Cuando hace unos meses escogí el búho como objetivo de mis artículos, no sabía a donde me llevaría el devenir lingüístico del escrito ni mucho menos el aspecto vivencial con el que intento acompañar cada relato. En esa ocasión puedo decir que lo segundo parece haber superado cualquier expectativa, y no sé si estaré a la altura de la experiencia ahora que lo traslado al “papel”.
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lunes, 23 de julio de 2012
viernes, 27 de abril de 2012
La comunidad de la anilla
Tras mi primer encuentro casual con un nido de búho real (ver fotos y notas del mismo), me llevé una enorme decepción el día que fuimos a anillarlos y encontramos el nido vacío. Había sido depredado o esquilmado por alguien.
Después de aquello, hace mes y medio que miro cada risco, tajo o cantera cuando voy al campo, y en ellos he hallado un poco de todo: viejos nidos abandonados, egagrópilas, antiguos restos de crías abatidas más que presuntamente con una escopeta (un crimen resuelto al comprobar los plomazos en los restos del cráneo)… así hasta localizar un nuevo nido con huevos que finalmente ha dado sus “frutos”.
La de ayer es una experiencia de esas que se quedan en la retina para siempre, pues fue un deleite para mí ser testigo del anillado que realizaron los dos miembros de SEO que me han acompañado en este peregrinaje por los montes.
Parte del proceso de anillado (con anillas del 10) |
Quedará pendiente el artículo completo, que sinceramente ya no sé como enfocaré, pues mi idea original quizás no refleje todo lo acontecido este mes. Por lo pronto, éste ya es un segundo adelanto que no podía dejar de hacer sobre este magnífico animal.

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domingo, 11 de marzo de 2012
Algo voló sobre el nido del ¿búho?
Desde hace un par de meses he rescatado una antigua afición mineralógica que "cultivé" hace dos décadas. En esta etapa del renacimiento mineral en mi persona, fui ayer a una antigua cantera de Morón en la que, hace unos 60 años, parece que se halló una veta de piedra galena.
Ya estuve en ella en la mencionada fase inicial de aficionado geológico, aunque no encontré nada, salvo algunos cuarzos de notable tamaño.
Esta vez tampoco hallé el citado mineral, aunque sí me llevé un tremendo susto cuando exploraba una de las paredes de dicha excavación:
Esta vez tampoco hallé el citado mineral, aunque sí me llevé un tremendo susto cuando exploraba una de las paredes de dicha excavación:
A unos dos metros de mí, a mi derecha en alto, algo batió con fuerza las alas e hizo un descomunal ruido para alzar el vuelo. Era un ave enorme, aunque sólo pude verla de espaldas y durante un par de segundos, ya que se perdió por un lado de la cantera.
O era un águila de gran tamaño o un búho real, con el cual ya me he topado en un par de ocasiones cuando más joven. Pasado ese instante, subí por una pequeña pendiente al lugar de despegue y descubrí la escena que se puede ver en la foto.
Dos polluelos y al fondo la mitad de un conejo con el que la madre los está alimentando |
Son dos pequeños polluelos, recién nacidos, no deben tener más de 10 o 12 días por el color blanco del plumón. Tras unas cuantas fotos los dejé allí, aunque puede que vuelva más adelante cuando hayan crecido.
Más tarde ya me estuve documentando un poco, y por el tipo de nido, que básicamente es un hoyo en forma de cuenco excavado en la pared del acantilado con restos de egagrópilas (deposiciones con trozos de huesecillos) y por los polluelos, puedo decir casi con total seguridad que es un búho real.
Me informaré acerca de si es conveniente avisar al SEPRONA sobre este tipo de hallazgos, ya que el búho real está considerado como especie de interés especial. Aunque no creo que corra peligro por la localización del lugar y accesibilidad del mismo.
Curiosamente mi próximo objetivo de artículo era sobre el búho (http://www.almabiologica.com/p/proximos-objetivos.html), del cual no tenía hasta ahora ninguna foto original mía. ¿Mucha casualidad? No, no creo en ellas, mis dos últimos artículos me han terminado llevando allí. En el artículo mezclaré un poco todo lo resumido en estas notas, ya lo tengo en la cabeza.
