Mostrando entradas con la etiqueta Lugares y entornos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Lugares y entornos. Mostrar todas las entradas

jueves, 7 de junio de 2012

La okonomiselva de Amami


Aunque habitualmente me dedico a escribir sobre la biodiversidad de nuestro entorno cercano, por una vez, y sin atreverme a afirmar “sin que sirva de precedente”, me veo abocado a escribir sobre una zona un tanto más lejana.

Este pequeño impás no obedece más que a la necesidad de contar las cosas que nos aborda a todos cuando hemos experimentado alguna vivencia novedosa. Así que, haciendo gala del citado egoísmo narrativo, me referiré a un reciente viaje que he efectuado al otro extremo del mundo junto a otros 7 “aventureros” más, en concreto a una pequeña isla japonesa a unos 12.500 km de España: Amami Oshima.

La verdad es que podría rellenar páginas sobre la variedad biológica, cultural o gastronómica del lugar, pero intentaré centrarme en el objetivo habitual del artículo dejando a un lado la eclosión de sabores acontecida en mi paladar. En el aspecto biológico podría destacar un sin fin de cosas: desde el conejo ryukyu, un prehistórico roedor negro que en sus escapadas tapona la madriguera con tierra para salvaguardar a sus crías y que nunca llegué a ver, cabras que viven en acantilados sobre el mar, un pollo autóctono del cual vi, en pinchitos, todas las partes posibles y un sin fin de especies vegetales en una selva que era una desordenada mezcla de helechos gigantes, palmeras, abetos, manglares y otras muchas especies.

No obstante, si ha habido un entorno por excelencia en el viaje, éste ha sido el marino. Dentro del mismo el evento más impactante no fue otro que el snorkeling, bien sea por la novedad, espectacularidad o porque alguno que otro no aguantó el tipo y otorgó a los peces un improvisado almuerzo gástrico. Basta decir que el primer animal que divisé no fue otro que una serpiente de mar, que para los neófitos diré que se trata del segundo animal más venenoso de nuestro planeta, con un veneno 100 veces más potente que el de la peor de las serpientes terrestres. Afortunadamente no suelen atacar y demostró tener más miedo que otra cosa, emprendiendo una rápida huida hacia el fondo marino. A partir de ahí se abrió otra impresionante selva subacuática con peces tropicales de todo tipo, en la que también hubo tiempo para un fugaz encuentro con un banco de las siempre peligrosas barracudas.

En el centro, la serpiente de mar fotografiada con mi cámara

Por otra parte, acostumbrados como estamos a los cuatro cangrejos y mejillones que aún soportan la embestida de contaminación en el Mediterráneo, las jornadas playeras en el Pacífico no podían ofrecer otra cosa que nuevos hallazgos singulares, de los cuales hice acopio temporal hasta satisfacer mi curiosidad. Eso sí, se ve que hay costumbres universales y no faltó la abuela japonesa con rastrillo recolectando algo parecido a berberechos. Rememorando todos aquellos momentos, la insistencia del único componente japonés del grupo en saber si cada bicho en cuestión era comestible, me ha llevado a postular la siguiente hipótesis:

Si bien en el entorno de mi familia, conocida antaño en Morón como “los saluitos”, hay una máxima: “Cuando se va al campo siempre hay que traerse algo: si no hay espárragos... tagarninas, o alcauciles, leña, da igual, lo que sea...”. Yo diría que todo japonés tiene otra: “Todo bicho viviente, ya sea animal, vegetal u hongo, es susceptible de ser comido”.

En verdad, la diversidad culinaria no tiene fronteras en este país y estoy convencido de que, a poco que “algo” cae en manos de un japonés, éste ya está pensando si aquello se come y cómo cocinarlo. ¿Cómo si no han podido llegar a cocinar el venenoso pez globo o fugu?, cuya peligrosidad en la preparación depende de lo bien o mal en que se corte su carne. Lo cual me hace pensar en cómo llegaron a descubrir este aspecto los primeros comensales que hicieron la degustación.

Es por ello que no me sorprendió ver en las cartas de comida a un animal que siempre me ha parecido curioso y del cual ya había encontrado restos en la playa. Se trata de los caracoles cono marinos, muy apreciados entre los coleccionistas de conchas por sus llamativos colores y diseños, pero igualmente peligrosos por su potente veneno.

En este caso la cuestión no es que su carne sea más o menos tóxica, sino de que este el caracol puede atacarnos cuando se ve amenazado. Es cierto, un caracol que ataca y que además es carnívoro. El caracol utiliza el veneno esencialmente para paralizar y atrapar a sus presas (peces, caracoles y otros animales marinos) a las cuales detecta químicamente, inyectando el mismo con una especie de dardo que funciona igual que un arpón a la hora de cobrar su captura.

