jueves, 5 de enero de 2012

Navidad con P de pavo

Pasaban los años, decenas, cientos, miles de ellos…, y el pavo salvaje, se asentaba como un animal característico de los bosques y otras zonas de Norteamérica. Hacía ya dos o tres milenios que los enormes mamíferos que habitaban la región habían desaparecido; mamuts, perezosos gigantes y otros mega-animales que finalmente sufrieron una de las grandes extinciones acontecidas en el planeta, debido entre otros aspectos a la caza intensiva ejercida por el hombre.

Pero él seguía allí, evidentemente no tenía la talla de aquellos otros, si bien, no era ni mucho menos pequeña, ya que a veces llegaba a alcanzar los 10 kilos de peso. Su belleza no alcanzaba a la de su medio primo asiático, el pavo real, más cercano al faisán que a él mismo, aunque en aquella zona se exhibía abriendo su gran cola en forma de abanico.

Prosperaba abundantemente desde el sur de Canadá hasta México, adaptándose a entornos muy variados. Sin embargo, sabía que ahora podía ser el siguiente objetivo de aquel voraz predador en el que se había convertido el hombre.

Puede que fuese sólo una casualidad, quizás un milagro, el caso es que la actitud humana dio un completo giro, y el hasta entonces agresivo humano lo acogió en su seno y cuidó de él. Aquel comportamiento cambió radicalmente el futuro del hombre, y a la vez del pavo. Era el inicio de la ganadería y la agricultura del neolítico americano que, prácticamente en paralelo, había comenzado hace ocho o diez mil años en distintas zonas del planeta.

Blanco de Holanda, una de las 9 razas domésticas descendientes del
guanaco, con su característica pluma en el pecho en forma de pincel
Pocos fueron los elegidos en la domesticación; el asno, la cabra y el cerdo en Egipto y Mesopotamia, éste último también en las regiones chinas, y en Sudamérica, la alpaca y la llama 4.000 años después. Lejos de todos ellos, el pavo, guajolote o guanajo como es conocido comúnmente, fue otro de los “privilegiados”, integrándose en las culturas que más tarde resurgieron en centroamérica.

Primero fueron los aztecas los que lo acogieron, siendo muy estimado por su carne y plumas. Cuando Hernán Cortés arribó a aquellas tierras, lo trajo de vuelta a la península, debido a las cualidades alimenticias que le otorgaban aquellos 10 kg de carne. Desde aquel momento, el pavo se extendió a lo largo y ancho del mundo.

Previamente a aquel viaje a Europa, hubo varios acontecimientos que marcarían el destino de aquel “pacto” con el hombre. El principal de ellos sucedió al inicio de nuestra era, cuando en Belén nació un niño que cambió totalmente el devenir de la humanidad. Era el de origen de la fe cristiana, uno de cuyos elementos fundamentales es el nacimiento de Jesús, el día de Navidad.

Por aquellas fechas, a miles de kilómetros de distancia, a nuestro pavo le era completamente indiferente aquel registro histórico al que quedaría estrechamente vinculado. Algunos años más tarde, la fecha del nacimiento de Jesús había quedado borrosa en el recuerdo, de hecho hoy en día los historiadores aún no han sabido definirla por completo. A partir de los evangelios ésta podría fijarse a finales de septiembre o comienzos de octubre, aunque esa es sólo una de muchas teorías. El Papa Liberio acabó con cualquier duda en el año 354 d.C. con un “decretazo”, haciendo coincidir dicho día con el solsticio de invierno (el día en el que el Sol está más lejos de La Tierra), establecido en aquel momento por los romanos el 25 de diciembre. De esta forma, la fiesta cristiana facilitaba la integración de aquellos que celebraban otros ritos mucho más antiguos.

Pasados casi 500 años, en los albores del siglo IX, Carlomagno consolidaba su imperio europeo estableciendo su sede en Aquisgrán (Alemania). Hasta aquel entonces, la liturgia y ritos cristianos se habían ido adaptando en sucesivos sínodos, concilios y cónclaves de todo tipo. El ayuno y la abstinencia eran algunos de estos conceptos, asociados antaño a la cuaresma y otras fechas como la Navidad. Nada tenía esto que ver con el pavo, del cual ni se sabía aún, pero, según parece, uno de los sínodos acontecidos en la citada sede, determinó que la ingesta de aves no infringía aquel precepto religioso en la fecha del nacimiento del Señor. Fue la sentencia para toda ave de corral, y seguramente, en la distancia, un escalofrío recorrió pechuga arriba al guajolote.

Pese a todo, aún seguía a resguardo en el lejano continente americano, hasta que la llegada de Cortés lo puso al descubierto. No obstante, sería otro desembarco muy distinto el que acabaría por rematar la faena: El Mayflower, un barco lleno de peregrinos puritanos, llegó a la costa estadounidense en 1620 y fundaron Plymouth. Nada acostumbrados a las labores agrestes, a punto estuvieron de fenecer aquel invierno, pero ayudados por la población autóctona de indios salieron adelante como pudieron. El 24 de noviembre del año siguiente celebraron la buena cosecha invitando a los nativos, y aunque no se sabe a ciencia cierta si el pavo “intervino” aquel día en el banquete, no tardaría mucho en hacerlo, convirtiéndose en plato fundamental de dicha fecha, el día de acción de gracias, extendiéndose también la costumbre al día de Navidad.


Cuadro de Jean Louis Gerome sobre el día de acción de gracias
Para el pavo estas fechas no son las mejores, no está para muchos de festejos, y más que nunca echa de menos su versión salvaje, que aún habita las mismas zonas de antaño. Aquella alianza forjada en el “corral” sigue vigente y continua siendo uno de de los elegidos, aunque ahora como miembro de honor del mantel.

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