sábado, 21 de enero de 2012

Sopa no... crema de caracol

1971 es un año muy especial para mí, muy pocos días antes de la entrada de la primavera, quizás esperando a que el buen tiempo llegara, vine a ver por primera vez la luz de este mundo con bastantes días de retraso respecto a la fecha prevista (casi un mes). En aquel primer instante mi esperanza de vida era de unos 70 años. 40 años después (ya casi 41), gracias a los logros médicos y a la mejora en la calidad de vida, me han sido otorgados estadísticamente casi 10 años más longevidad.

La buena noticia es que año a año esa esperanza de vida continua creciendo a nivel mundial, estando nuestro país entre los 20 con mayor longevidad del mundo. Sin embargo todo tiene un límite, pues se estima que el cuerpo humano puede vivir un máximo de unos 120 años. Muchos nos daríamos con un canto en los dientes por conseguir una vida tan longeva, aunque quizás hay que considerar otro parámetro en este aspecto, pues no se trata tanto del tiempo como de la calidad de la vida que lleves. En este sentido la juventud siempre ha sido una obsesión buscada por el hombre en múltiples direcciones:

En el plano esotérico, son incontables las historias sobre la existencia de la denominada “fuente de la juventud”, especialmente intensas en la era de los descubrimientos europea entre los siglos XV y XVII. Basta con rememorar el descubrimiento de América, que estuvo salpicado por la aparición de relatos sobre aguas curativas que devolvían a la lozanía a aquél que las bebía o se bañaba en ellas. Incluso hubo alguna expedición que se dedicó a bañarse en cada uno de los ríos, lagos, estanques, arroyos y pozas que encontró, sin más éxito y consecuencia que un excesivo reblandecimiento de los pies, supongo...

Por otro lado la cirugía plástica, hoy por hoy en pleno auge, ya venía siendo practicada desde siglos antes del nacimiento de Cristo, donde los injertos de piel y reconstrucción de defectos faciales estaban más avanzados de lo que creemos.

En una línea corporal menos agresiva, los esfuerzos se han centrado en la aplicación de productos basados en sustancias naturales que mitigaban o trataban de ocultar los efectos del tiempo, así, hace miles de años nació la cosmética. Los antiguos egipcios por ejemplo ya utilizaban el maquillaje y los aceites perfumados para la piel, incluidos los hombres, se ve que a ellos la cultura metrosexual les llegó un poco antes.

Hoy en día el sector de la industria cosmética mueve un volumen de unos 8.000 millones de euros al año sólo en España, y es que, a pesar de la crisis, parece que seguimos queriendo tener una piel más tersa y suave. El mercado está lleno de productos prodigiosos que nos son bombardeados continuamente por la televisión u otros medios. Aunque últimamente hay uno que me ha llamado la atención por su peculiaridad: cremas con extractos de baba de caracol.... desde luego por vender que no quede.

La verdad es que cuanto más he leído sobre esto, más opiniones para todos los gustos encuentro, pero lo cierto es que los caracoles no sólo se cultivan ya con fines gastronómicos, sino que también dermatológicos. El principal protagonista de este nuevo invento, al estilo de teletienda americana, es el caracol denominado como Cryptomphalus aspersa, más conocido entre sus amigos como burgao, único capaz de generar la “sustancia milagrosa”.

El burgao, la futura fuente de la juventud

Como en muchas ocasiones el descubrimiento fue fruto de la casualidad: en 1965 el doctor Abad Iglesias, especialista en oncología fallecido en 2003, descubrió que al someter a radiaciones al citado caracol, éste segregaba una sustancia distinta a la que utilizaba para deslizarse que le servía para sanar rápidamente los daños recibidos. Sus investigaciones tuvieron aplicación directa en Chernobyl y la guerra del Golfo, con el fin de utilizar un tratamiento para las quemaduras por radiación. A partir de ahí dio el salto al mundo comercial en el que ahora se encuentra.

Algo de cierto debe haber en todo, pues este animal no sufre apenas infecciones y, además, aquellos que en gastronomía manipulan estos moluscos tienen habitualmente las manos muy suaves y sus heridas cicatrizan pronto. Imagino también que por algo el mencionado doctor recibió en 2006 un premio de la Real Academia Nacional de Medicina por su investigación.