Todo esto sucedió un sábado a medio día. Pero por la tarde del domingo, en las proximidades del río Guadaíra cercano a Alcalá, vi a alguien con un telescopio terrestre que parecía observar aves u otros animales. No pude resistir la tentación y tuve que preguntarle. Efectivamente miraba a los pájaros del entorno, y tras confirmarlo le conté la peripecia con el búho del día anterior. Me comentó que pertenecia a SEO (Sociedad Española de Ornitología), ofreciéndome la posibilidad de ir a anillar la los pequeños polluelos en breve, antes de que fuesen demasiado grandes para poder hacerlo. ¿También otra casualidad?

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Todo esto sucedió un sábado a medio día. Pero por la tarde del domingo, en las proximidades del río Guadaíra cercano a Alcalá, vi a alguien con un telescopio terrestre que parecía observar aves u otros animales. No pude resistir la tentación y tuve que preguntarle. Efectivamente miraba a los pájaros del entorno, y tras confirmarlo le conté la peripecia con el búho del día anterior. Me comentó que pertenecia a SEO (Sociedad Española de Ornitología), ofreciéndome la posibilidad de ir a anillar la los pequeños polluelos en breve, antes de que fuesen demasiado grandes para poder hacerlo. ¿También otra casualidad?

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viernes, 9 de marzo de 2012
La ley de la cigüeña
Hace algo más de 9 años asistí a una conferencia en la que, el hasta hace poco tiempo Director General de Sevillana Endesa, José Antonio Martínez, hizo una ponencia sobre los retos futuros de la actividad de distribución eléctrica.
Entre los desafíos a acometer, se hallaba el asegurar el suministro a la cada vez más creciente demanda de energía eléctrica, al tiempo que se debía mantener la calidad del servicio ofrecido. Esta última cuantificada entre otras cosas por un sucedáneo del número y duración de lo que coloquialmente en el mundo vecinal es conocido como “¿niña, se ha ido la luz?”.
En cuanto a los cortes eléctricos, al margen de los fallos técnicos inherentes a la propia aparamenta eléctrica, las causas de los mismos son muy variadas; rayos, caídas de árboles, temporales de viento o excavadoras que cortan un cable subterráneo, son incidentes más frecuentes de lo que en principio podría parecer. Aunque sobre ellos hay uno que destaca y acapara hoy nuestra atención; las colisiones y electrocuciones provocadas por aves. A este respecto, las empresas eléctricas también se encontraban ante otro gran elemento en alza de nuestra sociedad, la cultura medioambiental y el desarrollo sostenible, encaminada en este caso particular a la protección de la avifauna.
Y fue, llegado a ese punto de la exposición, cuando la cigüeña tuvo su particular momento de protagonismo. Desde que en las décadas de los 70 y 80 se iniciaran los primeros planteamientos en la protección de aves, los esfuerzos técnicos y económicos de las compañías eléctricas habían ido redoblándose con el tiempo. Fueron muchos los experimentos y estudios para tratar de evitar la construcción de los enormes nidos de cigüeñas en las torres eléctricos, algunos de hasta media tonelada de peso: mejoras en los diseños de las torres, dispositivos para impedir que se posaran, elementos señalizadores del cableado de alta tensión, etc. José Antonio Martínez enfatizó que incluso se habían construido postes adyacentes idénticos exentos de tendido eléctrico, ofrecidos como hogar alternativo, y con su peculiar sentido del humor dijo literalmente; “pero, que le vamos a hacer, estos pollos son eléctricos”, matizando que aún así preferían normalmente los postes con cableado eléctrico, desdeñando aquellos otros que les habían sido concedidos cual vivienda de protección oficial, nunca mejor dicho.
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La mencionada diapositiva de la presentación del IEEE |
Para que nos hagamos una idea de su efecto, un par de años después de aquella conferencia, durante 2004, año especialmente peliagudo en Andalucía y Badajoz en lo que a cortes eléctricos se refiere, se contabilizaron 417 incidentes provocados por aves que dejaron sin electricidad a unos 650.000 clientes, lo que supuso un total de casi 738 horas de interrupción. Un aspecto de consecuencias negativas en imagen y penalizaciones que, para ser justos, no se puede ser achacable a las compañías eléctricas y que en la actualidad se encuentra de hecho en litigio. Por si acaso, mientras se resuelve la cuestión normativa, cuando ocurre algún incidente lo primero que la cuadrilla eléctrica hace es buscar ávidamente algún pobre “pollo” que haya quedado “frito”.