Conos de Amami

Las costumbres del cono son nocturnas, por lo que los incidentes suelen ser muy esporádicos. No obstante, siempre hay que tener cuidado a la hora de remover la arena o mirar bajo las piedras en el agua, y aún más cuando por curiosidad o coleccionismo decidimos recogerlo, pues su pequeño arpón es capaz incluso de atravesar el neopreno. Además no da lugar a reaccionar, pues el disparo se produce en sólo un milisegundo, lo cual constituye el movimiento más rápido que se conoce en cualquier ser vivo, una curiosa antítesis al tratarse de un caracol. A partir de ahí se siente un dolor agudo inicial, que da paso a parálisis muscular progresiva que puede desembocar en la muerte en un lapso de 2 a 6 horas.

No obstante, no todos los conos son mortales para el hombre, siendo las características y potencialidad del veneno variantes según la especie, de hecho hay una pequeña especie mediterránea que es totalmente inocua para el hombre. Por otra parte se ha comprobado que estos caracoles optimizan progresivamente su veneno, pues los genes que codifican el mismo mutan genéticamente a una velocidad 5 veces superior a los de cualquier animal superior.

Cada especie de cono tienen un veneno distinto que puede tener unas 100 sustancias activas distintas, muchas más que el de las serpientes u otras especies venenosas, lo cual lo hace muy interesante desde el punto de vista farmacológico. Es por ello que, actualmente, uno de los primeros objetivos de investigación de la industria farmacéutica se centra en las toxinas de los conos, habiéndose conseguido ya sintetizar un analgésico mil veces más efectivo que la morfina, con el valor añadido de no generar adicción. Aún quedan por analizar miles de compuestos en estos venenos, por lo que enfermedades como el Alzheimer, el Parkinson o la epilepsia entre otras, ya han depositado sus esperanzas en estos caracoles.

En mi caso particular no quise provocar ningún tipo de arriesgado experimento y sólo me dedique a recolectar conchas de conos vacías en la playa, así como de alguna que otra especie de trochus, otro tipo de caracol marino de forma cónica. Ni que decir tiene que muchos de estos animales están en peligro de extinción y que el tráfico de conchas está penado, las conchas de alguna especie concreta de cono pueden valer incluso hasta 1000 €,  por lo que antes de salir de la isla convenía informarse debidamente, y salvo por una extraña raíz de patata autóctona no había problemas en sacar los pequeños trofeos de aquel lugar.

Las conchas salpican actualmente distintas zonas de mi casa como recuerdos del viaje, pero las sorpresas de Amami no habían acabado aún: una semana después de llegar a España y mientras me cepillaba los dientes, una de las conchas adquiridas comenzó a moverse por el filo del lavabo. Al poco salieron unas grandes patas peludas de su interior, propiedad de un enorme cangrejo ermitaño que hasta entonces había sido totalmente imperceptible. Lo mismo ocurrió con las mismas conchas de otros compañeros, y al parecer estuvieron deambulando por el suelo unos días alimentándose de dios sabe qué.

Ermitaño sobre un trochus
 
El bicho en cuestión había soportado en una bolsa de plástico un  regreso de casi 24 horas de duración y miles de kilómetros en la bodega del avión, y más tarde las temperaturas en el maletero de un coche al sol ligero durante todo un día, esquivando por los pelos la erupción pocos días después del famoso volcán islandés. No es de extrañar que estuviera exhausto y finalmente saliera de la concha para fenecer. El jetlag pudo finalmente con él, como casi lo hace conmigo por cansancio y fatiga corporal, única pega que tiene el realizar este espectacular viaje al país del sol  naciente del cual llevo ya dos ediciones.


Publicado en Morón de la Frontera en mayo del 2010

Licencia Creative Commons 
La okonomiselva de Amami por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported. Basada en una obra en www.almabiologica.com.

domingo, 4 de marzo de 2012

El cerro de piedra imán



¿Quién no ha jugueteado alguna vez con un imán a atraer objetos? Cuando uno cae en nuestras manos no podemos dejar de aplicar el efecto de atracción sobre la primera cosa metálica que queda al alcance, ya sea cacerola, lata de cerveza o pata de mesa metálica, da igual. Es como si el propio magnetismo nos indujese a un comportamiento misterioso, que daría para la introducción de un monólogo de Luís Piedrahita en el Club de la Comedia. Intentando ponerme en su papel, que no a su altura, y con su característica entonación continuaría así:

Somos capaces de repetir el proceso indefinidamente, una y otra vez… lo acercamos al metal como diciendo esta vez no va a pasar... a ver hasta donde lo aguanto… hasta a que se escucha el “clack” del chasquido metálico. En ese instante debe producirse en el cerebro un insólito efecto placentero generado por millones de endorfinas, si no, no hay explicación. Entramos así en un estado de adicción parecido al de comer pistachos, que es tanto mayor cuanto más grande es el imán, y que llega al clímax cuando disponemos de dos imanes y tratamos de unirlos por los lados que se repelen.

