martes, 20 de diciembre de 2011

El gran pavón nocturno


En el cine americano de ciencia ficción de los años cincuenta se puso de moda agrandar a los insectos y otros bichos para volverlos más terroríficos. En aquellos años, el planeta se las tuvo que ver en el celuloide con hormigas gigantes (El mundo en peligro, 1954), una monstruosa tarántula (Tarántula, 1955), mantis religiosas enormes (El monstruo alado, 1957) o una plaga de descomunales langostas (El principio del fin, 1957).
Este género cinematográfico volvió hace unos años con cucarachas mutantes del tamaño de un humano (Mimic, 1990), insectos alienígenas (Starship Troopers, 1997) y grandes arañas (Arac Attack, 2002).

Semejantes monstruos son sólo fruto de la imaginación y de la morbosa necesidad que tiene el ser humano de alimentarse de miedo viendo películas de terror. Pero en realidad, sí hubo una época en la seres parecidos existieron.

sábado, 10 de diciembre de 2011

El violinista desmembrado (cangrejo violinista)

“Sin todas nuestras tradiciones nuestra vida sería algo tan inseguro como…un... como un violinista en el tejado”. Esa era la frase pronunciada por Reb Tevye, el protagonista de la película El violinista en el tejado, de la cual hace ahora 40 años de su rodaje.

Hace ya bastantes años que la vi por última vez, y, pese a no ser muy entusiasta de los musicales, quedé enganchado por el devenir de los acontecimientos y la sintonía de su tema central, “Si yo fuera rico”, cantinela que, a quién más quién menos, se nos pasa inconscientemente por la cabeza en los momentos que toca vivir estos últimos años.