Lo cierto es que el reconocido exdirector puede que no estuviera exento de razón en su comentario, ya que, aunque nada está demostrado, parece que podrían ser varios los motivos que atraen a la cigüeña a construir en las torres eléctricas:
De una parte el calentamiento de los conductores eléctricos por el paso de la intensidad (el llamado efecto Joule en argot electrotécnico), cuyo calor desprendido puede ser placentero para estas aves. Por otro lado, la frecuencia de las ondas de intensidad eléctrica (en concreto la denominada del tercer armónico) provoca además una vibración del propio cableado e infraestructura eléctrica, que, aunque imperceptible para nosotros, origina un cosquilleo que podría resultar del agrado de estos singulares pájaros.
Cigüeña nidificando en un poste |
También es posible que los campos electromagnéticos que producen las líneas eléctricas sirvan de referencia para localizar el nido o la zona en la que se encuentra, dado que las aves poseen un sentido que les permite detectar el electromagnetismo terrestre para hacer sus migraciones.
Las cigüeñas se reunen para ver la puesta de sol |
Instantes después yo provoqué sin querer esta desbandada |
Indudablemente los pollos actuales son eléctricos, pero la cigüeña siempre ha estado inmemorialmente ligada al ámbito humano, y no sólo eso, sino que ha sido considerada como símbolo de la buena suerte y ejemplo a seguir.
Son muchas las leyendas que revolotean en torno a ella, sin lugar a dudas la más conocida de todas corresponde a la caprichosa procedencia parisina de los recién nacidos. Tradición cuya principal utilidad consiste en sacar de apuros a padres primerizos ante los cándidos interrogatorios de una prole de supuesto acento gabacho (es esa o la opción de la semillita). Lo curioso del caso es que el mito es común en la práctica totalidad de los países de Europa, perdiéndose en el tiempo sin que podamos adivinar cual es su origen exacto, pues cada nación tiene su propia versión.
Lo que sí parece tener una explicación razonable es el sentimiento positivo que despiertan. En primer lugar porque su llegada coincide con el buen tiempo en primavera, lo cual era considerado un signo de buen augurio. A lo anterior hay que unir sus costumbres antropomórficas, ya sea en cuanto a emparejamientos duraderos que pueden durar toda la vida (la cigüeña puede vivir hasta 70 años) como por el cuidado extremo que profesan a sus crías; relevándose macho y hembra en la incubación, trayendo comida a lo polluelos, protegiéndolos de la lluvia con sus alas totalmente a la intemperie o intentando darles sombra en plena canícula estival. Recientes estudios han verificado también que la fidelidad conyugal no es totalmente incondicional, por lo que a veces surgen disputas matrimoniales, lo cual no viene sino a confirmar otra similitud más hacia el comportamiento humano. Por otra parte, está comprobado estadísticamente como el número de nacimientos de nuestros bebés en los meses de buen tiempo se incrementa. No es de extrañar por tanto que, de toda esta asociación de ideas, surgiera el mito.
Cigüeñas antes de la migración |
Así pues, desde época romana se creía que era una enviada de los dioses y estaba considerada como un ave sagrada. Estuvo por ello dedicada a la diosa Juno, divinidad que entre otras cosas cuidaba justamente del alumbramiento y los recién nacidos. Era tal la consideración que los romanos tenían a la cigüeña, que estos promulgaron la Lex Ciconaria (Ley de la Cigüeña), por la que se obligaba a los hijos a cuidar a sus padres ya ancianos, ya que se creía que las cigüeñas así lo hacían también.
Una evidencia más de la deferencia hacia ellas es el hecho de que nunca hayan sido consideradas como plato gastronómico. Cosa que siempre ha sido así con excepción de una breve época en la que, la excentricidades culinarias propias del declive romano llevaron a un tal Cayo Sempronio Rufo a suscitar su consumo. Moda impopular que a la postre le costó la elección a cónsul al que fue llamado por el pueblo “cocinero de cigüeñas Rufo”.
Hoy en día el respeto y protección a estas aves sigue patente y en auge. Afortunadamente las líneas de investigación para prevenir los accidentes eléctricos han venido evolucionando desde aquel entonces y las inversiones de las eléctricas son millonarias al respecto. Para ello, no han escaseado tampoco las reuniones entre técnicos y altos responsables de las compañías eléctricas, encaminadas a plantear soluciones alternativas a la construcción de nidos en los postes. Cónclaves en los que en alguna ocasión se llegó incluso a debatir sobre la operativa excretora de la cigüeña. Aspecto que, aunque fue controvertido en aquel instante por la forma literal de expresarlo, al no utilizar precisamente la expresión empleada en este artículo, no es para nada baladí, ya que este animal utiliza sus excrementos a modo de argamasa para unir las ramas de los cimientos del nido.