La sustancia en cuestión es extremadamente rica en proteínas y polisacáridos, se denomina cryptosina (que no cryptonita) y es generada por el animal cuando se le somete a radiaciones o se le estresa mecánicamente por rozamiento, presión u otros medios. La aplicación de este compuesto en nuestra piel estimula la formación del colágeno, de la elastina y de otros componentes que reparan los signos del fotoenvejecimiento.



Como se puede atisbar, en la actualidad se tiene un conocimiento más profundo de las causas del envejecimiento y las líneas de investigación para intentar atajarlo son cada vez mas variadas, pese a lo cual tengo la sensación de estar ya sentenciado (que no viejo ni mucho menos). Es difícil determinar el instante en que empezamos a envejecer, pero suele manifestarse a partir del momento de la máxima vitalidad, alrededor de los 30 años. Llegado un momento en esa etapa de la vida todos empezamos a sentirnos un poco más “oxidados”.

En realidad eso mismo es lo que nos está pasando. Nuestro cuerpo se oxida de manera análoga a como lo hace la carrocería de un coche, y el proceso es tanto externo, en nuestra piel, como interno. La causa estriba en  los denominados radicales libres, moléculas inestables que están inmersas en el ambiente o que nosotros mismos generamos cuando el oxígeno que respiramos llega internamente a las células. Dichas moléculas tratan de estabilizarse a costa de nuestras células, dejando a éstas maltrechas atómicamente y por ende envejecidas a la postre. Nuestro cuerpo está capacitado para neutralizar en parte a los radicales libres, pero la acción continuada de éstos durante años termina causando mella y envejeciendo a las células, proceso que se acelera aún más por la acción de otros elementos oxidantes como la contaminación atmosférica, el tabaco, los pesticidas y otros agentes bastantes comunes a nuestro alrededor. Pues bien, resulta que la criptosina del caracol también inhibe la actividad de los radicales libres.

Envuelto en este halo científico de caducidad corporal, mi espíritu aventurero de hombre ciencias tenía que salir inevitablemente en este artículo, y conforme redactaba estas líneas, a falta de un tarro de la “deseada” baba, me fui al campo hasta localizar al inestimable caracol. En ese momento, como buen investigador de película que aplica en sí mismo sus experimentos, procedí a la operación en algunas zonas de mi brazo. Evidentemente, después de una sola aplicación, no puedo decir que la baba de caracol me haya cambiado la vida. No obstante seguiré insistiendo, y en adelante informaré de los avances del experimento, eso sí, prometo comprar una crema y dejar tranquilo al sufrido animal.

Al final me compré la crema
(Publicado en noviembre de 2008 en Morón)



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martes, 17 de enero de 2012

España, tierra de conejos

Cada cierto período de miles de años, acontece en La Tierra una etapa glacial en la que las temperaturas bajan y los hielos de los casquetes polares avanzan hasta cubrir buena parte de los continentes.

El último de ellos sobrevino hace unos 80.000 años, significando drásticos cambios para la humanidad y el propio planeta en sí. Algunas tierras quedaron absolutamente inhóspitas al quedar cubiertas por los glaciares, el nivel del mar se redujo considerablemente (bajando hasta 100 metros) y se abrieron pasos entre distintos continentes e islas cercanas, algo que tuvo una enorme importancia en la expansión de la humanidad por todo el globo terráqueo.

Dicha etapa es conocida como la glaciación de Würm, cuyo momento más crítico aconteció hace 18.000 años, cuando gran parte de Europa se encontraba cubierta por un espeso manto de hielo que se extendía desde la mitad de Francia hacia el resto del continente.

Aquella masa helada, y la bajada de temperaturas asociada, provocó la adaptación de los animales al austero entorno, pero también empujó a otros hacia condiciones más favorables al sur, incluyendo al propio Homo sapiens. Uno de aquellos animales fue el conejo europeo, que tuvo que refugiarse en el sur de Europa, limitando su área de distribución a la península Ibérica, la mitad suroeste de Francia y una pequeña franja costera entre Túnez y Marruecos.