El efecto adicto-magnético es tal, que sentimos la necesidad de experimentar con más y más cosas, y echamos mano de lo que haya en el bolsillo; las llaves, alguno que otro saca un desagradable cortaúñas, las monedas... Con éstas últimas es curioso comprobar cómo, a mayor valor de la misma, menor es la atracción y prácticamente sólo se adhieren las de 5 céntimos o menos. Por más vueltas e intentos que hacemos, los 2 € casi no se quedan pegados, hasta que desistimos sin poder evitar que una duda interior nos asalte, ¿de qué está hecho el euro?, ¿metal del “malo”?, ¿plástico?

A partir de ahí ya empezamos a explorar otros terrenos y a concebir “fantasías” atrayendo cosas a través del papel, por debajo de la ropa y diversas tonterías varias. Hasta que, de pronto, el efecto desaparece tal como vino, y la persona que está al lado toma el relevo para hacer las mismas idioteces, lo cual no viene a ser más que otra prueba de que verdaderamente esto es un estupefaciente.

Las monedas de 1, 2 y 5 c€ son de acero (aleación de hierro y carbono) con una
 capa de cobre. De 10 a 50 c€ son de aleación de cobre (oro nórdico),  metal no
 magnetizable. El exterior del euro es de aleación de níquel y latón, el níquel 
sí es atraído pero no lo suficiente en esta aleación, el interior es de cuproníquel
 que sí es atraída pero débilmente. Los 2 € están conformados a la inversa
 de la moneda de 1 €, por ello sólo la capa exterior se ve atraída levemente.

En fin, dejémonos de historias, y vayamos ahora con la de verdad. Sobre los orígenes de su descubrimiento hay alguna que otra leyenda recogida por el historiador romano Plinio el Viejo, quien gustaba acompañar las descripciones de su gran obra Historia Naturalis (siglo I a.C.) con reseñas y referencias populares. En una de ellas, narraba cómo el pastor griego Magnes encontró este mineral adherido a los clavos de sus sandalias y a la punta metálica de su bastón, razón por la cual obtuvo el nombre de aquél singular descubridor.

Sin querer dudar en exceso del admirable testimonio de Plinio, parece ofrecer más credibilidad la mención hecha por el filósofo Thales de Mileto, quien conocía las curiosas propiedades de una roca negra que existía en las proximidades de la ciudad de Magnesia del Meandro. La citada urbe se encontraba en la parte occidental de lo que hoy es Turquía, cercana a la actual población de Germencik, y parece ser que fue fundada por colonos griegos que provenían de la original Magnesia de Tesalia, que era y es una prefectura (especie de provincia) de Grecia.

Esta última versión es tan válida como la primera, sólo que fue realizada 5 siglos antes y con un ingrediente adicional que la hace más verosímil, pues la Magnesia del Meandro se hallaba a unos kilómetros de Mileto, ciudad natal de Thales, por lo que hay razones más que suficientes para pensar que, aquel precursor de la filosofía, conocía realmente la denominada piedra magnética. De ahí al nombre de magnetita sólo había un paso, o mejor dicho, una caminata entre ambas ciudades.

Mapa de las antiguas ciudades en la costa turca
 (foto extraída de wikipedia)

No obstante, el porqué aquel material atraía al hierro era todo un misterio para aquellas culturas, es más, diría que para muchos lo sigue siendo en la actualidad. El imán resulta ya tan habitual en nuestro entorno que ni nos preguntamos cómo funciona, lo admitimos como algo natural, una verdad incuestionable. Simplemente es un imán, y como tal debe atraer a los metales.

Aunque este acto de fe no está exento de algo de razón, pues el “poder” magnético es concedido por obra y gracia de las cualidades fisicoquímicas del mineral. Simplificando las cosas, podríamos decir que el magnetismo está provocado por el giro de los electrones alrededor de los átomos. Dicho giro forma pequeños polos magnéticos en el interior de todos los materiales, pero al final la aleatoriedad del conjunto de átomos hace que las fuerzas magnéticas provocadas por los electrones, pequeños imanes “atómicos”, se anulen unos a otros. La cosa es más compleja de lo que parece, orbitales energéticos en los que se mueven los electrones, influencia de la rotación propia del electrón, momentos magnéticos, etc.

Sin embargo, en el caso de la magnetita, su disposición molecular (óxido ferroso férrico: Fe2+(Fe3+)2O4 ), así como la estructura cristalina del mineral, hacen que, en el seno de este material, las fuerzas magnéticas no se anulen entre sí, y por el contrario se orienten todas en la misma dirección provocando los dipolos magnéticos del imán.