En contraposición al auge de respeto y protección hacia el animal que nos ocupa hoy, los valores humanos entre padres e hijos están en completo declive. La ley de la cigüeña y otras muchas no escritas casi han desaparecido, y la libertad de nuestra sociedad ha dejado de ser tal para convertirse en un libertinaje decadente, curiosamente igual que les pasó a los romanos. Quizás deberíamos hacer como las empresas eléctricas: invertir a conciencia en la búsqueda de alternativas en la construcción del nido moral en el que se educan nuestros hijos.
"Dedicado a mi hijo Pablo de 6 años, lo que más quiero en este mundo, al cual espero ser capaz de inculcar los valores realmente importantes de la vida."

La ley de la cigüeña por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
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viernes, 2 de marzo de 2012
El vuelo del Fénix
Es curioso comprobar como en el mundo de la mitología o leyenda se suelen encontrar elementos comunes entre distintas culturas. Sucesos como por ejemplo el diluvio universal, suponen una constante en culturas tan dispares como la judaica, griega, hindú o mesopotámica, incluso en civilizaciones tan alejadas como la inca o la azteca se encuentran similitudes que hacen sospechar que, o bien algo pasó realmente, o que al menos hay un origen ficticio de una cultura primigenia común anterior a todas, es lo que se denomina en antropología como “lugares comunes”.
Esa misma tarde no pude resistir el ir de nuevo a comprobar cuantos flamencos había, y aunque la casualidad de los acontecimientos ya había decidido el motivo del artículo de este mes, lo que vi contribuyo un poco más, puesto que además de 7 majestuosos flamencos, encontré a cientos de cigüeñas observando placidamente la puesta de sol, hasta que con la caída del mismo decidieron emprender un súbito vuelo de su migración a África. Los flamencos se quedaron allí, pero a buen seguro que aquella misma noche efectuaron su particular vuelo del Fénix.
Un caso parecido lo constituye el ave Fénix, mítica ave inmortal de colores rojizos y dorados que renacía de sus cenizas cada 500 años. El Fénix se encuentra también en la práctica totalidad de las culturas, comenzando por la egipcia, en la que representaba el alma del dios Ra y también estaba asociado al culto al Sol, pero también aparece en la china, judaica y griega entre otras, de esta última y por analogía cromática obtuvo su nombre de la palabra phoinix, que significa rojo.
Evidentemente nunca se llegó a divisar al excepcional ave, aunque algunos eruditos griegos y romanos Herodoto, Plinio el Viejo (con el que me he topado más de una vez al escribir) o el más cercano Séneca, dejaron constancia escrita sobre su posible existencia, pero sólo a través de terceras referencias. Las descripciones egipcias, quizás las más acertadas, la representaban como una especie de enorme garza, probablemente de alguna especie ya extinta que habitaba en la península arábica. No es de extrañar que en aquella época de escaso análisis biológico, la aparición de cualquier nueva ave que mínimamente poseyera algunos de los rasgos del fénix abriese el debate sobre su descubrimiento. Era cuestión de tiempo que, en alguno de aquellos hallazgos, algún pájaro terminase por heredar su nombre.
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Representación egipcia del Benu o Fénix |
La suerte le tocó al flamenco, ave espigada como una garza (de metro y medio aproximadamente), de plumaje rosado-rojizo, y que para más inri nidifica en un montículo de barro que se asemeja a un minivolcán de cenizas, del cual finalmente resurge una única cría. Sea como fuere los romanos pusieron nombre a aquella criatura, que pasó a llamarse Phoenicopterus, cuyas acepciones podrían ser varias: desde ala roja, Fénix alado, hasta algo más glamuroso como el título de la novela de Elleston Trevor y posterior película de los sesenta que da título a este artículo. Respecto a su actual nombre común, es muy probable que derive de la raíz latina flamme (llama o fuego), y aunque en esta ferial época el tópico daría mucho juego, la analogía con el vocablo del género artístico propio de nuestra tierra es sólo una casualidad, pues este último parece tener otro origen.
Pero volviendo a aquella remota época, el aprecio romano por este ave no pasaba de ahí, al menos desde el punto de vista del propio flamenco, ya que para su desdicha la extravagante cocina romana lo consideraba un manjar a preparar de múltiples maneras.