El conejo era pues prácticamente exclusivo de nuestro país y un gran desconocido para las culturas que fueron floreciendo en el mediterráneo y que arribaron a nuestra patria; fenicios, griegos y romanos. De hecho las primeras menciones documentadas datan de los historiadores Polibio (II a.C.) y Estrabón un siglo después. Su extrema proliferación era tal, que el nombre de nuestro país puede tener su origen en ellos. Algunos estudios etimológicos hacen referencia a que Hispania (y por derivación posterior, España), proviene de la voz fenicia i-shepham-im o i-spa-ya según otros textos, que al parecer significaba "costa o isla de los conejos”.

Los romanos, sorprendidos por la abundancia del animal, no tuvieron reparos en adoptar dicho nombre, incorporando la H por algunas leyes fonéticas propias. Y, aunque otras teorías postulan otros orígenes, por ejemplo su similitud a la ciudad Hispalis (en fenicio Ispani), parece que la teoría del conejo cobra fuerza, en tanto que otras personalidades históricas del imperio romano hicieron referencia a la misma.

Aquella abundancia de conejos tenía una clara explicación: De una parte la ausencia de grandes depredadores en aquella época, en la que salvando al lince, zorros y algunas rapaces, el conejo vivía relativamente tranquilo. Puede que también residiese en el secreto alimenticio de los conejos, vegetarianos sí, pero que practican una “habilidad” gastronómica denominada cecotrofia. Este curioso comportamiento obedece a que el conejo necesita hacer una doble digestión de los vegetales, en primera instancia las bacterias de su aparato digestivo digieren la celulosa, de la cual resultan los cecotrofos, unos excrementos verde oliva, blandos y brillantes que el conejo vuelve a ingerir, pues son ricos en bacterias y proteínas sin las cuales el conejo moriría. Tampoco debe resultarnos excesivamente escatológico, pues otros animales practican otras modalidades de doble digestión, como los rumiantes.

Un pequeño gazapo que atrapé con mis manos este año

No obstante, el principal factor está asociado a la extraordinaria capacidad reproductiva de este mamífero. Para que nos hagamos una idea, una pareja adulta puede tener entre 4 y 12 crías por camada, con un periodo de gestación aproximado de 1 mes y una entrada en celo casi permanente. Todo ello unido, hace que al año una pareja pueda engendrar perfectamente unas  60 crías. Éstas a su vez alcanzan la madurez a los 6 meses, lo que, en condiciones óptimas y a nada que se relíen un poco, hace que en un año podamos encontrarnos fácilmente con más de 300 conejos a partir de una sola pareja, 6 meses más tarde podrían ser 4500, y así seguirían creciendo exponencialmente.

Puede parecer una exageración, pero algo así sucedió en Australia en 1859, cuando el avispado granjero Thomas Austin, introdujo unas pocas parejas para la caza en el sur del citado país. Tres años después, sin un solo depredador claro que los diezmase, unos 14 millones de conejos habían invadido una superficie casi equivalente a la de media España. La lucha contra el conejo se inició desde todos los ámbitos, aunque tampoco es que estuvieran muy iluminados en la adopción de algunas medidas. Sin ir más lejos, en la introducción de zorros como depredadores, que por el contrario pronto aprendieron a cebarse en la fauna autóctona, más lenta que el huidizo conejo y no acostumbrada a ningún predador similar. Hoy, se estima que existen unos 300 millones de conejos en Australia, al margen de otro incalculable número de zorros, así que, ahí donde lo vemos con su gracioso aspecto, están catalogados entre las 100 especies invasoras más dañinas del mundo.

Volviendo de nuevo a la época de las nieves, tras el mencionado periodo crítico, los hielos empezaron a derretirse y retirarse, y las aguas volvieron a anegar las zonas costeras. De hecho, el momento culmen nos lleva incluso al bíblico diluvio universal, cuya explicación científica está asociada al derrumbamiento del dique natural que separaba el Mar Mediterráneo del entonces Lago Negro, hace unos 7500 años. El aumento del nivel del mar durante miles de años antes, entró en el lago (hoy en día Mar Negro) con una potencia semejante a 400 o 500 veces las cataratas del Niágara, devastando las costas que rodeaban al mismo en media Europa central.