Ésta sería la explicación a una de las caras de la moneda, la piedra imán, pero la otra corresponde al metal afectado. ¿Por qué algunos materiales se ven atraídos y otros no? Sintetizando también, todos los elementos quedan más o menos afectados por el magnetismo, pero sólo algunos metales tienen una configuración atómica favorable a permanecer orientada, de manera que, ante un campo magnético o un imán, éstos se transforman también temporalmente en uno. El cobalto, el níquel, el hierro y algunas aleaciones de éstos son los más propicios a ello. Demasiados conceptos técnicos, lo sé, pero a riesgo de ser pedante, era algo que estudié en la carrera hace veinte años y que jamás había tenido ocasión de expresar hasta ahora, una auténtica liberación.

A aquella curiosa propiedad que fascinaba a Thales o Plinio, no se le sacaría partido hasta pasados muchos siglos después, con la invención de la brújula, atribuida a los chinos alrededor del siglo IX d.C. Pero mucho antes, la magnetita ya había tenido un uso previo que cambiaría el devenir de la humanidad, pues fue un elemento fundamental en la aparición de la denominada edad del hierro, doce siglos antes de Cristo.

La razón es que éste es el mineral con más alto contenido en hierro de la naturaleza, hasta un 72%, ya que el hierro no se da en estado puro en la naturaleza, salvo en restos de meteoritos. La piedra imán pasó a ser la mejor fuente de hierro, a partir de la cual se fabricarían herramientas y principalmente armas más robustas.

Las minas de hierro se convirtieron probablemente en enclaves estratégicos para las culturas del momento, y de hecho, este elemento llegó a ser muchísimo más valioso que el oro y la plata. Tanto es así que aquellos pueblos que controlaron la tecnología para obtenerlo, muy distinta a las de metales de las precedentes edades del cobre y bronce, impusieron su dominio sobre otros culturalmente más avanzados. Poco tenían que hacer los escudos o armas de bronce frente a las potentes armas de hierro. Aunque hay mucha controversia con todo esto, se cree que en manos de aquellos pueblos, éste pudo ser el factor detonante que sumió a la humanidad en un periodo de ostracismo de 400 años denominado Edad Oscura (del 1200 al 800 a.C), del cual quedan muy pocos registros, acabando con varias de las florecientes y más destacadas culturas de oriente próximo.

Casco griego (Imagen de www.jerezsiempre.com)
Es en este aspecto donde nuestra comarca hace su pequeña aportación histórica, pues desde tiempos inmemoriales se conoce la existencia de magnetita en el denominado cerro imán, cerca del Castillo de Cote en Montellano. Cantera milenaria que ha vuelto a ser explotada muy recientemente, en la que se encuentran minerales de variada naturaleza, y que, muy posiblemente, pudieron ser aprovechados antaño como fuente del preciado hierro.

Cristales octaédricos de magnetita en la cantera de Cerro Imán

La magnetita también forma agregados poco magnéticos

Otros minerales del lugar para mi colección

Han sido varios días de “exploración” hasta localizar dicho enclave, en los cuales he llevado un imán conmigo para detectar materiales de origen ferruginoso. Puede que haya sido por eso, o quizás es que, volviendo al enfoque inicial del artículo,  no he podido resistir la tentación, pues en realidad he estado pegándolo por todas partes. Más de uno creerá que es inmune a esta idiotez del imán, pero sin saberlo lleva encima unos cuantos camuflados de “diseño” (un guiño más para que la división de narcóticos actúe de oficio). ¿Cómo si no se explica que coleccionemos cantidades ingentes de tarjetas con banda magnética en nuestras carteras? Yo debo estar muy mal, pues acabo de contar siete distintas en la mía; crédito, puntos de la gasolinera, seguridad social, club deportivo, AVE, etc…y eso que he hecho limpieza no hace mucho. No, nadie es inmune al magnetismo, así que no creo que desaparezca fácilmente mi imandependencia. Sólo hay una solución, que vendrá el día que en que me dé cuenta de que he estropeado la tarjeta de crédito al pasar el imán por encima. Sé yo a dónde va a ir a parar entonces el pegajoso imán como pase eso…

La cantera actualmente explotada

Licencia Creative Commons
El cerro de piedra imán por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.almabiologica.com.


lunes, 28 de noviembre de 2011

¿Qué fue de la plata de Morón?


“Eran dos las fuentes, la actual que sigue en pie y otra que estaba detrás de la antigua cárcel. Entrábamos por el agujero que había en ésta última, había que ir medio encorvada, sin saber qué pisábas en el suelo encharcado. Usábamos una cerilla para ver algo y la excursión duraba el tiempo que ésta tardaba en apagarse, lo que hacía que regresásemos asustadas corriendo a la entrada. En siguientes ocasiones ya llevamos una vela. Tras cada tramo de túnel, se llegaba a una habitación con forma de bóveda y del ancho de un zaguán, labrada en bruto sobre el terreno. En la tercera habitación se decía que ya estábamos debajo del Calvario. A partir de ahí había un recodo que supuestamente desembocaba en el castillo”

“Como no teníamos linterna, cogíamos una alpargata vieja y le prendíamos fuego como a una antorcha. La goma de la alpargata hacía de combustible y cuando salíamos teníamos toda la cara negra por el hollín. Había un momento en el que seguir adelante ya daba miedo, porque el agua llegaba casi a la rodilla”

Mi madre y otros testimonios, en un día cualquiera a mediados de los años 50.