Actualmente, aunque ni mucho menos está en peligro de extinción, el flamenco es un ave rara de ver en España y Europa, existiendo sólo unos puntos muy específicos para su asentamiento. En Andalucía es famosa la colonia de cría que existe en la localidad malagueña de Fuente de Piedra, donde se pueden congregar más de 15.000 parejas cada año. Sin embargo, fuera de esos lugares clave no es frecuente observarlos. Es por ello que resulta un privilegio el poder apreciarlos de cerca, algo que de manera extraordinaria se puede hacer en nuestra localidad, pues en una laguna muy cercana al pueblo, de la que no desvelaré el nombre para tratar de salvaguardar su extraña virginidad, se exhiben ocasionalmente algunos de ellos.
La razón de esta esporádica aparición está muy vinculada a la citada laguna malagueña debido a que en mayo tienen lugar los primeros nacimientos de polluelos, y desde esa fecha hasta el fin del verano la laguna se deseca paulatinamente. Alimentar a una nueva prole de 10.000 individuos se convierte entonces en una misión casi imposible, razón por la que los flamencos se desplazan en grupos por la noche entre los distintos humedales de Andalucía, realizando a veces un par de viajes en la misma noche, ida y vuelta a la laguna.
Hay que tener en cuenta que la laguna de Fuente de Piedra se encuentra exactamente a la misma latitud que Morón, a una distancia en línea recta de 60 km, y que los flamencos viajan a una velocidad bastante elevada, justamente de 60 km/h, el equivalente al galopar de un caballo, por lo que en 1 hora hacen el trayecto.
Los destinos escogidos son siempre humedales de poca profundidad, ya que el modo de alimentación de estos animales es un tanto peculiar: arrastran la cabeza del revés por el fondo absorbiendo agua y fango para quedarse con pequeños organismos y algas con una especie de filtro constituido por su particular pico y lengua, ésta última incluida en una de las recetas romanas indicadas anteriormente.
No obstante, al margen de estas “maravillas” culinarias o de la cena a base de “sopa de marisco” que el propio flamenco podría otorgar a sus crías, hay otra cuestión alimenticia más que hace originales a estos animales, que no es otra que la capacidad de fabricar su propia leche como los mamíferos. No es que tengan glándulas mamarias, sino que lo hacen en el propio buche, y junto a los pingüinos y alguna especie de paloma son las únicas aves facultadas para ello. Es lo que se denomina leche de buche, producida por ambos sexos y con un alto contenido en grasas y proteínas, que en el caso particular del flamenco tiene además un intenso color rojizo, lo que en un principio llevó a los primeros estudiosos a creer que alimentaba a sus hijos con su propia sangre.
Respecto a nuestra laguna, desde la distancia en el coche, ya llevaba un tiempo observando lo que parecían ser flamencos en la misma, hasta que decidí acercarme para comprobar como verdaderamente eran 19 los individuos que allí retozaban. La fotos no fueron fáciles, ya que a la mínima que conseguía aproximarme, la voz de alerta del cabecilla del grupo provocaba una desbandada hasta el otro extremo del lago a casi 1 km, o en otras ocasiones, tras arrastrarme en cuclillas durante 20 minutos, era una grajilla la que daba la alarma.
Aquella misma noche, la pasada madrugada del 12 al 13 de agosto, no me dormí hasta tarde y subí a la azotea sobre las 3:20 para ver la lluvia de estrellas de las perseidas, típica en esos días. En los 10 minutos que estuve sólo pude ver un par de estrellas fugaces, pues me entretuve mirando hacia el lado equivocado, la base militar. No obstante, fue eso mismo lo que permitió que, de improviso y desde mi espalda, me sobrepasara una formación en V de nueve “fénix” volando en hacia nuestro pequeño lago. Por la dirección que venían más que probablemente de Fuente de Piedra y habían pasado por encima de nuestro gallo en la Peña.
Unas 300 cigüeñas mirando la puesta de sol |
jueves, 5 de enero de 2012
Navidad con P de pavo
Pasaban los años, decenas, cientos, miles de ellos…, y el pavo salvaje, se asentaba como un animal característico de los bosques y otras zonas de Norteamérica. Hacía ya dos o tres milenios que los enormes mamíferos que habitaban la región habían desaparecido; mamuts, perezosos gigantes y otros mega-animales que finalmente sufrieron una de las grandes extinciones acontecidas en el planeta, debido entre otros aspectos a la caza intensiva ejercida por el hombre.
Pero él seguía allí, evidentemente no tenía la talla de aquellos otros, si bien, no era ni mucho menos pequeña, ya que a veces llegaba a alcanzar los 10 kilos de peso. Su belleza no alcanzaba a la de su medio primo asiático, el pavo real, más cercano al faisán que a él mismo, aunque en aquella zona se exhibía abriendo su gran cola en forma de abanico.