La fisonomía terrestre había vuelto a cambiar, pero para los conejos simplemente representó otra oportunidad más de expandirse desde el reducto español. Y así lo hicieron lentamente por casi toda Europa, aunque en la mayoría de las ocasiones con la inconsciente complicidad humana que los iba llevando de un lado para otro. Desaguisado que el propio hombre ha tratado de arreglar posteriormente a cualquier precio, por ejemplo mediante la introducción del virus de la mixomatosis en Australia en 1950, con el que cayeron 500 millones de conejos, todo un éxito dado el desastre ambiental que 100 años antes el granjero Thomas había originado.



En el vídeo, un conejo que vi en la carretera cegado por la mixomatosis

Pero este tipo de poder es peligroso según en qué manos se encuentre, y en 1952 el médico francés Armand Delille, creyó ver la solución a la plaga de conejos que arrasaba los viñedos de su finca, soltando unos cuantos conejos infectados por el virus en sus inmediaciones. Sólo dos años después los conejos casi se extinguen de Francia y este virus, junto a otras enfermedades posteriores, llegó a España poniendo en jaque la supervivencia de los conejos. El daño ocasionado en otras especies que dependían de este animal fue brutal, hasta el punto que el águila real y el lince se encuentran desde entonces al borde de la desaparición.

Este es un aspecto que no conviene olvidar, y a veces me resulta curioso observar la animadversión que se tiene contra algunos depredadores autóctonos (lince, zorro, etc) y también respecto a otros introducidos hace siglos por los árabes (gineta y meloncillo por ejemplo), a los que se les achaca la escasez de cacería. Ellos simplemente tratan de sobrevivir y en cualquier caso la situación obedece a otros errores humanos.

Hoy en día el conejo también se ha convertido en mascota habitual de nuestros hogares, existiendo multitud de variedades en el mercado, que fueron creadas en su momento a partir de la combinación de distintas razas, aunque el origen de éstas tuvo inicialmente otros objetivos menos afectuosos: cárnicos o peleteros.

En lo que respecta al conejo silvestre, éste ha intentado recuperarse desde entonces, sobre todo a partir del año 85 en el que se autorizó la inoculación de una vacuna y su implantación en multitud de cotos. Pero en honor a la verdad, el país que lleva su nombre, la denominada la tierra de los conejos, casi se queda sin ellos. Nombre que posiblemente pueda parecernos poco glamuroso, especialmente cuando lo comparamos frente a la fuerza o personalidad que tenían otros como Icelenad (Islandia, tierra del hielo), Ireland (Irlanda, o Eire, tierra de la fertilidad), Greenland (Groenlandia, tierra verde) o Finland (Finlandia, tierra del fin)... si bien a la postre, y aunque sea sólo en lo fonético, quizás también debamos a ellos el poder entonar últimamente con bastante orgullo aquello de: yo soy español, español, español...

(Publicado en junio de 2011 en Morón)

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sábado, 7 de enero de 2012

Corbatas y gusanos de seda

Habitualmente, por las características de mi profesión y empleo, debo usar corbata como complemento al resto de mi atuendo. No es una prenda que me apasione en exceso, pues lo único que me provoca es cierta sensación de incomodidad al tener que abotonar hasta el cuello la camisa, sea invierno o verano.

Más de una vez me he preguntado a qué obedece el uso de este caprichoso elemento y, sobre todo, quién lo inventaría. Para esto tengo un compañero que siempre apunta que es para ocultar los botones de la camisa, aunque realmente esa no es una necesidad práctica, la única verdad es que es un simple elemento de valor estético y distinción.