La antigua fuente de la plata antes de revelar su galería oculta
Colección Local Biblioteca Pública Municipal Morón de la Frontera

Alrededor del año 200 antes de Cristo se sucedían en Hispania las denominadas guerras púnicas entre cartagineses y romanos, en las que, al margen de decidir la supremacía de una de las dos potencias mediterráneas, estaba en juego el territorio hispánico, y con él sus riquezas comerciales.

Por aquellas fechas concretas, era la región Bética la que se encontraba en liza, cayendo finalmente del lado romano. Nuestro territorio era considerado como uno de las más fértiles del Mediterráneo, y su agricultura, ganadería y pesca sirvieron para sustentar a buena parte del imperio romano durante siglos.

Al “rico” patrimonio gastronómico había que unir además la importancia minera de la zona, en la que destacaban el cobre, plomo y plata. Morón no era una excepción, y nuestro municipio siempre tuvo en sus alrededores amplios depósitos mineros de variado carácter; mármoles, jaspes, magnetita, pirita y otros minerales, tanto preciosos como constructivos, aparecen reflejados en antiguos escritos que parecen tener como origen a esta población.
La plata era también abundante por estos alrededores. Su filón principal se encontraba en la sierra de Laita o Laitar, cercana a Montellano, yacimiento que aún era explotado hace unos 160 años. De hecho, se atribuye el origen fenicio de nuestra ciudad, Arunci, a la extracción del mineral de dicha mina, aunque eso sólo son conjeturas.

Ese canal en la tierra son los restos de la mina de Laitar

El agujero aún sigue abierto tras un par de miles de años
 
Un par de metros en el interior de la mina

Siglos después, la llegada de los árabes y posterior reconquista cristiana no fue indiferente a los recursos de nuestra zona, que fueron utilizados para fortalecer y embelesar el castillo. El tosco recinto que hoy conocemos llegó a convertirse en una fortaleza-palacio de destacada importancia y belleza. Hecho éste que le valió para alzarse como uno de los 24 reinos de taifas de la península y, una vez concluida la etapa musulmana, en residencia-palacio de la nobleza. Así fue hasta ser derruido durante la invasión francesa.

              El Reino de Morón y otras Taifas en el año 1031


A principios del siglo XX, la torre “gorda” (del homenaje) era propiedad del Teniente Antonio Copado, nombrado oficial en la guerra de Cuba, el cual, tenía en su haber antiguos libros sobre el propio castillo. En aquella época, los valiosos yacimientos de plata estaban más que agotados, pero el Teniente quiso descubrir un tesoro de otras características. Según aquellos textos, bajo una piedra que hacía de tapón, se encontraba una escalera que daba acceso a una sala en la que presuntamente había un candil de oro de incalculable valor. La losa, la escalera y la habitación estaban allí, aunque el candil jamás se halló.
El Teniente Alcalde Antonio Copado Rosado

De tales acontecimientos toma su origen una coplilla chirigotera del momento: “En lo alto del castillo, los obreros que allí escarban, en busca del candil de oro, y era una arroba de aceite que se la dejó allí el moro. Y Don Antonio Copado, está loco de alegría, en ve que se pone rico,  cuando éste asome la torcía”. Al margen del peculiar sentido humorístico de la época, no he podido dejar de sonreír al ver que alguien recordaba esta letra y hasta era capaz de cantarla.

La torre del homenaje (centro) y la torre albarrana (izquierda)
Efectivamente, lo único que se encontró fue una “tinaja” llena de aceite, y a pesar de que excavaron en la habitación, no hallaron otra cosa más que sobresaltos por el repentino apagón que las lámparas experimentaban en aquel lugar. Es de suponer, que Copado también exploraría los túneles del castillo, entre otros aquellos que sirvieron de escape subterráneo a los moros hasta el pozo de Sevilla (ubicado en los alrededores de la Estación), a 1 km de distancia del recinto militar. No mucho después, el Teniente, amedrentado por aquellos inexplicables sucesos, terminó vendiendo la torre del homenaje a un cabrero por 30 reales (6,5 pesetas de la época).

Entrado ya aquel siglo, las antiguas explotaciones mineras dieron paso a otras más recientes en las que se extraían materiales constructivos de tipo sedimentario; calizas, yesos, e incluso uno tan abundante que toma el nombre de nuestro propio municipio, la moronita (genéricamente conocida como Kieselgur), utilizada por Alfred Nobel como estabilizador de la nitroglicerina al inventar la dinamita.

