domingo, 4 de marzo de 2012

El cerro de piedra imán



¿Quién no ha jugueteado alguna vez con un imán a atraer objetos? Cuando uno cae en nuestras manos no podemos dejar de aplicar el efecto de atracción sobre la primera cosa metálica que queda al alcance, ya sea cacerola, lata de cerveza o pata de mesa metálica, da igual. Es como si el propio magnetismo nos indujese a un comportamiento misterioso, que daría para la introducción de un monólogo de Luís Piedrahita en el Club de la Comedia. Intentando ponerme en su papel, que no a su altura, y con su característica entonación continuaría así:

Somos capaces de repetir el proceso indefinidamente, una y otra vez… lo acercamos al metal como diciendo esta vez no va a pasar... a ver hasta donde lo aguanto… hasta a que se escucha el “clack” del chasquido metálico. En ese instante debe producirse en el cerebro un insólito efecto placentero generado por millones de endorfinas, si no, no hay explicación. Entramos así en un estado de adicción parecido al de comer pistachos, que es tanto mayor cuanto más grande es el imán, y que llega al clímax cuando disponemos de dos imanes y tratamos de unirlos por los lados que se repelen.

El efecto adicto-magnético es tal, que sentimos la necesidad de experimentar con más y más cosas, y echamos mano de lo que haya en el bolsillo; las llaves, alguno que otro saca un desagradable cortaúñas, las monedas... Con éstas últimas es curioso comprobar cómo, a mayor valor de la misma, menor es la atracción y prácticamente sólo se adhieren las de 5 céntimos o menos. Por más vueltas e intentos que hacemos, los 2 € casi no se quedan pegados, hasta que desistimos sin poder evitar que una duda interior nos asalte, ¿de qué está hecho el euro?, ¿metal del “malo”?, ¿plástico?

A partir de ahí ya empezamos a explorar otros terrenos y a concebir “fantasías” atrayendo cosas a través del papel, por debajo de la ropa y diversas tonterías varias. Hasta que, de pronto, el efecto desaparece tal como vino, y la persona que está al lado toma el relevo para hacer las mismas idioteces, lo cual no viene a ser más que otra prueba de que verdaderamente esto es un estupefaciente.

Las monedas de 1, 2 y 5 c€ son de acero (aleación de hierro y carbono) con una
 capa de cobre. De 10 a 50 c€ son de aleación de cobre (oro nórdico),  metal no
 magnetizable. El exterior del euro es de aleación de níquel y latón, el níquel 
sí es atraído pero no lo suficiente en esta aleación, el interior es de cuproníquel
 que sí es atraída pero débilmente. Los 2 € están conformados a la inversa
 de la moneda de 1 €, por ello sólo la capa exterior se ve atraída levemente.

En fin, dejémonos de historias, y vayamos ahora con la de verdad. Sobre los orígenes de su descubrimiento hay alguna que otra leyenda recogida por el historiador romano Plinio el Viejo, quien gustaba acompañar las descripciones de su gran obra Historia Naturalis (siglo I a.C.) con reseñas y referencias populares. En una de ellas, narraba cómo el pastor griego Magnes encontró este mineral adherido a los clavos de sus sandalias y a la punta metálica de su bastón, razón por la cual obtuvo el nombre de aquél singular descubridor.

Sin querer dudar en exceso del admirable testimonio de Plinio, parece ofrecer más credibilidad la mención hecha por el filósofo Thales de Mileto, quien conocía las curiosas propiedades de una roca negra que existía en las proximidades de la ciudad de Magnesia del Meandro. La citada urbe se encontraba en la parte occidental de lo que hoy es Turquía, cercana a la actual población de Germencik, y parece ser que fue fundada por colonos griegos que provenían de la original Magnesia de Tesalia, que era y es una prefectura (especie de provincia) de Grecia.

Esta última versión es tan válida como la primera, sólo que fue realizada 5 siglos antes y con un ingrediente adicional que la hace más verosímil, pues la Magnesia del Meandro se hallaba a unos kilómetros de Mileto, ciudad natal de Thales, por lo que hay razones más que suficientes para pensar que, aquel precursor de la filosofía, conocía realmente la denominada piedra magnética. De ahí al nombre de magnetita sólo había un paso, o mejor dicho, una caminata entre ambas ciudades.

Mapa de las antiguas ciudades en la costa turca
 (foto extraída de wikipedia)

No obstante, el porqué aquel material atraía al hierro era todo un misterio para aquellas culturas, es más, diría que para muchos lo sigue siendo en la actualidad. El imán resulta ya tan habitual en nuestro entorno que ni nos preguntamos cómo funciona, lo admitimos como algo natural, una verdad incuestionable. Simplemente es un imán, y como tal debe atraer a los metales.