El hábito de anudar una prenda al cuello se remonta al imperio romano, donde los soldados usaban un pañuelo para proteger la garganta del frío. También existen antiguas representaciones chinas en las que se ve a guerreros con un fular, sin embargo, todo esto son sólo usos primigenios que nada tienen que ver con su función actual. Los cierto es que, la moda de la corbata como tal, tiene su origen en el ejercito croata, cuando en 1635, durante la guerra europea de los 30 años, dicho ejercito fue a París a brindar apoyo al Rey Luis XIII y al Cardenal Richelieu, aquel mismo que 200 años después el escritor Alejandro Dumas incluiría en su famosa novela junto a D'artagnan. Los croatas llevaban una indumentaria muy característica con un pañuelo anudado al cuello, que no pasó desapercibido para la elitista y glamurosa sociedad francesa del momento, extendiendo su uso y evolucionándolo desde aquel momento. Los franceses lo denominaron cravatte o crovatta, término derivado de “croata”.

Pero seguimos sin responder del todo a la cuestión planteada: ¿a quién debemos entonces este adorno textil actual?, que realza la elegancia masculina a la par que estrangula la circulación sanguínea. Fue un fabricante de Nueva York llamado Jesse Langsdorf, quien en 1923 patentó la forma y corte que ha llegado hasta nuestros días. Para confeccionarla cortó tres trozos de la tela en diagonal de 45º respecto a los motivos de adorno, de ahí que las líneas o dibujos de una corbata estén siempre en diagonal en ese ángulo. Los tres trozos se cosían a mano posteriormente, de esta forma la corbata adquiría más consistencia y se arrugaba menos.

Extracto de la patente original de Langsdorf (pincha aquí para ver la patente completa)
 
No obstante, no nos engañemos, la pela es la pela y el objetivo fundamental de Langsdorf era también el económico: Para cualquier neófito en corbatas, escoger una buena corbata puede constituir una pequeña odisea, aunque si nos preguntasen qué queremos exactamente, es probable que pidiésemos una corbata de seda. El brillo, la suave caída del tejido, la elegancia del nudo obtenido hacen que este material sea el mejor, el inconveniente... el de siempre, hay que rascarse un poco más el bolsillo. Eso mismo le ocurría a Langsdorf, en la fabricación desperdiciaba tela, quizás seda, hasta que concibió el invento que le permitía aprovecharla mejor y reducir sus costes.


El estilismo de la corbata va unido en cierta medida al de la propia seda, las cualidades de esta fibra son muy singulares, su brillo natural obedece a que el hilo es de forma triangular y hace de prisma al pasar por él la luz, tiene unas magníficas propiedades como aislante, aguanta perfectamente la humedad y es una de las fibras naturales más fuertes que existen. El origen de la misma es animal y es utilizada para múltiples funciones básicas en su existencia: como elemento de construcción para nidos, para cazar, como protección a los huevos, etc. La segregan numerosos insectos y otros animales, sin embargo, de entre todas las sedas, la que presenta mayor calidad y propiedades textiles es la de un entrañable animal asociado a la infancia de muchos de nosotros, el gusano o mariposa de la seda, cuyo sobrenombre no es una simple casualidad.

Recuerdo como el ir a un moral para recoger hojas era todo un ritual en esta época del año, había que frecuentar el mismo con bastante asiduidad, pues la oruga de la mariposa de la seda está considerada como el animal del mundo que más come en proporción a su tamaño y tiempo de vida. Había que alimentarlas con hojas de mora exclusivamente, de lo contrario acababan muriendo, hoy sé que de ellas extraen el almidón que necesitan para fabricar la seda. A partir de ahí, veías crecer pacientemente a los gusanos hasta la agotadora construcción del capullo, en la que el animal menguaba y perdía buena parte de su tamaño. Al final, sucedía la esperada metamorfosis en mariposa y la eclosión de éstas para el apareamiento y puesta de huevos, guardados como un pequeño tesoro hasta el año siguiente. Las cajas de zapatos eran su habitáculo habitual y las de cierta marca de "quesitos" se utilizaban ocasionalmente como habitáculo de traslado.
 
Pero es en la formación del capullo donde hoy debemos prestar atención, pues éste está confeccionado con el apreciado hilo en cuestión. Lo curioso es que el gusano elabora el capullo con un único filamento continuo de casi un kilómetro de largo o más. El espesor del mismo es mínimo, unas diez micras de diámetro, la centésima parte de un milímetro, por lo que se necesitan entrelazar cuarenta y ocho de ellos para formar una fibra que se pueda utilizar como elemento textil.

