
Las crónicas japonesas del siglo V de nuestra era cuentan como Yuryako Tenno, vigésimo primer emperador de Japón, cazaba un día en una llanura de la actual provincia de Nara cuando fue importunado por un tábano. Al susodicho animalito no se le antojó otra cosa que hacer una degustación gratuita de sangre real, picando al emperador para satisfacer el singular capricho sin ni siquiera un sumimasen de por medio (con permiso, en japonés), lo cual es todo un ultraje en la cultura más educada del mundo. El emperador, física y mentalmente irritado, poco podía hacer para vengar tamaña afrenta una vez el insecto emprendió el vuelo, pero ese instante, una libélula descendió en picado y arremetió contra el vampiresco animal, devorándolo al instante.