sábado, 31 de marzo de 2012

Cóctel de cochinilla

En 1885, Vincent M. Holt, un naturalista inglés, publicó un curioso libro que escandalizó a la estirada sociedad inglesa del momento. No se le ocurrió otra cosa que escribir un “jugoso” recetario a base de animales poco frecuentes en ollas y fogones, con el que proponía paliar el hambre que sufría gran parte de la población e invitarnos a reflexionar sobre los prejuicios humanos respecto a este tipo de alimentos.

Evidentemente, Holt se dejó influir por la cultura gastronómica de otros países más exóticos, y en su recetario aparecían animales de lo más variopinto: babosas, larvas, orugas, saltamontes, escarabajos y cochinillas de la humedad. A estas últimas incluso las llegó a comparar gastronómicamente con las gambas,  aunque en este último aspecto no le faltaba razón, y no me refiero al sabor, pues a pesar de ser abierto a las nuevas experiencias no he llegado al extremo de probarlas, sino a su naturaleza, ya que la cochinilla pertenece al mismo género que el magnífico entremés habitual en banquetes y bodas.

Los machos tienen los dos urópodos (apéndices traseros) más grandes

Es cierto, las cochinillas son crustáceos, como los cangrejos, gambas, cigalas o langostas, pero con la particularidad de ser los uno de los escasos supervivientes de aquellos que salieron del mar para adaptar su forma de vida exclusivamente al medio terrestre. Sin duda alguna, el cambiar sus hábitos acuáticos tuvo que ser un proceso bastante lento y traumático, en el que tuvieron que adaptar su forma de vida por completo. No obstante, aún conservan algunas características de su pasado, por ejemplo la respiración, que es realizada mediante branquias de igual forma que los peces y el resto de crustáceos, razón por la que siempre necesitan un ambiente húmedo para vivir. Es por ello que en las épocas secas se agrupan en grandes colonias en oquedades o bajo troncos y piedras para mantener la humedad.

Otro aspecto curioso heredado de su pasado es la procreación, pues en las etapas iniciales de todos los crustáceos existe una fase en la que indispensablemente se requiere de un medio acuático. Para resolver este tremendo problema, la hembra posee en la base de sus patas unas placas laminares que, llegado el momento de la puesta de huevos, aumentan de tamaño formando una especie de bolsa bajo el vientre. Ahí almacenará agua y depositará sus huevos, formando una especie de pecera portátil en la que se desarrollarán los pequeños individuos hasta que estén preparados para valerse por sí mismos.

Un macho sujeta a la hembra antes del apareamiento
Claro que previamente a este paso ha sido necesario el apareamiento, y dado que la cochinilla suele vivir en comuna, cuando llega ese momento se despierta un instinto carnal en el que el desenfreno suele ser la nota dominante de todos los individuos. Sin embargo, no todo el mundo tiene asegurado su particular momento de gloria, de ello depende la actitud del macho, y aquí es curioso el comportamiento de éstos, pues cada uno emplea la táctica que mejor se asemeja a sus características: los más grandes y fuertes utilizan su poderío físico para asir a las hembras receptivas, mientras que los de menor tamaño son más sutiles y cariñosos aunque no menos ardientes, y una vez se produce el acercamiento acarician con sus patas el costado de hembra para consumar el acto. Respecto a cuál es el mejor método, en mi opinión depende de la hembra, no nos engañemos, pues en la vida real al final son siempre ellas las que eligen.

Tras este paréntesis de pasión, la vida transcurrirá normalmente y las cochinillas se alimentarán de detritus vegetales y restos de cualquier materia orgánica en descomposición, de ahí el nombre de cochinilla, haciendo de efectivos limpiadores del entorno. Sólo se verán alteradas por los ataques de otros animales que se alimentan de ellas, ante lo cual algunas especies tienen la capacidad de enrollarse como una compacta bola, por eso en algunos lugares se les denomina bicho bolita.

Al parecer esos depredadores sí saben apreciar la “exquisitez” culinaria de la cochinita, no obstante, aquí dejo un fragmento del citado libro de Holt, denominado ¿Por qué no comer insectos?, para aquellos paladares atrevidos:

«Hay además miles de miembros del mismo grupo que la gamba (crustáceos) en cada jardín, a saber, las cochinillas de la humedad. Yo las he comido, y he podido comprobar que, al masticarlas, sueltan un sabor notablemente parecido al que tanto apreciamos en sus parientes marinos. La salsa de cochinilla de la humedad está al nivel de la de gambas, o la supera. Esta es la receta: Se recoge una cierta cantidad de las mejores cochinillas que se encuentren (no es difícil, porque abundan bajo la corteza de cada árbol podrido), y se echan en agua hirviendo (que las matará instantáneamente pero no las pondrá de color rojo como se podría esperar). Al mismo tiempo se pone en la cazuela un cuarto de libra de mantequilla fresca, una cucharadita de harina, un vaso pequeño de agua, un poco de leche, con algo de sal y pimienta, y se pone al fuego. En cuanto la salsa se espesa, se aparta el cazo y se echan las cochinillas. Es una salsa excelente para pescado.»

Portada del escrito original
¡Pruébela!, decía Holt sin tapujos, quizás lleve razón y en un futuro no muy lejano las veamos en la pescadería junto al marisco tradicional, aunque permítanme que por el momento prefiera seguir dejando tranquilos a estos animalitos y apostar mejor por una buena gamba blanca de Huelva.



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La cochinilla de la humedad por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported. Basada en una obra en www.almabiologica.com.

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