Capullo de seda (de la últma vez que crié gusanos)

La obtención del hilo se realiza sumergiendo a éste en agua caliente para poder desenrollar el hilo al tiempo que realiza el cruzado con otros. Ese es el proceso que se utiliza hoy en día y que deriva del tratamiento ancestral que ya se efectuaba muchos siglos atrás. La tradición china cuenta que en el siglo XXVII a.C. el emperador Huang Ti envió a su esposa a comprobar cual era la plaga que asolaba a las moreras. La emperatriz comprobó que en el árbol se encontraban unos capullos que albergaban en su interior orugas. Accidentalmente uno se le cayó en su taza de té, del cual se desprendió un hilo con el que se podían obtener telas de una textura nunca vista antes. A partir de entonces se iniciaría el cultivo de los gusanos de seda o sericultura.

Batido de la seda (Mueseo de Belas Artes, Boston)



Durante muchos siglos el negocio de la seda fue de exclusividad china, entre otras cosas porque se promulgó un decreto imperial que castigaba con la pena de muerte a quien divulgara los secretos de obtención y fabricación de las telas de seda. Decreto y secreto perduraron algunos milenios, sin embargo el espionaje industrial es difícil de esquivar sea el siglo que sea, bien porque una princesa que se llevó en su pelo algunos capullos a India, porque otra vendió el secreto a Japón, o en otra ocasión unos monjes ocultaron huevos del gusano en sus bastones en dirección a Europa.

El secreto se fue extendiendo, aunque la calidad de la seda China nunca perdió su estatus. Es por ello que se estableció un amplio comercio a lo largo de toda Asia y hasta Europa, donde las telas de seda incluso se utilizaban como moneda de cambio. Es lo que se llegó a denominar la ruta de la seda, que describiría con tanto esmero Marco Polo y que perduraría durante años hasta que los españoles encontraron rutas alternativas por el Pacífico.

Hoy en día la patente 1447090 sigue registrada a nombre de Langsdorf, por lo que seguramente sus descendientes sigan ingresando pingües beneficios por la ocurrencia de su ancestro. De alguna forma esto, junto con otras aplicaciones de la seda, contribuirá a que este animal siga existiendo y viviendo aunque sea en cajas de zapatos, pues su domesticación es prácticamente total y no sabe vivir de otra forma. Por mi parte seguiré como hasta ahora, con la corbata enrollada en el bolsillo de la chaqueta esperando para colocármela en el último instante, pero con el grato recuerdo de las relajantes horas pasadas observando el devenir de estos animales.

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jueves, 5 de enero de 2012

Navidad con P de pavo

Pasaban los años, decenas, cientos, miles de ellos…, y el pavo salvaje, se asentaba como un animal característico de los bosques y otras zonas de Norteamérica. Hacía ya dos o tres milenios que los enormes mamíferos que habitaban la región habían desaparecido; mamuts, perezosos gigantes y otros mega-animales que finalmente sufrieron una de las grandes extinciones acontecidas en el planeta, debido entre otros aspectos a la caza intensiva ejercida por el hombre.

Pero él seguía allí, evidentemente no tenía la talla de aquellos otros, si bien, no era ni mucho menos pequeña, ya que a veces llegaba a alcanzar los 10 kilos de peso. Su belleza no alcanzaba a la de su medio primo asiático, el pavo real, más cercano al faisán que a él mismo, aunque en aquella zona se exhibía abriendo su gran cola en forma de abanico.

Prosperaba abundantemente desde el sur de Canadá hasta México, adaptándose a entornos muy variados. Sin embargo, sabía que ahora podía ser el siguiente objetivo de aquel voraz predador en el que se había convertido el hombre.

Puede que fuese sólo una casualidad, quizás un milagro, el caso es que la actitud humana dio un completo giro, y el hasta entonces agresivo humano lo acogió en su seno y cuidó de él. Aquel comportamiento cambió radicalmente el futuro del hombre, y a la vez del pavo. Era el inicio de la ganadería y la agricultura del neolítico americano que, prácticamente en paralelo, había comenzado hace ocho o diez mil años en distintas zonas del planeta.

