas, que además terminaron en mi cama. Tras un par de odiseas nocturnas sin saber que pasaba, hallé una madrugada a la madre de todas las pulgas subiendo por mi pierna. Tras sesenta picaduras, una fumigación casera terminó con el asunto.

Recientemente, en mi devenir campestre de fin de semana, me metí en un antiguo cortijo abandonado para indagar en él. De singular porte y extraña belleza en su arquitectura, anduve por sus habitaciones y patios, utilizados ahora como improvisado establo para cabreros deambulantes. Así hasta que sentí en el tobillo derecho un ligero picor. Bastó mirar al mismo para comprender lo sucedido, viendo con espanto como esta vez era una legión de pulgas las que subía por el pantalón. Posteriormente calculé que serían entre doscientas y trescientas.

Más de una hora estuve quitándome de encima a pellizcos a aquellos insectos que subían por todas partes. Del pantalón, de los zapatos, de mis piernas, de mis brazos... hasta llegar al coche y cambiarme por completo de ropa, pues siempre llevo algo más de ropa para cualquier emergencia. Las consecuencias, ciento doce picaduras contadas que me tuvieron en jaque dos semanas.

Una pequeña muestra de los efectos en el tobillo
Las pulgas ponen los huevos en su huésped pero estos caen al suelo en su mayoría. Allí se desarrollan en estado larvario alimentándose de cualquier tipo de materia orgánica, pelo, plumas, detritus… Así hasta que tejen un capullo con seda y todo lo que encuentran, para pasar a estado adulto. Si es necesario permanecen en estado de reposo en el capullo hasta que detectan la presencia de una posible víctima, en esta ocasión por la vibración del suelo o por la presión de mi zapato, pero también puede detectar el calor, la humedad o el dióxido de carbono de la respiración animal. Bastó que pasara por encima para despertarlas a todas y desencadenar el ataque.

A pesar de mi amor a la naturaleza, y aunque obviamente sé que todo ser vivo tiene sentido en el ecosistema, el furor momentáneo de aquel último percance, hizo que me planteara para que servía realmente este tipo de animales que sólo causan molestias. Sin embargo, aquello me llevó a descubrir su importante y “desinteresada” relación con el hombre en aquel periodo oscuro descrito al inicio de este relato.

Supongo que este tipo de hechos se ha podido producir muchas más veces de lo que creemos a lo largo de la historia humana, con periodos de crisis que dan lugar a la claridad posterior. Quizás, ahora estamos viviendo uno de ellos, minúsculo en comparación con los aquí narrados pero similar a cierta escala.

Así que, en cierto modo, al final las pulgas también han provocado en mí un pequeño renacimiento en la forma de ver los hechos, incluso diría que me sentí animado a escribir por aquella experiencia. Impulso que voy a aprovechar de forma global enfocándolo, no para adaptarme y hacerme más fuerte en estos tiempos que nos ha tocado vivir, sino para ver todo desde otro punto de vista y buscar la luz en el devenir de las cosas.



“Solo cuando el túnel está en la más absoluta oscuridad, es cuando puede volver otra vez la luz”.
Eslogan de entrada del programa de radio Espacio en Blanco


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