Aunque este acto de fe no está exento de algo de razón, pues el “poder” magnético es concedido por obra y gracia de las cualidades fisicoquímicas del mineral. Simplificando las cosas, podríamos decir que el magnetismo está provocado por el giro de los electrones alrededor de los átomos. Dicho giro forma pequeños polos magnéticos en el interior de todos los materiales, pero al final la aleatoriedad del conjunto de átomos hace que las fuerzas magnéticas provocadas por los electrones, pequeños imanes “atómicos”, se anulen unos a otros. La cosa es más compleja de lo que parece, orbitales energéticos en los que se mueven los electrones, influencia de la rotación propia del electrón, momentos magnéticos, etc.

Sin embargo, en el caso de la magnetita, su disposición molecular (óxido ferroso férrico: Fe2+(Fe3+)2O4 ), así como la estructura cristalina del mineral, hacen que, en el seno de este material, las fuerzas magnéticas no se anulen entre sí, y por el contrario se orienten todas en la misma dirección provocando los dipolos magnéticos del imán.

Ésta sería la explicación a una de las caras de la moneda, la piedra imán, pero la otra corresponde al metal afectado. ¿Por qué algunos materiales se ven atraídos y otros no? Sintetizando también, todos los elementos quedan más o menos afectados por el magnetismo, pero sólo algunos metales tienen una configuración atómica favorable a permanecer orientada, de manera que, ante un campo magnético o un imán, éstos se transforman también temporalmente en uno. El cobalto, el níquel, el hierro y algunas aleaciones de éstos son los más propicios a ello. Demasiados conceptos técnicos, lo sé, pero a riesgo de ser pedante, era algo que estudié en la carrera hace veinte años y que jamás había tenido ocasión de expresar hasta ahora, una auténtica liberación.

A aquella curiosa propiedad que fascinaba a Thales o Plinio, no se le sacaría partido hasta pasados muchos siglos después, con la invención de la brújula, atribuida a los chinos alrededor del siglo IX d.C. Pero mucho antes, la magnetita ya había tenido un uso previo que cambiaría el devenir de la humanidad, pues fue un elemento fundamental en la aparición de la denominada edad del hierro, doce siglos antes de Cristo.

La razón es que éste es el mineral con más alto contenido en hierro de la naturaleza, hasta un 72%, ya que el hierro no se da en estado puro en la naturaleza, salvo en restos de meteoritos. La piedra imán pasó a ser la mejor fuente de hierro, a partir de la cual se fabricarían herramientas y principalmente armas más robustas.

Las minas de hierro se convirtieron probablemente en enclaves estratégicos para las culturas del momento, y de hecho, este elemento llegó a ser muchísimo más valioso que el oro y la plata. Tanto es así que aquellos pueblos que controlaron la tecnología para obtenerlo, muy distinta a las de metales de las precedentes edades del cobre y bronce, impusieron su dominio sobre otros culturalmente más avanzados. Poco tenían que hacer los escudos o armas de bronce frente a las potentes armas de hierro. Aunque hay mucha controversia con todo esto, se cree que en manos de aquellos pueblos, éste pudo ser el factor detonante que sumió a la humanidad en un periodo de ostracismo de 400 años denominado Edad Oscura (del 1200 al 800 a.C), del cual quedan muy pocos registros, acabando con varias de las florecientes y más destacadas culturas de oriente próximo.

Casco griego (Imagen de www.jerezsiempre.com)
Es en este aspecto donde nuestra comarca hace su pequeña aportación histórica, pues desde tiempos inmemoriales se conoce la existencia de magnetita en el denominado cerro imán, cerca del Castillo de Cote en Montellano. Cantera milenaria que ha vuelto a ser explotada muy recientemente, en la que se encuentran minerales de variada naturaleza, y que, muy posiblemente, pudieron ser aprovechados antaño como fuente del preciado hierro.

Cristales octaédricos de magnetita en la cantera de Cerro Imán

La magnetita también forma agregados poco magnéticos

Otros minerales del lugar para mi colección

Han sido varios días de “exploración” hasta localizar dicho enclave, en los cuales he llevado un imán conmigo para detectar materiales de origen ferruginoso. Puede que haya sido por eso, o quizás es que, volviendo al enfoque inicial del artículo,  no he podido resistir la tentación, pues en realidad he estado pegándolo por todas partes. Más de uno creerá que es inmune a esta idiotez del imán, pero sin saberlo lleva encima unos cuantos camuflados de “diseño” (un guiño más para que la división de narcóticos actúe de oficio). ¿Cómo si no se explica que coleccionemos cantidades ingentes de tarjetas con banda magnética en nuestras carteras? Yo debo estar muy mal, pues acabo de contar siete distintas en la mía; crédito, puntos de la gasolinera, seguridad social, club deportivo, AVE, etc…y eso que he hecho limpieza no hace mucho. No, nadie es inmune al magnetismo, así que no creo que desaparezca fácilmente mi imandependencia. Sólo hay una solución, que vendrá el día que en que me dé cuenta de que he estropeado la tarjeta de crédito al pasar el imán por encima. Sé yo a dónde va a ir a parar entonces el pegajoso imán como pase eso…

La cantera actualmente explotada

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El cerro de piedra imán por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.almabiologica.com.


1 comentario:

  1. Buenas noches quiciera saber algún teléfono donde me den información de piedras entre rocosas con brillo de metalicas

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