Prosperaba abundantemente desde el sur de Canadá hasta México, adaptándose a entornos muy variados. Sin embargo, sabía que ahora podía ser el siguiente objetivo de aquel voraz predador en el que se había convertido el hombre.
Puede que fuese sólo una casualidad, quizás un milagro, el caso es que la actitud humana dio un completo giro, y el hasta entonces agresivo humano lo acogió en su seno y cuidó de él. Aquel comportamiento cambió radicalmente el futuro del hombre, y a la vez del pavo. Era el inicio de la ganadería y la agricultura del neolítico americano que, prácticamente en paralelo, había comenzado hace ocho o diez mil años en distintas zonas del planeta.
Blanco de Holanda, una de las 9 razas domésticas descendientes del guanaco, con su característica pluma en el pecho en forma de pincel |
Primero fueron los aztecas los que lo acogieron, siendo muy estimado por su carne y plumas. Cuando Hernán Cortés arribó a aquellas tierras, lo trajo de vuelta a la península, debido a las cualidades alimenticias que le otorgaban aquellos 10 kg de carne. Desde aquel momento, el pavo se extendió a lo largo y ancho del mundo.
Previamente a aquel viaje a Europa, hubo varios acontecimientos que marcarían el destino de aquel “pacto” con el hombre. El principal de ellos sucedió al inicio de nuestra era, cuando en Belén nació un niño que cambió totalmente el devenir de la humanidad. Era el de origen de la fe cristiana, uno de cuyos elementos fundamentales es el nacimiento de Jesús, el día de Navidad.
Por aquellas fechas, a miles de kilómetros de distancia, a nuestro pavo le era completamente indiferente aquel registro histórico al que quedaría estrechamente vinculado. Algunos años más tarde, la fecha del nacimiento de Jesús había quedado borrosa en el recuerdo, de hecho hoy en día los historiadores aún no han sabido definirla por completo. A partir de los evangelios ésta podría fijarse a finales de septiembre o comienzos de octubre, aunque esa es sólo una de muchas teorías. El Papa Liberio acabó con cualquier duda en el año 354 d.C. con un “decretazo”, haciendo coincidir dicho día con el solsticio de invierno (el día en el que el Sol está más lejos de La Tierra), establecido en aquel momento por los romanos el 25 de diciembre. De esta forma, la fiesta cristiana facilitaba la integración de aquellos que celebraban otros ritos mucho más antiguos.
Pasados casi 500 años, en los albores del siglo IX, Carlomagno consolidaba su imperio europeo estableciendo su sede en Aquisgrán (Alemania). Hasta aquel entonces, la liturgia y ritos cristianos se habían ido adaptando en sucesivos sínodos, concilios y cónclaves de todo tipo. El ayuno y la abstinencia eran algunos de estos conceptos, asociados antaño a la cuaresma y otras fechas como la Navidad. Nada tenía esto que ver con el pavo, del cual ni se sabía aún, pero, según parece, uno de los sínodos acontecidos en la citada sede, determinó que la ingesta de aves no infringía aquel precepto religioso en la fecha del nacimiento del Señor. Fue la sentencia para toda ave de corral, y seguramente, en la distancia, un escalofrío recorrió pechuga arriba al guajolote.
Pese a todo, aún seguía a resguardo en el lejano continente americano, hasta que la llegada de Cortés lo puso al descubierto. No obstante, sería otro desembarco muy distinto el que acabaría por rematar la faena: El Mayflower, un barco lleno de peregrinos puritanos, llegó a la costa estadounidense en 1620 y fundaron Plymouth. Nada acostumbrados a las labores agrestes, a punto estuvieron de fenecer aquel invierno, pero ayudados por la población autóctona de indios salieron adelante como pudieron. El 24 de noviembre del año siguiente celebraron la buena cosecha invitando a los nativos, y aunque no se sabe a ciencia cierta si el pavo “intervino” aquel día en el banquete, no tardaría mucho en hacerlo, convirtiéndose en plato fundamental de dicha fecha, el día de acción de gracias, extendiéndose también la costumbre al día de Navidad.