Tras siglos y siglos de actividad minera, la mayoría de los montes de nuestros alrededores han quedado marcados por socavones de mayor o menor tamaño, pasando entre otros por la maltrecha sierra de Esparteros. Muchos de ellos ya han sido restaurados por la propia naturaleza y agregados como parte del entorno con el devenir de los años. Sin embargo, al margen del alto legado en “cráteres”, aún hoy en día perdura un nombre en una zona de la ciudad, que ha sido incorporado de manera natural al vocabulario municipal; la Plata, pero que parece encerrar algo más que una simple palabra.

Extracto de la gaceta mensual Mercurio Histórico y Político de 1778
En él hace referencia a las minas de plata de la fuente y Laitar
(en Laitar también se halló una galería pero no debe prestarse a confusión con la de la plata)

Las especulaciones históricas sobre este enclave han sido innumerables, no obstante, diversas crónicas del pasado mencionan un yacimiento del preciado metal junto al pueblo, justo en la zona que heredó el citado apelativo. En dicho lugar se hallaba la fuente descrita al inicio, la fuente de la plata, además de otra que aún se conserva y con forma de templete como la original. Con el paso del tiempo, se destruyó parte de la misma, puede que en la construcción de la antigua cárcel allí ubicada, dejando a la vista lo que ocultaba tras de sí.

En las proximidades de ambas fuentes, los restos de varias canteras a cielo abierto bordeaban la ciudad, constituyendo el espacio conocido como el Calvario. El Calvario llegaba a su máxima expresión en los hondos tajos del cerro colindante a la propia fuente, en los que algunos desafortunados se quitaban la vida mientras otros la perdían por descuido en el lugar conocido como la “ventanilla de la muerte”.

1 Fuente actual. 2 Posible ubicación antigua fuente. 3 Cantera del Calvario
La plata y el calvario en la actualidad (foto tomada de Google)

Junto a aquel sitio se arremolinaban en chozas y casas una serie de personajes propios de una película de Berlanga: Manolito el de la azalea, quitaba y curtía las pieles de los borricos y otras bestias que eran arrojadas a las proximidades del lugar, su singularidad se veía acrecentada por la respuesta que daba cuando se le pedía que cantara; “las atafómeras’ me roban el cante”. Rosarillo la de los molletes, se ganaba la vida vendiendo pan por la calle, aunque se ve que aquel oficio no daba para mucho, pues la pobre no tenía ni para ropa interior, y era entretenimiento de los niños el levantar el vestido desde atrás con un palo. La Aria, siempre ebria tirada en cualquier sitio de la calle, o el Paragüero, oficio sin duda singular y que ostentaba en exclusiva en la población. Fauna autóctona de la época, a la que había que unir chiquillería variada que, como deporte de alto riesgo, visitaba aquel negro agujero que conducía a los túneles del castillo según la leyenda urbana.

En rojo un trazado hipotético del supuesto túnel desde la plata
En azul la distancia del túnel existente desde la torre albarrana hacia el pozo Sevilla
(Foto de Morón de los años 60)

La fuente actual del templete
De todo aquello ya casi no queda nada, salvo el nombre de la calle que da entrada al municipio desde el suroeste, la Avenida de la Plata, que, flanqueada a su derecha por montes horadados de aquellas canteras, nos lleva a la deteriorada fuente del templete hexagonal. Imitando al Tte. Copado, he recorrido a pie toda la zona buscando un tesoro, no un candil de oro, sino algún mínimo rastro de lo aquí relatado. El Calvario ha sido rellenado y prácticamente absorbido por el pueblo. En los cerros, nada de plata, como mucho algún cuarzo de buen tamaño. Respecto a la antigua fuente no hay señal alguna, probablemente haya quedado oculta tras las nuevas reformas en los edificios aledaños. Quizás sólo una obra hidráulica o puede que un pasadizo hasta la fortaleza de la ciudad, pero sin duda una joya arqueológica de incalculable valor que hemos perdido para siempre. ¿La plata?, seguramente también se la llevó el moro, como dice la chirigota, y si no algún cristiano.

En rojo, algunas canteras en la entrada del pueblo de ellas también se extraía
 tierra “pucelana” para las casas. Arriba, el Calvario, actualmente relleno
(Foto de Google Map)

Licencia Creative Commons
¿Qué fue de la plata de Morón? por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.almabiologica.com.

viernes, 21 de octubre de 2011

La vida en ambientes extremos

Cada día que pasa estamos más cansados de escuchar cómo el desplome de los índices bursátiles o cualquier otro incontrolable acontecimiento empeora la situación económica sin que haya visos de mejora. La bolsa baila a su antojo como una peonza loca, quizás manejada cual marioneta por hilos que desconocemos, el paro sigue en su misma línea, la gasolina por las nubes... A veces me pregunto qué ha pasado para que todo se descontrole, ¿no somos capaces de revertir esto y volver a dónde estábamos?