Blanco de Holanda, una de las 9 razas domésticas descendientes del
guanaco, con su característica pluma en el pecho en forma de pincel
Pocos fueron los elegidos en la domesticación; el asno, la cabra y el cerdo en Egipto y Mesopotamia, éste último también en las regiones chinas, y en Sudamérica, la alpaca y la llama 4.000 años después. Lejos de todos ellos, el pavo, guajolote o guanajo como es conocido comúnmente, fue otro de los “privilegiados”, integrándose en las culturas que más tarde resurgieron en centroamérica.

Primero fueron los aztecas los que lo acogieron, siendo muy estimado por su carne y plumas. Cuando Hernán Cortés arribó a aquellas tierras, lo trajo de vuelta a la península, debido a las cualidades alimenticias que le otorgaban aquellos 10 kg de carne. Desde aquel momento, el pavo se extendió a lo largo y ancho del mundo.

Previamente a aquel viaje a Europa, hubo varios acontecimientos que marcarían el destino de aquel “pacto” con el hombre. El principal de ellos sucedió al inicio de nuestra era, cuando en Belén nació un niño que cambió totalmente el devenir de la humanidad. Era el de origen de la fe cristiana, uno de cuyos elementos fundamentales es el nacimiento de Jesús, el día de Navidad.

Por aquellas fechas, a miles de kilómetros de distancia, a nuestro pavo le era completamente indiferente aquel registro histórico al que quedaría estrechamente vinculado. Algunos años más tarde, la fecha del nacimiento de Jesús había quedado borrosa en el recuerdo, de hecho hoy en día los historiadores aún no han sabido definirla por completo. A partir de los evangelios ésta podría fijarse a finales de septiembre o comienzos de octubre, aunque esa es sólo una de muchas teorías. El Papa Liberio acabó con cualquier duda en el año 354 d.C. con un “decretazo”, haciendo coincidir dicho día con el solsticio de invierno (el día en el que el Sol está más lejos de La Tierra), establecido en aquel momento por los romanos el 25 de diciembre. De esta forma, la fiesta cristiana facilitaba la integración de aquellos que celebraban otros ritos mucho más antiguos.

Pasados casi 500 años, en los albores del siglo IX, Carlomagno consolidaba su imperio europeo estableciendo su sede en Aquisgrán (Alemania). Hasta aquel entonces, la liturgia y ritos cristianos se habían ido adaptando en sucesivos sínodos, concilios y cónclaves de todo tipo. El ayuno y la abstinencia eran algunos de estos conceptos, asociados antaño a la cuaresma y otras fechas como la Navidad. Nada tenía esto que ver con el pavo, del cual ni se sabía aún, pero, según parece, uno de los sínodos acontecidos en la citada sede, determinó que la ingesta de aves no infringía aquel precepto religioso en la fecha del nacimiento del Señor. Fue la sentencia para toda ave de corral, y seguramente, en la distancia, un escalofrío recorrió pechuga arriba al guajolote.

Pese a todo, aún seguía a resguardo en el lejano continente americano, hasta que la llegada de Cortés lo puso al descubierto. No obstante, sería otro desembarco muy distinto el que acabaría por rematar la faena: El Mayflower, un barco lleno de peregrinos puritanos, llegó a la costa estadounidense en 1620 y fundaron Plymouth. Nada acostumbrados a las labores agrestes, a punto estuvieron de fenecer aquel invierno, pero ayudados por la población autóctona de indios salieron adelante como pudieron. El 24 de noviembre del año siguiente celebraron la buena cosecha invitando a los nativos, y aunque no se sabe a ciencia cierta si el pavo “intervino” aquel día en el banquete, no tardaría mucho en hacerlo, convirtiéndose en plato fundamental de dicha fecha, el día de acción de gracias, extendiéndose también la costumbre al día de Navidad.


Cuadro de Jean Louis Gerome sobre el día de acción de gracias
Para el pavo estas fechas no son las mejores, no está para muchos de festejos, y más que nunca echa de menos su versión salvaje, que aún habita las mismas zonas de antaño. Aquella alianza forjada en el “corral” sigue vigente y continua siendo uno de de los elegidos, aunque ahora como miembro de honor del mantel.