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Cuadro de Jean Louis Gerome sobre el día de acción de gracias |
Para el pavo estas fechas no son las mejores, no está para muchos de festejos, y más que nunca echa de menos su versión salvaje, que aún habita las mismas zonas de antaño. Aquella alianza forjada en el “corral” sigue vigente y continua siendo uno de de los elegidos, aunque ahora como miembro de honor del mantel.
domingo, 16 de octubre de 2011
Faisanes en mi cabeza
Resulta curioso como la mente almacena arbitrariamente
recuerdos que la casualidad desempolva años después; en octubre del 84, recién
iniciado mi último curso de la desvanecida EGB, la comidilla de la clase no era
otra que la reciente serie Shogun, emitida todos los lunes a eso de las nueve y
media de la noche.
Queda
también grabado en mi recuerdo cómo el profesor de Lenguaje (que así se llamaba
la asignatura) nos sermoneaba sobre lo
patético de nuestros comentarios y de la propia película. Probablemente
ignoraba, al igual que yo entonces, que estaba basada en una novela histórica
que narraba los sucesos acaecidos en Japón en el año 1600 y que significaron la
unificación definitiva de todo el territorio nipón. Me hubiera gustado
replicarle con este argumento, pero por aquella época, con la pubertad de por
medio, estaba uno más pendiente de otras cosas.
Abocados como estábamos entonces a dos únicas cadenas
televisivas, el impacto mediático de las mismas estaba garantizado. Inmunes aún
al efecto que unos desconocidos Hombres G podían tener, que justo en aquellas
fechas especulaban incluso en disolver su cuarteto con una última actuación en
la denominada Sala Autopista, y tras el reciente bombardeo televisivo que había
sobrevenido por la repentina muerte de Paquirri, el turno del momento le
llegaba entonces a la citada serie de samuráis.

Una
de las escenas que me dejó más impresionado, describía la situación en la que
un sirviente se ofrecía orgullosamente voluntario para ser ejecutado con honor
tras incumplir una indicación que en cualquier otro sitio habría pasado por
salvable. El
protagonista, un capitán de navío inglés llamado Blackthorne encarnado por el actor Richard
Chamberlain, había indicado que dejasen a un faisán colgado
de un árbol hasta que su carne adquiriese la consistencia adecuada para ser
cocinado. Tras unos días, el olor putrefacto que desprendía el animal obligó a
los sirvientes a contravenir aquella simple indicación, y ellos mismos
decidieron la suerte del criado sin informar a Blackthorne, que de haberlo
sabido habría quitado él mismo aquel capricho de en medio. El contraste
cultural entre dicho mundo y el occidental, en el que el deber y honor estaba
por encima de todo, quedó totalmente marcado en aquella situación.
Progamación 19/11/84 (capítulo del faisán) |
Eran otros
tiempos (no hay más que ver el rombo
de advertencia con el que estaba marcada la serie), aunque, veintisiete años más tarde y otros tantos canales más en la
TDT, la
Pantoja sigue dando que hablar, lo cual quiere decir que no
hemos evolucionado demasiado. Pero, casualmente y por circunstancias que muy
poco tienen que ver con lo científico, un faisán vuelve a mí en las mismas
fechas, ante lo cual no he podido obviar aquella escena y volver a preguntarme
por qué razón la exquisitez de aquel animal aumentaba cuanto reposaba al aire
libre unos días.
La
técnica aplicada no es exclusiva de nuestro protagonista, siendo también
extensible a la caza en general. La razón estriba en que, cuando un animal
necesita hacer un esfuerzo físico, su cuerpo realiza un aporte extra del
combustible que necesitan los músculos para funcionar, de manera que se evita
que la fatiga llegue en un momento en que está en juego la vida. Dicho
combustible es el glucógeno, y una vez el animal ha fenecido, el citado
compuesto sufre varios procesos químicos que influyen en el reblandecimiento de
los tejidos.
Ya
desde la antigüedad era una práctica conocida que finalmente originó el término
faisandaje, por ser este ave el más común en su aplicación. Sin embargo, este
acto puede ser al tiempo un completo atentado sanitario y provocar graves
problemas de salud. No hay que irse muy lejos para recordar como una infección
bacteriana alimenticia acabó con el masajista de un equipo ciclista en una vuelta ciclista a España.
El
problema es el tiempo excesivo que los “expertos” dejaban madurar al faisán,
considerando que éste estaba bueno cuando sus plumas empezaban a desprenderse.
También hay una frase típica utilizada en la cocina que evidencia esta dudosa
práctica gastronómica; “la perdiz en la nariz”, es decir, cuando el olor ya da
el “cante” es sinónimo de que ha llegado el momento de su preparación.