En su argumento, ubicado históricamente en los años previos a la revolución rusa, la inestabilidad era una constante en las vidas de los habitantes judíos de la Rusia zarista de inicios del siglo XX. Ante ello, la respuesta de aquella comunidad, y en particular de Tevye, era unánime: ¡Tradición!, continuar haciendo lo que les había guiado por siglos. A pesar de ello, aquella sociedad se veía sometida a continuos vaivenes que hacían temblar los rectos pilares ancestrales de su forma de vida (un tanto retrógrada hoy en día), y, cuando esto sucede, no queda más remedio que dejar paso al cambio, a la adaptación y a la evolución, tanto que, los acontecimientos dieron lugar a una nueva diáspora, dispersando a los judíos por medio mundo.
En cierta medida, todos tenemos algo de violinista en el tejado tratando de guardar el equilibrio (otra frase del protagonista adaptada para esta ocasión), y, cuando el entorno se vuelve inseguro, nos aferramos a nuestras tradiciones, a lo que nos da estabilidad. Básicamente somos seres de costumbres y rituales, no sólo a nivel cultural, sino en nuestra totalidad, ya sea en casa o en cualquier sitio. En el trabajo por ejemplo, solemos hacer las tareas de la misma forma, creamos nuestros ritos (el café, la rutina del cigarro…) e incluso nuestros mitos entre los compañeros: aquel que es capaz de resolver determinado tipo de problemas, el experto informático, las costumbres del jefe, los que pertenecen al “lado oscuro”, etc. Todo ello, forma parte de algo que nos gusta mantener estable por pura seguridad. Incluso cuando la monotonía y el aburrimiento llaman a nuestra puerta, nos gusta salir de dicha situación con controlando la llegada de las nuevas experiencias.
En el mundo natural sucede algo parecido, los animales siguen sus hábitos y costumbres para salir adelante ante a los avatares que les depara su existencia. Podríamos poner miles de ejemplos, aunque hay uno al que el símil filmográfico le viene como anillo al dedo: el cangrejo violinista, cangrejo barrilete como es conocido coloquialmente por la forma de su caparazón o Uca tangeri en su nombre científico.
Un gran macho de cangrejo violinista con su pinza, me costó
lo mío atraparlo, pues a la mínima se escondía en el agujero.
(Éste fue fotografiado al lado de la carretera en Barbate)
La verdad es que hasta ahora no sabía de ellos más que por documentales en los que los veía agolparse en hábitat tropicales similares a los manglares y terrenos costeros sujetos a los vaivenes de la marea. Sin embargo, hace escasos días, el azar me llevó casualmente a un paraje del Parque Natural de la Bahía de Cádiz, concretamente al situado en las marismas de las Salinas de Carboneros, cerca de Chiclana. No pude estar más que unos 30 minutos paseando por una vía de senderismo, de la que salí a las primeras de cambio para recorrer otros atajos más de mi gusto y descubrir para mi sorpresa al mencionado cangrejo.
El violinista recibe su nombre por la gran pinza que con exclusividad ostentan los machos, así como por el movimiento que éste realiza con ella a modo de supuesto violín. Sólo una de ellas es grande, de tamaño descomunal frente a la otra. La más pequeña, que sería la equivalente al arco para tocar, es usada para alimentarse, ya que “el violín” es inservible para dicho menester y prácticamente sólo se utiliza en la “actuación” o como equipamiento bélico cuando hay que intervenir en algún conflicto. La supuesta sinfonía no es más que una batalla gesticular que el cangrejo mantiene con sus convecinos, agitando su enorme violín a todo el auditorio presente, tratando a la par de disuadir a los machos y de atraer a las hembras.
Hembra de cangrejo violinista o cangrejo "barrilete"
El improvisado escenario no está esta vez en el tejado, sino más bien en los cimientos del hogar que a modo de túnel construyen estos cangrejos. Cimientos que se tambalean continuamente cuando, por el efecto compuesto de luna y sol, la pleamar llega dos veces al día. Para evitarlo, éstos tienen que pertrecharse en su bunker taponando la entrada, evitando que el tsunami marino se los lleve por delante. Así pues las reformas de alfarería en el patio de vecinos están a la orden del día, ya que hay que arreglar la entrada un par de veces cada 24 horas.
El antes y después de un bunker
Por otra parte la comunidad está bastante hacinada y apenas hay separación con el adosado del vecino, por lo que el ajetreo es continuo y las disputas “cangrejiles” son de lo más corriente, tanto que algunos se ven forzados al desahucio tras la usurpación de la vivienda o derrota por un contrincante más fuerte. Ante esto no hay más que una única réplica por parte del cangrejo: ¡Tradición! El violinista migrará a un lodazal cercano e iniciará una nueva vida con otros vecinos.
El "cangrejuego": pincha para ampliar y descubre los 17 cangrejos fuera del túnel
En mi mano, antes de dejarlo en libertad,
se observa el gran tamaño de la pinza o boca de la isla
Nuestro artista también asiste a otra costumbre más de la que debe preocuparse, aquella que desde antaño lo hace partícipe en primera persona del marisqueo efectuado en la zona, ya que de él se recogen las famosas “bocas de la Isla”, que no son otra cosa que las pinzas “violín” de los machos. Las bocas son arrancadas del cangrejo durante el marisqueo, dejando suelto al mutilado al artista. Despojado de su instrumento vital parece, que el violinista poco tiene que hacer ya. Sin embargo, como Tevye, en las situaciones comprometidas los individuos se adaptan y evolucionan. El violinista no ha sido menos, y en su próxima muda para crecer, se desprenderá de su exoesqueleto regenerando una nueva en el lado opuesto, arreglando de paso cualquier otro desperfecto corporal para volver otra vez a sus rituales: ¡Tradi…
No obstante, es probable que el nuevo violín ya nunca tenga las excelsas características del de antaño, ya que algunas especies de cangrejo fabrican un sucedáneo de bajo coste, más ligero y sin dientes, más fácil de regenerar, aunque ya no tendrá la fuerza ni resistencia de la pieza original. Es en este momento cuando el cangrejo sacará el máximo partido a sus dotes interpretativas, y se exhibirá, si cabe aún más, exagerando sus gestos con la pinza de “plástico”. Claro que, esto durará hasta que algún contrincante termine por descubrir el farol al retarlo de cerca.
La carne de la boca es valorada por su exquisitez, de color blanco y más fina al paladar que la de las pinzas o patas de cualquier otro tipo de cangrejo, vendidas también cómo bocas de menor calidad. Al parecer el kilo de bocas frescas de la isla puede estar rondando los 20 o 25 €, y casi el doble cocidas en una marisquería. Aunque de esto no sé demasiado, ya que no he heredado los gustos marisqueros de mi padre, y ante la duda siempre prefiero unas buenas gambas a cualquier otra opción.
No es de extrañar pues, que sean objeto de deseo del marisqueo. El problema estriba en que actualmente el número de licencias concedidas para el marisqueo a pie es de unas 162 en todo Cádiz, y el marisqueo ilegal en las familias de renta baja es bastante habitual para poder llegar a fin de mes. Sin ir más lejos ese mismo día en Carboneros, a unos 20 metros de mí, divisé al otro lado del caño a un hombre embarrado hasta las rodillas, introduciendo una y otra vez la mano en el fango hasta encontrar algo que echaba en un cubo. Ante mi ignorancia, ingenuamente pregunté desde lejos qué estaba cogiendo. La seca, escueta y de tono grave respuesta emitida lo puso en evidencia: “coquina”, sólo le escuché mascullar. Al parecer mi pregunta fue un tanto molesta y el susodicho ni levantó la cabeza, siguió a lo suyo… y yo a lo mío. Que me disculpe aquel chiclanero, si es que era de allí, pero, por lo poco que sé, creo en dicha ciudad apenas hay concedida una de las mencionadas licencias.
Finalmente, para la presente ocasión, además de ver la película, hice una vez más la ronda habitual por las grandes superficies con el fin de degustar el manjar. Tan sólo encontré “bocas chicas” a 8,35 €/kg, que a simple vista no se correspondían con el Stradivarius de nuestro famoso solista.
Las menos selectas: bocas chicas
Se ve que últimamente acabo los artículos dando vueltas en el supermercado, así que, frente al fracaso gastronómico, trataré de volver de nuevo a Carboneros con más tiempo para contemplar los conciertos de nuestro intérprete, y de paso quizás puede que a “otros” visitantes asiduos de la marisma.  Licencia Creative Commons El violinista desmembrado por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported. Basada en una obra en www.almabiologica.com.