“Eran dos las fuentes, la actual que sigue en pie y otra que estaba detrás de la antigua cárcel. Entrábamos por el agujero que había en ésta última, había que ir medio encorvada, sin saber qué pisábas en el suelo encharcado. Usábamos una cerilla para ver algo y la excursión duraba el tiempo que ésta tardaba en apagarse, lo que hacía que regresásemos asustadas corriendo a la entrada. En siguientes ocasiones ya llevamos una vela. Tras cada tramo de túnel, se llegaba a una habitación con forma de bóveda y del ancho de un zaguán, labrada en bruto sobre el terreno. En la tercera habitación se decía que ya estábamos debajo del Calvario. A partir de ahí había un recodo que supuestamente desembocaba en el castillo”
“Como no teníamos linterna, cogíamos una alpargata vieja y le prendíamos fuego como a una antorcha. La goma de la alpargata hacía de combustible y cuando salíamos teníamos toda la cara negra por el hollín. Había un momento en el que seguir adelante ya daba miedo, porque el agua llegaba casi a la rodilla”
Mi madre y otros testimonios, en un día cualquiera a mediados de los años 50.
La antigua fuente de la plata antes de revelar su galería oculta
Colección Local Biblioteca Pública Municipal Morón de la Frontera
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Alrededor del año 200 antes de Cristo se sucedían en Hispania las denominadas guerras púnicas entre cartagineses y romanos, en las que, al margen de decidir la supremacía de una de las dos potencias mediterráneas, estaba en juego el territorio hispánico, y con él sus riquezas comerciales.
Por aquellas fechas concretas, era la región Bética la que se encontraba en liza, cayendo finalmente del lado romano. Nuestro territorio era considerado como uno de las más fértiles del Mediterráneo, y su agricultura, ganadería y pesca sirvieron para sustentar a buena parte del imperio romano durante siglos.
La plata era también abundante por estos alrededores. Su filón principal se encontraba en la sierra de Laita o Laitar, cercana a Montellano, yacimiento que aún era explotado hace unos 160 años. De hecho, se atribuye el origen fenicio de nuestra ciudad, Arunci, a la extracción del mineral de dicha mina, aunque eso sólo son conjeturas.
Ese canal en la tierra son los restos de la mina de Laitar |
El agujero aún sigue abierto tras un par de miles de años |
Un par de metros en el interior de la mina |
Siglos después, la llegada de los árabes y posterior reconquista cristiana no fue indiferente a los recursos de nuestra zona, que fueron utilizados para fortalecer y embelesar el castillo. El tosco recinto que hoy conocemos llegó a convertirse en una fortaleza-palacio de destacada importancia y belleza. Hecho éste que le valió para alzarse como uno de los 24 reinos de taifas de la península y, una vez concluida la etapa musulmana, en residencia-palacio de la nobleza. Así fue hasta ser derruido durante la invasión francesa.
A principios del siglo XX, la torre “gorda” (del homenaje) era propiedad del Teniente Antonio Copado, nombrado oficial en la guerra de Cuba, el cual, tenía en su haber antiguos libros sobre el propio castillo. En aquella época, los valiosos yacimientos de plata estaban más que agotados, pero el Teniente quiso descubrir un tesoro de otras características. Según aquellos textos, bajo una piedra que hacía de tapón, se encontraba una escalera que daba acceso a una sala en la que presuntamente había un candil de oro de incalculable valor. La losa, la escalera y la habitación estaban allí, aunque el candil jamás se halló.
De tales acontecimientos toma su origen una coplilla chirigotera del momento: “En lo alto del castillo, los obreros que allí escarban, en busca del candil de oro, y era una arroba de aceite que se la dejó allí el moro. Y Don Antonio Copado, está loco de alegría, en ve que se pone rico, cuando éste asome la torcía”. Al margen del peculiar sentido humorístico de la época, no he podido dejar de sonreír al ver que alguien recordaba esta letra y hasta era capaz de cantarla.
La torre del homenaje (centro) y la torre albarrana (izquierda) |
Entrado ya aquel siglo, las antiguas explotaciones mineras dieron paso a otras más recientes en las que se extraían materiales constructivos de tipo sedimentario; calizas, yesos, e incluso uno tan abundante que toma el nombre de nuestro propio municipio, la moronita (genéricamente conocida como Kieselgur), utilizada por Alfred Nobel como estabilizador de la nitroglicerina al inventar la dinamita.
Tras siglos y siglos de actividad minera, la mayoría de los montes de nuestros alrededores han quedado marcados por socavones de mayor o menor tamaño, pasando entre otros por la maltrecha sierra de Esparteros. Muchos de ellos ya han sido restaurados por la propia naturaleza y agregados como parte del entorno con el devenir de los años. Sin embargo, al margen del alto legado en “cráteres”, aún hoy en día perdura un nombre en una zona de la ciudad, que ha sido incorporado de manera natural al vocabulario municipal; la Plata, pero que parece encerrar algo más que una simple palabra.
Extracto de la gaceta mensual Mercurio Histórico y Político de 1778
En él hace referencia a las minas de plata de la fuente y Laitar
(en Laitar también se halló una galería pero no debe prestarse a confusión con la de la plata)
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En las proximidades de ambas fuentes, los restos de varias canteras a cielo abierto bordeaban la ciudad, constituyendo el espacio conocido como el Calvario. El Calvario llegaba a su máxima expresión en los hondos tajos del cerro colindante a la propia fuente, en los que algunos desafortunados se quitaban la vida mientras otros la perdían por descuido en el lugar conocido como la “ventanilla de la muerte”.
1 Fuente actual. 2 Posible ubicación antigua fuente. 3 Cantera del Calvario |
Junto a aquel sitio se arremolinaban en chozas y casas una serie de personajes propios de una película de Berlanga: Manolito el de la azalea, quitaba y curtía las pieles de los borricos y otras bestias que eran arrojadas a las proximidades del lugar, su singularidad se veía acrecentada por la respuesta que daba cuando se le pedía que cantara; “las ‘atafómeras’ me roban el cante”. Rosarillo la de los molletes, se ganaba la vida vendiendo pan por la calle, aunque se ve que aquel oficio no daba para mucho, pues la pobre no tenía ni para ropa interior, y era entretenimiento de los niños el levantar el vestido desde atrás con un palo. La Aria, siempre ebria tirada en cualquier sitio de la calle, o el Paragüero, oficio sin duda singular y que ostentaba en exclusiva en la población. Fauna autóctona de la época, a la que había que unir chiquillería variada que, como deporte de alto riesgo, visitaba aquel negro agujero que conducía a los túneles del castillo según la leyenda urbana.
En rojo un trazado hipotético del supuesto túnel desde la plata
En azul la distancia del túnel existente desde la torre albarrana hacia el pozo Sevilla
(Foto de Morón de los años 60)
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La fuente actual del templete |
En rojo, algunas canteras en la entrada del pueblo de ellas también se extraía
tierra “pucelana” para las casas. Arriba, el Calvario, actualmente relleno
(Foto de Google Map) |
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