Sinceramente lo veo difícil, vuelvo la vista a alguna asignatura de mi carrera y creo que nos encontrábamos en lo que se denomina un punto de equilibrio inestable. Habíamos escalado a una cumbre del estado de bienestar y nos manteníamos ahí, como un balón en la cima de una montaña. Empujado hasta allí arriba, sin salvaguardas o barreras suficientes que lo protegieran, ha bastado un pequeño traspiés y algo de viento desfavorable para hacer rodar la pelota cuesta abajo, convirtiéndola en una inmensa bola de nieve que, con su inercia, arrasa con cualquier medida para frenarla.


El efecto bola de nieve se detendrá cuando llegue a una llanura, un punto de equilibrio estable entre las montañas del Himalaya socioeconómico en el que nos hallamos. Aunque por el momento, engullidos por la avalancha, resulta imposible apreciar el final del precipicio, y cuando el alud se detenga, es probable que nos encontremos en un hábitat prácticamente extremo.

¿Y qué es lo que sucede cuando se vive en un ambiente de esas características? Salvando las lógicas diferencias, podemos recurrir a la propia naturaleza y analizar como se desenvuelve, ya que en ella existen muchos entornos considerados extremos en los que las condiciones para la vida son muy difíciles o inviables, tanto que se antoja casi imposible que exista algún ser vivo en ella.

Estos lugares pueden ser de lo más variopintos según las condiciones fisicoquímicas que presenten: con temperaturas cercanas los 100 ºC, o en el sentido opuesto muy por debajo de los 0 ºC, presiones altísimas, altas dosis de radiación, extrema acidez, ausencia absoluta de agua, etc. Los organismos que viven en estos sistemas se denominan extremófilos, amigos de los extremo.

Pensar en esos espacios parece sugerir un desplazamiento a lugares lejanos e inaccesibles: fosas termales submarinas, glaciares, cimas volcánicas, etc. Pero no hay que ir demasiado lejos para encontrar al popular río Tinto, cuyas aguas rojizas obedecen a la extrema acidez y alto contenido en metales pesados de la zona. A pesar de este ambiente supercorrosivo, existen organismos viviendo en él; algas, algunos hongos, pero sobre todo bacterias han proliferado alimentándose exclusivamente de las propias rocas y minerales, literalmente comiendo piedras, tanto que dicho lugar ha sido elegido como objeto de estudio microbiológico de posible vida en otros planetas.

Sin embargo, aún podemos hallar un lugar más cercano. No debemos olvidar que Morón se encuentra en una región que estuvo cubierta por el mar en tiempos remotos, el cual, al ir retirándose, quedó enclaustrado formando grandes lagunas, cuya desecación final originó zonas de alta concentración salina, hecho que se manifiesta en muchos lugares de nuestra localidad.

El pozo salado en Morón de la Frontera
En la búsqueda de estos parajes, he aparcado temporalmente los largos desplazamientos vacacionales para recorrer algunos de los antiguos emplazamientos en los que, no hace tanto tiempo, la gente “veraneaba”. Uno de ellos es el conocido como “la chorrera” o “pozo salado”, cuyas aguas presentan una altísima salinidad y antaño eran apreciadas en los alrededores por cicatrizar cualquier pequeña herida. Tras esquivar al ganado vacuno colindante y a los insistentes intentos de un par de tábanos por hacerse con mi plasma sanguíneo, pude dar fe de su constitución salina tras alguna esporádica “inmersión” en la improvisada alberca. No obstante, no contento con la subjetiva visión de mis papilas gustativas, decidí medir su salinidad de un modo empírico, comprobando como ésta encajaba en los parámetros de un entorno marino, casi 33 gr de sal por litro. Un valor ciertamente elevado, pues un vertido de dichas características incumpliría nuestras ordenanzas municipales multiplicando por 25 lo permitido. En definitiva, un pequeño mar en miniatura situado en pleno monte, ambiente en el que sólo algunas algas, pequeños escarabajos acuáticos y larvas de mosca de la sal se atreven a sobrevivir.

Una muestra de la fauna "salina"

Así pues, estos serían algunos ejemplos de entornos extremos, pero, ¿cuál sería el que mejor representa nuestra situación social? Un ambiente ácido sería el primer candidato: la corrosión/corrupción (palabras de un mismo origen etimológico) que acaba con toda iniciativa natural pudriendo la misma. No, no es ese es el descriptor acertado de la situación global, es quizás un ingrediente más.

¿Exceso de radiación? Más que posible si consideramos como tal el bombardeo de sobreinformación y desinformación que, en forma de ondas de radio (físicamente una radiación más), nos llega por diversos medios: televisión, radio, móvil, etc.

También puede que estemos ante un ambiente de altas presiones: el trabajo, las prisas, la hipoteca, el nivel de vida... Podría ser, aunque la obviedad del símil hace que me decante por uno menos evidente; en mi opinión estamos bajo un ambiente halófilo, nuestro entorno se ha transformado en un lugar extremadamente salino, como nuestro peculiar pozo.