Nuevamente se repite la atrocidad, ya que para la caza menor con uno o dos días
de oreo en un sitio fresco es más que suficiente. Al margen de lo anterior hay
que apuntar que la carne de faisán es de un sabor refinado, jugosa y muy
nutritiva, siendo la que menos grasas y calorías presenta entre otros muchas
disponibles en el mercado.
La
difusión de la especie en sí no es muy común por esta zona, de hecho, aunque ya
esté arraigado en nuestro país, sus ancestros eran de origen foráneo, puesto
que fue introducida y extendida en el continente por los romanos debido a su
valor gastronómico. Éstos la descubrieron por primera vez en las cercanías del río Phasis en el país de
Colchis, la actual Georgia, de ahí su nombre científico Phasianus colchicus y,
por evolución lingüística, su nombre común. A partir de ahí, la expansión del
faisán ha sido casi mundial y ha viajado prácticamente por todo el globo terrestre,
algo a lo que ha contribuido su gran capacidad de adaptarse a cualquier
entorno.
Frecuentemente
se hacen sueltas de carácter cinegético en los cotos españoles, gracias a lo
cual la especie subsiste en España, convirtiéndose en un animal de alto valor
para el cazador y es de por sí uno de los mayores trofeos que puede obtener, el
más voluminoso en cuanto a la caza de pluma con un tamaño cercano a los 90 cm.
Así
pues, la vida del faisán ha quedado reducida a una dependencia de la suelta. A
ello contribuye aún más el que sea un animal al que no le gusta alejarse en
exceso cuando se asienta en un sitio, lo cual significa que tarde o temprano
una escopeta tropezará con él. De hecho hay un dicho que asegura que el faisán
suele morir en el sitio que ha nacido, aunque esto es sólo para aquellos que
nacen en libertad.
Indiferente
a su destino, el faisán intentará comenzar una nueva vida en el lugar de
liberación, pero sólo en sitios muy localizados ha escapado a su suerte y
perdurado lo suficiente como para dar rienda suelta a su capacidad vital. No obstante, a decir verdad, tampoco es que tengamos ante nosotros al alma de la
fiesta, ya que sus costumbres no va mucho más allá de su búsqueda de alimento y
refugio. El karaoke tampoco es lo suyo, siendo su canto es una mezcla entre
perdiz y ave de corral. Ni siquiera a la hora del cortejo son demasiado
atrevidos, limitándose a hacer pequeños bailes para convencer a la hembra, en
los que, eso sí, el faisán macho utiliza su impresionante despliegue de
colores.
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Un tocado con plumas de faisán |
Su
plumaje es ciertamente un elemento que los hace destacar respecto a otras aves
de este país, pues presenta multitud de tonalidades iridiscentes, con reflejos
metálicos que varían entre el verde, azul y púrpura. Las hembras por el
contrario presentan tonalidades ocres y grises muchísimo más apagadas y
orientadas al camuflaje. Igualmente destacables son las dos plumas centrales de
la cola del, utilizadas desde hace mucho tiempo para adornar vestidos,
sombreros y elegantes tocados, algo que precisamente ha sido el germen
principal de este artículo. El problema de estos adornos es que son tan
llamativos que su uso real queda restringido a eventos especiales, por lo que
al día siguiente suelen formar parte de un hueco en el trastero.
Atraído
por las supuestas bondades culinarias del faisán, nuevamente he decidido
ponerme el disfraz de Indiana Jones y embarcarme en la aventura investigadora
que se apodera de mí en cada artículo. En esta ocasión estoy firmemente
decidido a encontrar un faisán, en busca del faisán perdido diría yo, claro
está que he tenido que recurrir nuevamente al único sitio dónde probablemente pueda
encontrarlo, que no es otro que la sección de aves de alguna gran superficie
comercial, pues en lo que a mí respecta nunca he podido observar a alguno en
plena naturaleza, a pesar que de pequeño era habitual el salir con mi padre
cacería.
Ni
muslo, ni pechuga... tras varios intentos fallidos las distintas expediciones
han sido todo un fracaso, y no he podido pasar de la trilogía de la P (pollo, pavo, pato) o como
mucho conseguir un poker con la perdiz,
algunas de las cuales son por cierto de la misma familia que el faisán, pero
que de momento van a seguir copando mi menú, hasta que pueda prepararme yo mismo
una suculenta y delicada receta con faisán, eso sí, sin faisandaje alguno de
por medio.

Faisanes en mi cabeza por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.almabiologica.com.

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