El medio salino puede parecer menos nocivo inicialmente, pero se rige por unos principios que, aunque actúan de manera más pausada, llegan a ser verdaderamente exigentes: los gradientes (diferencias) de concentración y la osmosis. Es muy sencillo, cuando en el exterior existe mucha concentración de sales, el agua de cualquier organismo, el propio fluido del interior de las células, intenta salir hacia el exterior para igualar la diferencia, lo cual a la postre termina deshidratando y “secando” al individuo.
El ambiente salino de "la chorrera"

Comparativamente, el entorno hipersalino sociolaboral podría asemejarse a la extrema competencia empresarial actual. La alta concentración de empresas, muchas de ellas foráneas ávidas por abrir un nuevo mercado o por morder un trozo de un pastel que ha menguado, provoca que los precios a los que ofertan sus servicios bajen temerariamente. Esta concentración origina la desecación de otras muchas empresas, basta decir que en los dos últimos años se estima que en España han desaparecido al menos unas 150.000. Por descontado, todo termina afectando también a nivel individual, por lo que al margen del paro, empresa y persona se dejan el alma y sus “jugos”, sangre, sudor y lágrimas como se suele decir, para conseguir un contrato o sacar un proyecto adelante.

¿Y qué hace entonces un ser vivo para sobrevivir en este medio? Los oportunistas aprovechan los cortos periodos de bonanza, por ejemplo tras breves periodos pluviales que reducen la salinidad. Apuestan a lo seguro, pero su tiempo de vida suele ser muy corto. Hay también otras adaptaciones ingeniosas, pero nada de esto vale cuando la cosa se pone fea de verdad. Ante tal coyuntura, la única solución es conseguir que los tejidos y células alberguen una concentración similar a la del exterior, es decir, se convierten en salinos, evitando así la diferencia con el exterior y salida de fluidos internos. Como diría alguien de mi empresa: un periodo de dificultades se convierte en oportunidades para aquellos que las saben gestionar.

Entonces, ¿hay que volverse salino? A veces lo hacemos inconscientemente, ya que al final todos quedamos influidos por la situación y buscamos también al proveedor más económico. Algo lógico, pero que puede contribuir aún más a aumentar la salinidad del entorno. Un sencillo ejemplo que todos entenderemos lo constituyen los modernos “chinos de todo a 100”, tentadores como pocos por precio y que ya venden absolutamente de todo, pero que terminan ahogando al resto de comercios de similares características. Es imposible competir con ellos, funcionan en plan Juan Palomo, todo lo hacen ellos y todo queda en casa. A mayor escala, la globalización también tiene sus efectos, pues las grandes empresas contratan por debajo de coste lo que antes se hacía a un precio razonable, y una vez hecho esto a veces no queda más remedio que externalizar el trabajo hacia otros países que ofrecen un menor coste de los recursos humanos.

Llegados a este punto, debo decir que, influenciado quizás por los baños de sobremesa en el pozo y por el regusto salado de sus aguas, es posible que todas estas elucubraciones no sean más que fruto de una insolación veraniega, por lo no querría dar lugar a equívocos xenófobos de ningún tipo.
Individuo intentando "coger moreno" en las aguas saladas
De hecho, la sal es absolutamente necesaria para la vida, sin ella no sería posible vivir. Cualquier organismo la utiliza precisamente en los intercambios de nutrientes en las células (mecanismo celular denominado bomba de sodio potasio), y sin sal, los principios osmóticos harían que las células se inflasen de líquidos provocando su ruptura. Por ello mismo, en la antigüedad, la sal era considerada como elemento de pago, de ahí el origen del “salario”. Nuestra sal social también es igualmente necesaria, una falta de sales hace que las empresas crezcan de manera antinatural y menos sanas, digamos que sin anticuerpos y no preparadas ante cualquier catastrófico trastorno futuro.

Salida del regero salido del pozo
Vuelvo a preguntarme; ¿hemos de salinizarnos? O como dice un compañero de trabajo; “¿ha querido el mundo que seamos chinos?” Observando de nuevo el lugar de mis baños, miro un poco más adelante y veo como el manantial salino que sale del pozo, se une a unos 15 o 20 metros con otro efluente de agua dulce, que va diluyendo la salinidad reverdeciendo paulatinamente el curso del riachuelo. Puede que esa sea la solución, creo que más que buscar la salazón total, convendría diluir la sal exterior e igualar las concentraciones desde fuera, apostando más por lo nuestro, por lo autóctono a todos los niveles, aunque las gangas puedan ser muy seductoras. La sal debe estar presente, por supuesto, pero de forma equilibrada y adecuada para la vida, de lo contrario, a este paso terminaremos también por tener que comernos las piedras.

Licencia Creative Commons
La vida en ambientes extremos por Kamereon se encuentra bajo una Licencia Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 Unported.
Basada en una obra en www.almabiologica.com.